OPINIÓN

Un año para no olvidar

Me quedo con este país que decidió salir del silencio y de la apatía, y que no le tiene miedo al miedo. Lo prefiero al vetusto que representa Duque.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
21 de diciembre de 2019

El 2019 será recordado como el año en que se derrumbó la confianza en la democracia y en el que se selló el fin del neoliberalismo.

Esta aseveración tan contundente no proviene de ningún castrochavista ni fue urdida por el Foro de São Paulo. La dijo Joseph Stiglitz en una reciente columna en El País de Madrid, la cual debería leer con atención el presidente Duque y su ministro de Hacienda, a ver si entienden que el mundo y el país que están gobernando cambió sin que ellos todavía se hayan dado cuenta.

Ninguno de los dos se ha percatado de que las protestas en las calles de Colombia, lejos de ser una conjura que busca tumbarlos, y en la que según su vicepresidenta estarían involucrados hasta los rusos, son en realidad el resultado de años y años de políticas neoliberales.

Es decir que a diferencia de lo que sostiene Duque, quien no entiende por qué hay protestas en las calles si el país va a crecer al 3 por ciento anual el próximo año, según Stiglitz sobran razones para protestar en las calles porque el peso de la desigualdad se ha vuelto inevitable. Por eso es que decir que los jóvenes que protestan en Colombia son una partida de vagos financiados por los rusos es, sin duda, el ridículo más grande de todos los que ha hecho el Gobierno Duque en este 2019.

Stiglitz en cambio lo tiene claro. Para él, la pérdida de confianza en la democracia –que se trasluce en el descontento social que explotó en 2019– no es producto del Foro de São Paulo ni provocada por los rusos, sino producida por el neoliberalismo, que “lleva cuatro décadas debilitando la democracia”. De acuerdo con el premio nobel, en todos los países pobres o ricos, las élites prometieron que las políticas neoliberales llevarían a más crecimiento económico y que los beneficios se distribuirían de modo que todos, incluidos los pobres, pudieran estar mejor que antes. Y claro, también les dijeron que para que ese sueño fuera realidad había que conformarse con salarios bajos y aceptar recortes en los programas estatales. Sin embargo, según Stiglitz, luego de 40 años el crecimiento económico desaceleró y sus “frutos fueron a parar en su gran mayoría en unos pocos que están en la cima de la pirámide”.

Me quedo con este país que decidió salir del silencio y de la apatía, y que no le tiene miedo al miedo. Lo prefiero al vetusto que representa Duque.

Por estas razones es que los jóvenes de hoy están protestando en todo el mundo. Porque sienten que pocos se quedaron con mucho y porque perciben que esa desigualdad les quita posibilidades para sobrevivir en el futuro. ¿Qué puede pensar un líder estudiantil del paro cuando le dicen que no hay plata para sus pensiones, mientras que en la reforma tributaria que se aprobó en el Congreso se le regala en exenciones un punto del PIB a los empresarios? ¿Por qué sí hay plata para el emprendimiento de la industria naranja, que nadie sabe cómo se come, y en cambio no hay para ampliar los programas de becas del Icetex ni para darle curules a las víctimas en el Congreso?

La gran noticia es que en Colombia, un país donde hasta hace poco era delito protestar, exista hoy una generación de jóvenes que está saliendo sin miedo a marchar y a exigir sus derechos. Yo saludo ese despertar. Ya era hora de que nos sacudiéramos de ese letargo y de esa apatía que nos dejó la cultura de la guerra. Si 2019 fue el año del fin de neoliberalismo y de la crisis de las democracias, como vaticina Stiglitz, pues también fue el año del despertar de una buena parte de la sociedad colombiana.

Yo me quedo con este país que decidió salir del silencio y de la apatía, y que no le tiene miedo al miedo. Lo prefiero al viejo y vetusto que representa Duque y su corte de economistas neoliberales que gobiernan con los gremios. Pero sobre todo me quedo con una frase de Ita María, una líder feminista de las tantas que han sobresalido en las marchas, y que me impactó por lo cruda y certera: “Que el privilegio no te nuble la empatía”, es su frase.

Y sí, para los que no entienden qué es lo que pasa ni en el mundo ni en Colombia, esta frase lo resume todo: hay una generación de jóvenes que ha salido a luchar por sus derechos y que pelea por valores distintos al del éxito económico. Está batallando porque a los “privilegiados no se les nuble la empatía” y sientan lo que siente el que no tiene, el que piensa distinto y el que incluso ha sido el verdugo de uno.

Yo creo que están en la dirección correcta: este país necesita entender al otro y ponerse en los zapatos del vecino, así este hubiese sido paramilitar o guerrillero, estudiante, empresario, trabajador o pensionado.

Stiglitz dice que la única solución para superar la crisis de la democracia y del modelo económico es volver a los valores de la ilustración. Los jóvenes de Colombia lo hicieron a su modo al poner como bandera de la protesta a la empatía. Para mí son lo mejor de este año en que se derrumbó la estantería.

Adiós, año 2019. 

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