OPINIÓN
Templo de la democracia
Fortalecer el prestigio del Congreso es esencial.
Al final de la legislatura pasada se hundió un proyecto de ley, presentado por la Fiscalía General que, en sentir del Gobierno, era vital en la lucha contra la corrupción, una causa ampliamente popular. No interesa si esa propuesta era tan importante como se dijo, habiendo, como hay, amplia legislación al respecto, y a sabiendas de que buena parte de las iniciativas que recientemente se han planteado en este campo son ineficaces o demagógicas. Lo que sí importa es que fue imposible saber si ese fracaso fue producto de la negligencia de dignatarios del Congreso, del despiste de un parlamentario que debía participar en la conciliación de los textos disímiles votados en Senado y Cámara, de falta de cuidado del Ministerio del Interior o, en fin, subproducto del ambiente festivo y futbolero de ese día. ¡Epa jé!
Y no pudo saberse porque el proceso legislativo es opaco e informal. Grave que así suceda para quienes creemos que la esencia de la democracia se encuentra en los órganos de representación popular: solo en ellos es posible la reconciliación entre posiciones encontradas, y la adopción de fórmulas que quizás nadie considera plenamente satisfactorias pero que a todos o, al menos a la mayoría, dejan conformes. Estas características se encuentran ausentes en plebiscitos y referendos, cuyos alcances son, con frecuencia, imposibles de entender por los ciudadanos, o que producen grietas sociales profundas, tales como el Brexit en Gran Bretaña y el funesto plebiscito nuestro de octubre de 2016.
El factor determinante de esos vicios consiste en la anacrónica utilización de la vieja tecnología del papel en los procesos que ocurren entre la presentación de las leyes y su promulgación. Veamos: (i) No es posible conocer con exactitud, y en tiempo real, el estado en que se encuentran las iniciativas legislativas; (II) Las gacetas del Congreso no se publican con oportunidad. Por eso los ciudadanos acceden con retardo a información relevante; (III) Como esos textos no nacen en el mundo digital, lo que se consigue en Internet son imágenes que no permiten investigaciones basadas en la utilización de motores de búsqueda; (IV) No existe trazabilidad del proceso legislativo: los expedientes son custodiados por los funcionarios de las cámaras, a veces durante meses completos, lo que crea riesgos enormes de adulteración.
Estos problemas tendrían una solución radical si los proyectos de ley se presentaran en formato electrónico y, con fundamento en ellos, se abrieran expedientes de ese tipo, que se llevarían a la nube, de modo tal que todos pudiéramos conocer al instante las modificaciones que la propuesta tenga en su tránsito por comisiones y plenarias, y las razones que justifican esos cambios. Si de este modo se procediera, los ciudadanos, sin excepción alguna, sabríamos qué está ocurriendo y, dotados de ese poderoso conocimiento podríamos levantar nuestras voces de aprobación o rechazo en ejercicio de una manifestación positiva (las hay también dañinas, como las manipulaciones e insultos en redes sociales) de la democracia digital.
Esta reforma revolucionaria, para que tuviera efectos plenos, haría necesaria la sustitución del obsoleto Diario Oficial que se publica en papel (lo que se difunde en Internet son meras imágenes, no documentos electrónicos). Por esa circunstancia, su fecha, que es determinante para algo tan serio como la entrada en vigencia de las leyes y otras normas que allí se promulgan, depende, no de la realidad, sino de la decisión de un funcionario, de alto o bajo nivel, y por motivos que, a veces, son turbios.
En estas pocas semanas que preceden al comienzo del nuevo periodo de sesiones a partir del 20 de julio, el Gobierno debe estar preparando su plataforma de acción legislativa. Tengo la ilusión de que la propuesta que aquí se esboza sea parte de ella. Sus consecuencias serían muy positivas en cuanto al prestigio de la institución parlamentaria, al incremento de la transparencia y la lucha contra la corrupción. En tal caso, sería menester que el Gobierno estuviere atento a lo que suceda en el trámite. Probablemente, no habría adversarios explícitos sino estrategias soterradas de sabotaje. No quiero imaginar que el 18 de diciembre nos digan que el expediente se perdió mientras lo movían de una a otra cámara, algo parecido a lo que sucedió con el de Santrich, que iba para Estados Unidos y encalló en Panamá…
Briznas poéticas. La poesía de Roberto Juarroz, gran poeta argentino: una honda reflexión sobre nuestro modo de estar en el mundo: “Las cosas nos imitan. / Un papel arrancado por el viento / reproduce los tropezones del hombre. / Los ruidos aprenden a hablar como nosotros. / La ropa adquiere nuestra forma. / Las cosas nos imitan. / Pero al final / nosotros imitaremos a las cosas”.