OPINIÓN

Horcas caudinas

La descertificación es un coco. Como ese coco con que las niñeras asustan a los niños desobedientes. En la práctica Colombia no sufrió ninguna represalia de parte de los Estados Unidos cuando fue descertificada.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
17 de agosto de 2019

¡Uuuuff! ¡Qué alivio! Respiramos… El gobierno del presidente Donald Trump no castigó a Colombia con la descertificación en materia de drogas. Podemos seguir viviendo tranquilos, admitidos en el mundo como gentes decentes. Nos absolvieron. Gracias, gracias, gracias. Hasta el año que viene, cuando vendrá el examen otra vez.

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¿Qué es eso que llaman la “descertificación”?

Muy sencillo. Como su nombre mismo lo indica, es lo contrario de la “certificación”. ¿Y esta qué es? Pues muy sencillo también: solo los criminales endurecidos se niegan a entenderlo. La certificación es la aprobación que cada año el gobierno de los Estados Unidos les da, o les niega, a los demás gobiernos del planeta que cumplen o no cumplen sus leyes: las leyes de los Estados Unidos en materia de drogas prohibidas –o si es el caso permitidas– por los gobiernos de los Estados Unidos. La descertificación, esa cosa terrible, es un castigo, o más exactamente una amenaza de castigo, que esgrimen los gobiernos de los Estados Unidos contra los restantes 192 gobiernos en teoría independientes del planeta que en su opinión no combaten como es debido ese que llaman “el flagelo universal” de las drogas prohibidas. ¿Prohibidas por quién? Por los gobiernos de los Estados Unidos. ¿Usadas por quién? Por los ciudadanos de los Estados Unidos. Aunque no solo por ellos, sí por ellos en primerísimo lugar. Los norteamericanos consumen ellos solos tantas drogas prohibidas como los habitantes de los 192 países restantes sumados. Del Vaticano, único Estado por fuera de las Naciones Unidas, no sabría yo decir: ¿Qué drogas? ¿Vino de consagrar?

La descertificación es un coco. Como ese coco con que las niñeras asustan a los niños desobedientes. En la práctica Colombia no sufrió ninguna represalia de parte de los Estados Unidos cuando fue descertificada.

El presidente Iván Duque se quejaba por si acaso, precautelativamente, de que sería injusto que los Estados Unidos descertificaran a Colombia, como lo hicieron ya en tiempos del presidente Ernesto Samper y el Proceso 8000. Luego considera que fue justo que finalmente no lo hicieran. Duque, como todos sus predecesores en la presidencia de Colombia desde que existe el “flagelo” de las drogas prohibidas –es decir, desde que fueron prohibidas ¿por quién? Por el gobierno de los Estados Unidos– acepta humildemente que lo que hacen los gobiernos de los Estados Unidos es la justicia. Sin duda recuerda que para ser autorizado a aspirar a la presidencia su admirado Julio César Turbay tuvo que solicitarle al entonces embajador de los Estados Unidos en Bogotá, Diego Asencio, un certificado de que no era narcotraficante. Fue el primero de nuestros presidentes que tuvo que pasar por esas humillantes horcas caudinas.

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Pero como escribe en El Espectador Arlene B. Tickner, la descertificación es un coco. Como ese coco con que las niñeras asustan a los niños desobedientes. En la práctica, Colombia no sufrió ninguna represalia de parte de los Estados Unidos cuando fue descertificada. Basta con que a la amenaza se responda con los necesarios ruidos de obediencia, como hizo Duque y en sus tiempos hizo también Samper, para que no pase nada. Porque el objeto de la lucha contra la droga, ordenada por los Estados Unidos. no es que la droga desaparezca, sino que los aliados obedezcan. Como los niños a quienes amenaza la niñera.

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