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SOS Bogotá

En poco menos de un año elegiremos a un nuevo alcalde. Elección que tristemente estará contaminada con la polarización nacional, que siempre produce los peores resultados.

Francisco Santos
19 de noviembre de 2022

El caos en la ciudad por las lluvias del fin de semana pasado es apenas la más reciente radiografía de una Bogotá que cada día es más invivible. ¿La razón? Cinco administraciones, cuatro de ellas de izquierda, que no hicieron su trabajo, no transformaron la ciudad, no tuvieron continuidad y que, además, la utilizaron como trampolín para llegar, o buscar llegar, a la Presidencia.

El complejo de Adán fue una característica de cada una de estas administraciones: yo arranco todo de cero y no les doy continuidad a las obras o los proyectos buenos que vienen de atrás. Así, Peñalosa desechó lo que venía del proyecto del metro de la administración Petro y ni siquiera miró si era viable su propuesta de tranvía para la Séptima. Hoy, siete años después, ni metro ni Séptima.

Claudia López desechó el proyecto de la Séptima y tiene su propia versión de lo que quiere hacer, que, entre otras, acaba con la movilidad del corredor oriental de la ciudad. Y está enfrascada con el presidente en un debate sobre si el metro elevado va y es el que debe ser o volvemos al diseño anterior de metro subterráneo.

El proyecto de urbanización y transformación del borde oriental del río Bogotá también fue desechado por la alcaldesa. Sin explicación alguna botó a la caneca lo que quizás habría sido, y ojalá sea y lo retome un alcalde sensato, el más grande proyecto de renovación urbana en Colombia.

La vanidad y el ego de estos gobernantes no tiene límite. Y así llevamos 20 años con una ciudad que por esta condición de quienes la gobernaron se atrasó en desarrollo urbano, desechó proyectos que mejoraban la vida de cientos de miles de ciudadanos. Todos sufrimos las consecuencias. Hora y media o dos para llegar al trabajo. O tener que esconder el celular en la calle, para solo referirnos a unos de los múltiples temas que afectan la calidad de vida en la ciudad y que es responsabilidad de los cinco alcaldes.

Si estos alcaldes hubieran dejado atrás su síndrome de Adán, o de Eva, hoy Bogotá tendría las troncales de la 68, la Séptima y la Boyacá andando hace años. Eso habría aliviado las otras troncales, que hoy prestan pésimo servicio por sobredemanda. Y ya se habría empezado la primera línea del metro. Ese era el plan, pero ya vemos cómo estamos sin troncales y sin metro.

Ni hablar de las salidas de la ciudad. Ninguno se preocupó por este problema de competitividad de la ciudad. Un ejemplo fue la pelea de Peñalosa con el Gobierno nacional que impidió que hoy ya tuviéramos una autopista Norte digna y una Séptima que descongestionara la ruta de Bogotá a Chía. Pero lo mismo sucede con todas las salidas de la capital.

Igual destino tuvo la ALO, la gran vía que descongestionaría la ciudad y que se puede construir con todo cuidado medioambiental hacia los humedales. Pero se inventaron una reserva que no es y así evitaron desarrollar todo el norte de la ciudad, incluyendo esta fundamental vía. Hoy el crecimiento se da en toda la sabana de Bogotá. Conclusión: en pocas décadas tendremos una sabana de Bogotá de cemento y no tendremos reserva. Como con el metro y las troncales, nos quedamos sin el pan y sin el queso.

La misma discusión la podríamos dar sobre el tema de seguridad, que cada día empeora; el de la educación (frenaron la política de colegios en concesión); el de aseo, pues Bogotá está más sucia que nunca; el de renovación urbana, que hoy es casi imposible en la ciudad; o el de reparación de vías, hoy Bogotá es un solo hueco. Ni hablar del tema de prevención de riesgos, que no existe en la capital.

Bogotá no tiene un proyecto de ciudad. O sí lo tiene, pero cambia cada cuatro años. Somos una vergüenza en planeación a largo plazo. Y esto tiene nombre propio: Lucho Garzón, Samuel Moreno, Gustavo Petro, Enrique Peñalosa (segunda administración) y Claudia López. Pero los bogotanos somos responsables, pues los elegimos.

En poco menos de un año elegiremos a un nuevo alcalde. Elección que tristemente estará contaminada con la polarización nacional, que siempre produce los peores resultados. Pero Bogotá debería dar ejemplo. Busquemos un candidato que venda la ilusión de un proyecto de ciudad. Que no quiera ser presidente. Que sea buen gerente y que defina temas por política pública y no por ideología. Que no tenga el síndrome de Adán o de Eva. Que construya sobre lo construido. Que busque consensos, pero defina temas. Y que ponga a los ciudadanos por encima de sus ambiciones personales.

¿Será posible tanta belleza? Por ahora no lo veo. Esperemos.

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