OPINIÓN
Si Parásitos fuera colombiana
La película resultó idéntica al Gobierno de Duque: una mezcla de tragedia social y comedia disparatada con drama, suspenso y final tenebroso.
Observé de principio a fin los premios Óscar y reconozco que, hasta entonces, no había visto ninguna película candidata, probablemente por padecer los Premios Duque, cuyos resultados ya se filtraron: mejor comedia de acción, La fuga de Aída Merlano; mejor interpretación de guion, Faruk Urrutia; mejor comedia, Los niños del cielo, por el vuelo presidencial para trasladar a Panaca una fiesta infantil, asunto que tanto le han criticado al presidente, como si lo correcto hubiera sido enviar a los invitados en Uber, que salió del país, o en TransMilenio, que subió 100 pesos.
Sigo: mejor actor de reparto, la canciller, por repartir la nómina diplomática entre fanáticos del Centro Democrático, como la tuitera Claudia Bustamante; mejor drama, El tipejo peludo, protagonizada por Hassan Nassar, con guion de Vicky Dávila. Y claro: mejor dirección eterna, Álvaro Uribe Vélez.
Pero los premios merecerían una gala presentada precisamente por Hassan Nassar, el Archibaldo del espectáculo, con show musical de Jorge Cárdenas, y semejante transmisión resultaría deplorable.
Como la película ganadora resultó ser Parásitos, esta semana vencí prejuicios y le pagué boleta: en otras circunstancias, jamás me habría animado a ver una cinta coreana de dos horas de duración. Más que un plan, parecía una pena sustituta de la JEP.
El filme resultó idéntico al Gobierno de Duque: una mezcla de tragedia social y comedia disparatada, con drama, suspenso y final tenebroso.
Abro spoiler: una familia de ricos contrata a un humilde profesor particular de matemáticas que, con ingenio, logra acomodar al resto de sus familiares en otros puestos domésticos. A su mamá, de empleada; a su papá, de conductor; a su hermana, de maestra de arte. La trama se tensiona cuando un par de personajes terminan viviendo en la caleta subterránea de la mansión, de cuya existencia no conocen los propietarios, y desarrollan una extraña vida de parásitos. Cierro spoiler.
Como tengo la sensación de que muchos compatriotas no se animarán a ver una película extensa y oriental, he decidido apoyarme en el Gobierno de Duque para elaborar la versión colombiana de Parásitos, que por sugerencia de un lector se llamaría Lombrices, o alguno de esos términos con que los médicos diagnostican a los niños de Bojayá luego de la ingesta de los dulces presidenciales: cualquiera salvo La solitaria, para evitar confusiones, precisamente, con Hassan Nassar, cuya brillante gestión le ha permitido pelear con varios periodistas en menos de un mes.
Bien. En Lombrices, conoceremos la historia de un matrimonio burgués, oficialmente feliz, compuesto por el padre, la madre y los pequeños hijos, uno de los cuales cumple años. Ellos son la pareja Duque Ruiz.
El matrimonio decide contratar a un profesor de Fecode para que refuerce las matemáticas de uno de los niños, porque su padre teme que, si tiene precarios conocimientos aritméticos, termine integrando el equipo económico del Gobierno.
El profesor manipula la situación para que los Duque Ruiz contraten amigos y conocidos suyos en la servidumbre: un primo que es ingeniero de sistemas, al que le pagan por horas; un celador que cuida la cuadra (y lamenta la muerte del sicario Popeye); un jardinero experto en glifosato. Y empleadas de servicio a las que, a pesar de que rompen la vajilla, no despiden, sino que reciclan en nuevos cargos.
La red que entretejen todos esos miembros de la servidumbre llega al extremo de que dos hombres, Germán Vargas Lleras y César Gaviria, viven en el sótano de aquel palacio, antes frecuentado por alias Job: desde allá suben subrepticiamente a la cocina para aprovisionarse de tajadas, mermeladas y demás nutrientes que sacien su voracidad. Hasta deditos de queso. (Uno de ellos, Gaviria, desarrolla una clave morse apagando y prendiendo la luz, como homenaje a las épocas del apagón de su Gobierno).
En Lombrices, a la esposa de los Duque Ruiz se le ocurre organizar una fastuosa fiesta para uno de sus pequeños hijos, y sueña con que sea a todo dar: convocan entonces a Pacho Santos para la dinámica de póngale la cola al burro; a Juan Pablo Bieri y la exministra del Interior para que jueguen sillas bailables y sean nombrados en alguna consejería si se vuelven a quedar sin puesto; y a un mago, Alvarini, para que se disfrace de indio pielroja y desaparezca la paloma de la paz. Eso sí: salvo un personaje de Plaza Sésamo, Archibaldo, no contratan títeres, para no ser redundantes.
Invitados de la mejor estirpe llegan a la fiesta, pero todo resulta un fracaso. Los empleados actúan en desorden. El lonche es un verdadero caos. Aprovechando que ahora tienen avión, los Duque Ruiz, entonces, deciden largarse a celebrar a otro lado: ya no a Palatino, en Cedritos, como en otras épocas, sino a Panaca (Pânaka, que en coreano significa indelicadeza) para festejar por lo alto.
Lombrices servirá como enroque para la película de diciembre de Dago García, El paseo 16, que narrará las aventuras presidenciales en Panaca y ganará el galardón a la película del año en los Premios Duque 2021.