Opinión
Transfusiones para el alma
Si no curas y trasciendes, te conviertes en un torpe emocional.
A todos nos llegará ese momento del que quisiéramos escapar, el momento angustiante en el que nos embista de frente un diagnóstico de salud, ese que nos frene la vida de un solo golpe…
Lo que sucede es que no estamos preparados para eso, creemos ingenuamente que sólo escucharemos esa cruel noticia abrumadora cuando tengamos más de 95 años y hallamos vivido una vida plena y feliz sin dolencias; sin embargo, es evidente que cada día la vida nos asusta y nos sorprende cuando esos diagnósticos nos rodean y nos tocan en nuestros afectos más cercanos.
Se supone, además, que los jóvenes no van a enfermar y menos cuando llevan una vida sana y llena de planes, sueños e ilusiones.
En mi oficio como médico de almas, he sido testigo de cómo muchos jóvenes han tenido que enfrentar con valentía enfermedades y dolencias que pensábamos que correspondían sólo a los abuelos; en mi propia historia lo he vivido desde que era una pequeña e indefensa bebé.
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Cuando un diagnóstico llega así de modo sorpresivo, sin previo aviso, casi sin síntomas y sin avisar, sucede en nuestro interior un choque emocional tan devastador que el alma misma se afecta y duele tanto o más que el cuerpo.
Era una mañana de abril, de esas de primavera, en la que las flores nos alegraban el alma y nos acompañaban por los paseos que dábamos por el parque, era la mañana perfecta para levantarse muy temprano a disfrutar del aire fresco y salir a hacer ejercicio para mantener el equilibrio físico y mental.
Paula es una joven alegre, divertida y generosa, la que ama hacer pasteles de todo tipo para endulzar la vida de quienes tenemos el gusto de acompañar la suya.
De repente, nuestra primavera abruptamente se convirtió en invierno, de esos que te hielan el alma y te erizan la piel, cuando nos avisaron que Paula había sido trasladada al hospital de emergencia con una hemorragia extraña que le arrebataba sus fuerzas y su vitalidad.
Fue entonces cuando recibimos todos quienes la amamos ese extraño diagnóstico que nos conmovió tanto, que quedamos como paralizados, incrédulos, asustados en medio de la impotencia y la confusión; una especie de choque eléctrico nos recorrió todos los nervios del cuerpo hasta que nos produjo una especie de cortocircuito en la mente y en el corazón.
Sin explicación alguna, las células encargadas de la reproducción de la sangre en la médula ósea se habían desaparecido, como consecuencia, apareció una drástica disminución de los glóbulos rojos, de los glóbulos blancos y de las plaquetas de sangre. Esta cantidad de información significa que nuestra Paulita padece una enfermedad llamada aplasia medular, de la que el tratamiento a seguir es un trasplante de medula ósea, cuando se encuentre en el banco mundial de donantes una que sea compatible con la suya.
El mundo para Paula se congeló de un sólo golpe y poco a poco también el de todas las personas más cercanas a su corazón.
Su cuerpo empezó a necesitar transfusiones de sangre y su alma, transfusiones espirituales de fuerza y fe.
Homeostasis es un término que se usa en medicina que hace referencia al conjunto de mecanismos que tiene el cuerpo físico para mantener su balance y su equilibrio. Un ejemplo de esto es cuando el cuerpo mantiene su temperatura autorregulándose y, al aparecer la fiebre, él mismo se va estabilizando y equilibrando.
En ese sentido he creado un término espiritual: la homeostasis del alma, para explicarles a mis lectores, la capacidad que tiene el alma para mantenerse en equilibrio; el alma posee la sagrada función de protegernos del vacío, del temor y de la desolación interior.
Cuando el equipo médico está haciendo todo lo posible por ordenar y sanar a un organismo enfermo, hay poco o nada que los familiares, amigos y allegados podemos hacer; sin embargo, podemos formar un equipo que se reúna en torno al paciente para hacerle trasfusiones para el alma.
La oración, la meditación y la contemplación interior son aquella medicina que va entrando poco a poco a nuestro interior para contener, para consolar, para acompañar y para amar a aquel que se encuentra atravesando el umbral del dolor físico, el aislamiento y la soledad.
No enfermas de repente o de la noche a la mañana, la enfermedad comienza a generarse en silencio, muy lentamente y en los niveles más ocultos de tu ser.
El mal estar es el desbalance entre la energía molecular, emocional y mental que sucede cuando está todo tan desordenado y desequilibrado que no ves lo que está dentro de ti.
Los síntomas son como metáforas que reflejan en el plano corporal lo que está sucediendo en el plano emocional y psicológico, en pocas palabras, en ocasiones tu cuerpo pasa factura a las emociones desbordadas.
El síntoma es el lenguaje que usa tu cuerpo para comunicarse con tu alma, tiene como objetivo mostrarnos los cambios profundos que debemos hacer y que deben hacer las personas que nos acompañan por este paso terrenal y temporal.
Somos seres espirituales con una experiencia humana, se nos ha prestado un vehículo llamado cuerpo físico para realizar un viaje corto que tiene fecha y destino de llegada; una vez hayamos cumplido nuestra misión en ese viaje temporal, regresaremos a la casa del Padre, desde donde partimos a este viaje llamado vida.
En ocasiones, un diagnóstico es aquello que necesitamos para detenernos a reflexionar, para ver nuestra vida desde fuera como si la tuviéramos proyectada en una pantalla. Cuando una enfermedad nos sorprende de repente, no somos conscientes de que ella misma abraza milagros ocultos. Siempre he sido testigo de que detrás de una llaga de dolor hay un milagro en gestación…
En el caso de Pauchix, como la llamamos cariñosamente, cada tarde nos reunimos hasta 100 personas frente a una pantalla desde diferentes esquinas del mundo a orar, a dar una mirada al cielo, al Altísimo, para ponernos en sus manos y pedir su intervención. Estoy segura de que cada alma es tocada y transformada en lo más profundo de su interior cuando comprende su vulnerabilidad, su impotencia, su finitud e impermanencia, pero a la vez su poderosa fuerza interior, pues definitivamente te haces fuerte cuando es la única opción que tienes.
Hay dos tipos de sufrimiento, el sufrimiento fértil y el sufrimiento vacío, está en nuestras manos el elegir la libertad de explorar en el fondo de nuestra tribulación el “para qué” de aquello que dolemos. Todos vamos a tener momentos de pruebas, pero si no las aprovechamos para transformarnos como personas, para convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos, corremos el riesgo de caer en un sufrimiento vacío.
Hay personas que se quedan pegadas o enganchadas de las heridas eternamente y las usan como justificación de su infelicidad y de su amargura, se convierten en seres tóxicos que contaminan y oscurecen la vida de quienes los rodean. Este tipo de persona se llama víctima o perezoso espiritual, es aquel que no quiere trabajar en sí mismo para transformarse y brillar desde su interior, para iluminar a otros y, en cambio, se queda en la autoconmiseración. Esta actitud llevaría a la persona a vivir un sufrimiento vacío, es decir que no es fértil porque no da fruto espiritual.
Hay otras personas que, en cambio, deciden hacer del sufrimiento su maestro de transformación, su maestría espiritual, a través de la cual con coraje y valentía se desapegan del dolor, lo atraviesan con tesón y se dejan atravesar por él. Mientras esto va sucediendo, van elevando su consciencia para comprender qué es aquello que deben aprender, corregir o transformar. Este es un sufrimiento fértil que lleva a la persona a conquistar su victoria personal cuando lo cura, por eso reitero que la sabiduría no es más que dolor curado.
Si no curas y trasciendes, te conviertes en un torpe emocional.
Todos estamos aprendiendo de la enfermedad de una sola persona, todos quienes nos dejamos tocar por esta tribulación, nos hacemos vulnerables a ella, pero también nos dejamos moldear en nuestro interior.
Escuchar la poderosa voz del alma en momentos de dolor e incertidumbre te lleva a descubrir la valentía que habita en tu interior y la poderosa fuerza espiritual que te habita; sin embargo, esa transformación y esa madurez sólo se gesta cuando te deshaces de tu ego y comienzas a vivir desde tu espíritu.
Cuando eliges quitarte la máscara y regresar a tu esencia, entonces sanas tú y sana tu entorno siempre, y cuando todos vibren en la misma sintonía del amor y de la paz interior.
Esta es mi invitación: si estás pasando por el camino de la noche oscura del alma, no pases por ese camino sagrado sin detenerte a reflexionar, constrúyete una vida espiritual y déjate esculpir con los golpes del cincel, que sólo así se diseñan las más bellas esculturas.
Recuerda que más allá de la cruz está la luz si decides buscarla, y que siempre detrás de un muro puedes construir un camino.
Mi píldora para el alma:
Recuerda el camino que has trasegado, recuerda cada caída, cada lágrima y cada levantada; siente de nuevo tu poderosa fuerza espiritual, la que te ha acompañado siempre, para que jamás olvides cómo se alcanza la meta. Nunca está más oscuro que antes de amanecer.
CONFÍA.