OPINIÓN

Su primer solito

–Y el rey todo alto, y mi gordo que es más bien rechoncho, parecían el Quijote y Sancho…

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
14 de julio de 2018

Disfruto recoger a mis mellizas en el jardín infantil, y aprovecho para quedarme un rato conversando con otras mamás, mientras las niñas juegan. Me gusta hablar sobre los avances de nuestros pequeños: compartir trucos de la crianza, comparar momentos, incluso criticar secretamente a otras mamás. Sin embargo, la última vez que recogí a las nenas estaba una señora, a la que simplemente llamaré Ella, que sobreprotegía a su hijo de una manera que me impresionó.

–Está divino ese gordo –le dije, como por ser amable, y además porque era cierto: el gordo de ella estaba divino.

–Muchas gracias, home. Estoy feliz con él…

–Y está en una edad divina, además…

–Sí, home, sí: hace muchas monerías… Pero ya se avienta a caminar y habla solito.

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Para el momento, su niño se había metido en la arenera con los demás niños. Las gemelas mías andaban al fondo, en los columpios, cada una en lo suyo. Ella –recuerden que llamaré así a aquella mamá, simplemente Ella– se subió las medias de lana, porque los Crocs se las chupaban por el talón, y no le despegaba la mirada a su chiquito, que a todas estas saludaba en la arenera, uno por uno, a cada uno, y se aprendía los nombres de todos. Era bien amable y especial.

–Pero ahora parece una foca –me soltó Ella de repente–: ve una pelota y la pone a dormir en la frente… Yo le digo: aguardate, home, esto no es un magazín mañanero de esos de Jota Mario, y ya no estamos en campaña, compórtate, home, ejh…

–Claro, es que a esa edad no paran, son muy inquietos –le seguí la charla.

–Pero él es a toda hora a darle con la pelota –prosiguió–. Pero es un niño muy especial.

Y sí que lo era. A esas alturas el niño se trepaba en el rodadero, muy trepador, y pedía una guitarra para rasguearla. O para rasgarla.

–Qué días se vio con el rey de España, que es amigo mío –volvió de nuevo Ella, orgullosa–, porque ya tengo al niño haciendo sus primeros viajes él solito: ¿y vos creés que lo tiene enfrente y el gordo va y le da mis saludes?

Volteé a mirar unas cuadras más adelante. Allá seguían. Ella lo cuidaba con amor, es cierto, pero también con recelo. No lo deja respirar, pensé. Pobrecito. Lo va a traumar. En ese momento el niño llamaba por su nombre a los amiguitos, y dormía un balón en la frente. Él solito.

–¡No se comió la razón! –me sorprendí.

–¡No se la comió, pero casi me lo como yo de la ternura que me dio!

–¿Y no le dio pena hablarle a gente tan importante ni nada? –pregunté con interés auténtico, porque mis gemelas son muy penosas y no saludan ni a la visita.

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–¿Mi gordo? –respondió–: ¡qué va, si ese antes se fue ligero y le dijo: su majestad, saludes de mi mamita!

–¡Para derretirse! –interrumpí yo, y con razón: ese chiquito era para derretirse–: ¿y el rey qué le dijo, lo alzó?

–El rey puso cara como de “ve este, ¿y este de quién me habla?”…

–¿Pero luego no se conocía usted con el rey?

–Sí, yo lo conocía, pero seguramente no me recordaba: le hubieran dicho que era la del frac recortado en las tetillas y se acordaba…

–Divino hablándole al rey y todo –dije yo.

–Y el rey todo alto, y mi gordo que es más bien rechoncho, parecían el Quijote y Sancho…

–Para comérselo– intervine, tierna.

–Pero entonces –continuó Ella con la anécdota–, el gordo descarado, en lugar de achantarse, va y le dice: “Que le manda a decir que lo quiere mucho”…

–Jajai, no puede ser –dije risueño–: es que a esa edad salen con unas…

–Qué días me dijo “Mi mamita eterna” y me abrazó…

–Divino…

–Y el otro día fue él solito y denunció a Maduro en la Corte Penal, sin que yo le dijera nada… Y ya pasa la noche.

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A todas estas ya habían recogido prácticamente a todos los niños. Quedaban las mellizas y el niño de Ella, que en ese momento había pedido un balón de fútbol y hacía la 21 para que sus amiguitos lo admiraran.

–Bueno: será aprovechar que todavía obedecen… –suspiró Ella.

–Ah, eso sí –le dije yo–: crecen muy rápido…

–Yo tuve otro, pero más mayorcito, pero ese sí me salió muy díscolo –prosiguió–: no obedecía era nada, parecía castrochavista far… ¡hasta montó un proceso de paz!

–Niños chiquitos, problemas chiquitos; niños grandes, problemas grandes –atiné a decir.

–Pero este gordo sí es una belleza, ¡y apegado a mí como nadies!

–Hay que aprovecharlos ahora porque después crecen y no quieren saber de uno –dije, porque es así: así es la vida.

–Pero por ahora este es al revés: si hasta tengo es miedo de que ahorita que lo vaya a dejar en el Palacio, no se me quiera quedar solito y se me agarre de las enaguas… Me va a tocar es entrar con él. Ya lo decidí.

Se hacía tarde. Recogí a las mellizas casi a la brava, porque querían seguir jugando. Me despedí de Ella. Cuando pasé cerca al niño, me saludó con una educación que envidiaría para mis propias hijas. También a mí me dijo que su papá me mandaba saludes y que me quería mucho. A lo mejor le decía eso a todo el mundo, pobre. Me conmovió.

Volteé a mirar unas cuadras más adelante. Allá seguían. Ella lo cuidaba con amor, es cierto, pero también con recelo. No lo deja respirar, pensé. Pobrecito. Lo va a traumar. En ese momento el niño llamaba por su nombre a los amiguitos, y dormía un balón en la frente. Él solito.

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