OPINIÓN

Un calmante para soportar elecciones

Poco a poco me he ido tranquilizando. Ahora imagino que Uribe regresa al poder y cambia el articulito. Pero poco me importa.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
7 de abril de 2018

Nunca he sido persona de ir al psiquiatra. A la fecha, había logrado el precario equilibrio de mis días con lo que tengo a mano: en una época fumaba como un condenado, como Vargas Lleras; en otra, tomaba goticas, como Uribe; en una, no muy lejana, abusaba de los Doritos, como Duque.

Ahora evado la realidad con gestos tranquilos: miro en familia La voz kids, por ejemplo, que, como síntoma preocupante de mi prematura vejez, es el único estímulo que me hace sentir la vida de verdad, vivir a fondo: el lunes pasado lloré a mares cuando los niños cantaron La maldita primavera con Yuri: la diva mexicana aparecía de sorpresa, y la rodeaban los pequeños cantantes, y todos entonaban a pulmón vivo “pasa ligera la maldita primavera”, mientras yo me deshacía en pucheros: ¿es normal llorar viendo La voz kids? ¿Me volví tan viejo como Yuri? ¿Esa es la paz de Santos?

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Pero este país enloquece a cualquiera. Analicen las noticias de la semana: un recluso se escapa de una cárcel tras haberse emborrachado con un guardia; suplantan a un fiscal en pleno juicio; nazis paisas pretenden festejar el natalicio de Hitler; Nicolás Cage ingresa al país para filmar una película, pero decide hacerlo vestido de tía abuela; presentan como noticia la adhesión a la campaña de Duque de Jorge Mario Eastman, quien era el segundo de a bordo del candidato más borroso, el vice de un vice, el muñeco último de la matrioska electoral. Y, por si fiera poco, transmiten el primer debate presidencial, e Iván Duque advierte nuevamente que nos podríamos volver como una nueva Venezuela.

Sé que en estas elecciones han apelado al miedo para manipular a los electores, y debo reconocer que, en mí, por lo menos, lo lograron. Los miedos me consumen. Ya no duermo. Las posibilidades electorales me tienen tan desvelado como Humberto de la Calle después de los cafés que se ha tomado en vano.

Con los nervios estallados en mil pedazos, por eso, decidí asistir al psiquiatra por primera vez en mi vida. Pedí cita entonces donde el doctor Restrepo: un hombre que, sin ser el doctor Ternura, tenía aspecto bonachón, como de senador de La U; aunque era hábil e interesado, como Fajardo. O al revés.

–Acuéstese en el diván –me dijo.

–¿En el diván Duque? –reaccioné obsesivo.

–Y si quiere quítese los zapatos –indicó.

–¿Por qué? ¿Porque no son Ferragamo?

–Cuénteme lo que le sucede –me pidió.

–Son las elecciones, doctor –le confesé–: tengo miedo.

–¿A qué le teme, concretamente?

–A que suba un presidente que nos conduzca al castrochavismo –le dije, al grano.

–¿Y acaso cree que sea posible?

–Claro que sí –le dije–: ¿no ve acaso al populista que se quiere tomar todos los poderes públicos de una vez, como en Venezuela?

–Amigo, sin saber de política: no creo que Petro pueda ganar estas elecciones, cálmese…

–No hablo de Petro, doctor: hablo de Uribe; y del pobre Duque, su marrano de batalla…

–Dirá su caballo…

–Eso.

Y era verdad. En el debate de esta semana, Iván Duque afirmó que su candidatura representa un relevo generacional y yo sentí un corrientazo de emoción. Este es el mío, me dije; por primera vez una persona de mi edad será presidente: un hombre que almorzó en Charlie’s Roastbeef; compró acetatos en Discos Bambuco; tuvo carné de socio de la Pizza Nostra para celebrar su cumpleaños… ¡Un candidato, en fin, que pidió pollo apanado en Sandrick’s, que se fue de rumba a Massai, que sabe qué son las Decanotas, y que ahora trepa en las encuestas como si participara en ‘Sube, sube kilométrico’, mientras Pacheco le da ánimo! He ahí mi candidato, el chino Duque, me declaré a mí mismo: ¡votaré por él en honor a Los Prisioneros, ya no del partido en que milita, sino del rock en español con que ambos crecimos! ¡Un hombre que pasó por Harvard! ¡Literalmente! ¡Pasó! ¡Y lo anotó en su hoja de vida!

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Pero entonces comenzó a hablar: advirtió que modificará sustancialmente el proceso de paz, lo cual, a estas alturas, equivale a hacerlo trizas; que se opone a la legalización de la marihuana; que rechaza el matrimonio gay; que apuesta por el fracking: ¿qué tipo de joven se supone que es, dios santo? ¿El simple hecho de rematar las fiestas cantando música de Yuri lo convierte, acaso, en representante de una nueva generación?

–Duque –me quejé ante el psiquiatra– será muy joven, pero piensa como Laureano Gómez: quiere revocar las cortes, nombrar una megacorte; ¡y se pinta canas en el pelo!

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–¿Cómo así? ¿No quiere cortes?

–No: cortes no; solo que le pinten las canas.

–Lo noto nervioso –me dijo.

–¡Ligeramente, doctor! –le advertí.

–Obsesivo con Uribe…

–¿Obsesivo yo? –me molesté–; tiene huevo, doctor: y ni siquiera uno, sino tres.

Me medicó entonces #UnCalmantePara soportar las elecciones. Inicialmente no me funcionó. Pero que poco a poco me he ido tranquilizando. Ahora imagino que Uribe regresa al poder, expropia noticieros, cambia el articulito y nombra su megacorte, pero ya no siento angustia. Quizás se instale en el gobierno por años. Pero poco me importa. Seguro pasa ligero. Como maldita primavera.

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