OPINIÓN
Todos quieren con Gaviria
En vez de manifestar su interés en la presidencia, Alejandro Gaviria debería liderar un manifiesto nacional, de la sociedad civil y sin candidatos en ciernes.
Alejandro Gaviria se ha convertido en el comodín de todos los que buscan una figura “distinta”, no “contaminada por la política”, que “conozca el Estado”, que sea “inteligente y sensible”, que “convoque e inspire” sin dejar de ser “tecnócrata”, un “académico conectado con la realidad”, “que no polarice” y que, finalmente, esté dispuesto a inmolarse para servir de burladero a partidos políticos o a movimientos que temen la embestida de una ciudadanía harta de la política electoral.
Ante la incapacidad de una cirugía profunda y renovadora de sus propios liderazgos y programas, plantean una remozada, un botox electoral, el lifting de la imagen por cuenta de otro. Hoy Gaviria (Alejandro) es el nombre de poner. Y aunque dicen que en Colombia todos queremos ser presidentes, supongamos que Gaviria de verdad no quiera, no le interese ni trate de hacerse el difícil para alzarse con una candidatura prematura, ¿entonces qué pasa? Lo que pasa es que el problema no es de nombres nuevos. El detalle está en buscar otro mundo posible para hacer política ciudadana y no para dar con un político.
No tengo ni idea de qué quiere o piensa Alejandro Gaviria al respecto; no ando cazando trinos y entrevistas de ajedrez mediático para ver si Gaviria sí o no. Porque siguiendo la línea de De la Calle y dada la deteriorada situación social, económica, ambiental y de seguridad de este país, e inclusive leyendo las encuestas, definitivamente es mejor empezar por el contenido y no por la persona.
Ya los petristas y los uribistas tienen resuelto el tema. El centro del meollo está en otro lado: en esa porción cercana al 50% de colombianos que no votan, que no se pronuncian casi, que descreen de la política y los políticos, que pedalean duro y avanzan poco.
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Es el mismo centro en el que muchos en los extremos no creen, pero está en todas partes: líquido, cambiante, también maleable y polarizable, electoralmente un blanco móvil y por eso los extremos procuran, con desespero, que quienes están en ese espacio fluido se definan y se les sumen. Por eso quieren que se rotulen, que no sean tibios, no sean bobos y “no nos hagan perder las elecciones”.
El Centro Democrático y la Colombia Humana tienen resuelto ese punto; tienen unas líneas programáticas que nos las sabemos. Pero ese centro sin fronteras entre el borde de la izquierda y el borde de la derecha, que tiene intereses verdes, que no le interesa el juego electoral pero sí políticas que reflejen sus necesidades y un cambio, ¿a ese centro qué? Hay que conocerlo de cerca, hay que hablarle, pero no a nombre propio - Yo Sergio, Yo Iván (Marulanda), Yo Ángela María, Yo Fernando, Yo Cristo (Juan Fernando)- porque el problema no es saber quiénes son, sino quién es ese universo de ciudadanos que buscan una inspiración y una propuesta muy buena más que un nombre.
Ya lo dijo De la Calle y lo reiteró Juanita Goebertus, pero ella con visión de Partido Verde: hay que construir una propuesta conjunta, un programa que sume a favor de construir un país muy distinto del que creíamos conocer hace cinco años. También hay que revisar la retórica desgastada del Acuerdo de Paz y la de la polarización como argumento comodín, para mejor pasar a propuestas concretas, viables e incluyentes para ese 50% que no busca candidato sino un país para permanecer, vivir mejor y prosperar.
Gaviria (Alejandro) sería mejor como líder de ese trabajo de carpintería con el centro múltiple, variado, móvil. En vez de manifestar su interés por la presidencia, debería liderar un manifiesto nacional, de la sociedad civil. Que no sea con candidatos, sino con gente que tenga a Colombia en la cabeza y, con miradas muy diversas, ayude a construir una plataforma con contenidos que inspiren y sean posibles, para que el país plantee una conversación concreta, con temas y necesidades puntuales, a los diversos candidatos. No es que la candidata recorra el país llevando su palabra, sino que el país se sacuda y la sociedad civil presente sus demandas.
Gente buena, estudiosa, conocedora, con un respaldo ciudadano que no se mide en votos sino en reconocimiento y confianza, hay y mucha (líderes de opinión, académicos, centros de pensamiento, representantes de ONG, empresarios, jóvenes, líderes sociales). Colombianos que no hablen en primera persona, sino que lleven la voluntad del país a una mesa de discusión con los nuevos liderazgos políticos y los candidatos de siempre, y establecer compromisos nacionales. Esto no es de coaliciones para repartirse el poder- cosa que la ciudadanía detesta-, sino para responder a los anhelos de los colombianos, no a los de las gavillas electorales. Ahí Alejandro Gaviria si podría ser el elegido para convocar una gran conversación nacional, inspiradora, creativa; el manifiesto de la sociedad civil. Inclusive, la Universidad de Los Andes, como otras universidades del país, puede servir de espacio de encuentro. Como académico y poeta, Gaviria tal vez prefiera el remanso de Las Aguas a La Candelaria.