OPINIÓN
Solamente un Ejército sólido puede ser garante de la paz
La paz necesita instituciones fuertes, robustas y sólidas en el contexto de la institucionalidad.
La JEP es a la justicia, lo que el Ejército es a la paz. Si la jurisdicción especial y transitoria establecida para investigar y sancionar a los generadores de más de seis millones de víctimas no funciona, el acuerdo fracasará. Así mismo, si el Ejército colombiano es destruido por la ignominia, la mentira y la traición, no tendremos tranquilidad ni sosiego para el resto de nuestros días.
Cada institución tiene sus encantos y reparos, no al punto de pensar que con destruirlas estamos satisfaciendo nuestros intereses personalísimos y ganando terreno en el espectro político, porque esta es una posición egoísta que desarma los ánimos de paz estable y duradera.
Particularmente, quisiéramos que la JEP estuviera compuesta por miembros de la izquierda, de la derecha y de la sociedad civil, en tanto se trata de una corporación que en su carácter y naturaleza se compone de los mismos ingredientes con los que está hecha la Corte Constitucional: uno jurídico y otro político. Sin embargo, va más allá de la guarda de la Constitución y la protección de las garantías fundamentales, pues su ejercicio establece responsabilidades y sanciones que ceden a la justicia en favor de la paz en el marco de un acuerdo, único camino para coexistir.
Así mismo, el Ejército, institución que está cumpliendo doscientos años de servicio a la patria y a la que le rendimos el más alto tributo, no puede vivir de la sombra de errores de unos pocos que hicieron llorar hasta las entrañas. Si bien los hechos fueron reconocidos y están siendo objeto de las investigaciones y sus consecuentes sanciones, sus enemigos no pueden desde las trincheras del oprobio tratar de desmoronar tan augusta institución, garante de lo que se aproxima en materia de paz, y si se quiere, en materia de guerra contra quienes aún no se someten al régimen constitucional.
Los pasajes dolorosos que causaron los falsos positivos produjeron estrictos derroteros en las Fuerzas Militares de Colombia dirigidos al respeto por los derechos humanos. No se puede decir que los protocolos actuales, los procesos y procedimientos, están incentivando esa reprochable práctica porque hasta se ha permitido que comandantes de brigada salgan a pedir perdón por sus errores sin veto alguno.
Las interpretaciones de las herramientas propias de la guerra contra el enemigo oculto y eterno del Estado democrático, no pueden crear incertidumbre y duda sobre una institución que cada día se preocupa por cumplir con las normas de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Menos cuando provienen de medios de comunicación que no conocen la realidad que a diario despliega la implementación del acuerdo final de paz.
Las palabras del otrora comandante de las Farc, producen un reflejo nada diferente a que debemos rodear a nuestro Ejército nacional. Es una obligación. Timochenko hablando de no poder enfrentar a quienes hoy protegen la vida de los hombres desmovilizados es la mas cruda y vital manifestación de apoyo a la institucionalidad de nuestro Ejército de Colombia.
El alto grado de general en el Ejército de Colombia se logra después de cuarenta años de ejercicio profesional con todos los rigores del examen ciudadano y de su propia institución. Apoyemos a nuestro Ejército y a sus integrantes que desde el inicio de su carrera comprometen su vida por el país, y ahora por la paz.
¡Un Ejército sólido es el garante de la paz, debilitar su majestad es permitir el camino a la barbarie!
(*) Abogado Constitucionalista.