Un liberal

Gaviria es un liberal. Sus sentencias en temas como el delito político, el honor militar, la eutanasia, muestran una impecable coherencia de respeto por el derecho y la libertad

Antonio Caballero
6 de mayo de 2006

Dice la mamá de un amigo mío que en Colombia hay muchos liberales que son godos, pero no hay ningún godo que sea liberal. Tiene razón. Y es más: los liberales que hay también son godos. Es el caso, para poner un solo ejemplo, del actual presidente Álvaro Uribe, que se proclamó liberal por interés, pero no por convicción, mientras pudo sacarle ventajas al adjetivo; y en cuanto éste dejó de convenirle lo abandonó como una serpiente abandona su piel usada, y mostró su sustancia de godo.

Uso el término "godo" en el sentido sociopolítico que tiene en Colombia como derivación del mote despectivo que les daban los criollos a los españoles en tiempos de las guerras de Independencia: el de enemigo de la libertad y partidario de la fuerza. Godo no es sinónimo de conservador: aquí no ha habido ninguno, como lo prueba de sobra el hecho de que nada haya sido conservado. Porque el godo colombiano no conserva, sino que destruye. La palabra no describe una ideología sino un carácter, un talante, para usar la definición de un godo célebre que tuvimos: un mal talante, un mal carácter. El talante y el carácter que predominan en todo el país, independientemente de la adscripción partidista: entre los liberales, entre los conservadores, entre los mamertos. Nada hay más godo que un mamerto colombiano: recuerden a Gilberto Vieira.

Se cuenta una anécdota -no sé si verdadera pero perfectamente ben trovata- del 'Mono Jojoy' de las Farc durante las charlas estériles de la Zona de Despeje. Se impacientó y le dijo a Juan Gabriel Uribe, el director de El Nuevo Siglo: "Mejor hablemos usted y yo solos, doctor Uribe, que entre godos nos entendemos". Pero no es Jojoy el único guerrillero godo, por ser de origen conservador-chulavita; también los es 'Tirofijo', de origen chusmero-liberal; y lo era Jacobo Arenas: un cachiporro de raca mandaca, arrevolverado como lo suelen ser en Santander. Y lo mismo sucede entre los militares, entre los obispos, entre los paramilitares. Todo el mundo es godo en Colombia. Fíjense ustedes en el variado abanico de candidatos presidenciales. ¿Álvaro Uribe? Godo. ¿Antanas Mockus? Godo. ¿Horacio Serpa? Godo. ¿Enrique Parejo? Godo. ¿Carlos Rincón? Godo. ¿Carlos Gaviria?

No. Carlos Gaviria es liberal.

Eso no puede ser. Porque así como el godo es algo que no existe sino en Colombia, el liberal es algo que aquí nunca ha existido. El liberal en el sentido filosófico del término, que ilumina y nutre su sentido político: el que considera que su propia razón no es la única válida ni la única posible, el tolerante, el abierto, el partidario de la libertad, tanto de la propia como de la ajena, y de la justicia, para todos y para cada uno. En Colombia ha habido liberales doctrinarios, liberales dogmáticos, liberales partidistas, liberales sectarios: o sea, gente que tiene un talante exactamente contrario al liberal, que es el de Kant, el de Voltaire, el de la Ilustración. Por eso insisto: en Colombia ha habido godos. Pero liberales no.

Exagero. Yo mismo he conocido en el curso de mi vida tres colombianos que eran auténticamente, sustantivamente liberales. Diego Montaña Cuéllar, que era un comunista a quien los godos denunciaban como anarquista. Gerardo Molina, que era un socialista a quien los godos llamaban comunista. Y Alfredo Vázquez Carrizosa, a quien los godos tildaban de izquierdista pero que era un conservador, y, como tal, la única excepción a la regla formulada por la mamá de mi amigo.

Y ahora Carlos Gaviria. Es un liberal, y lo godos lo tachan de liberal para descalificarlo como candidato de la izquierda: como si la idea de libertad no fuera el fundamento y la raíz de todo pensamiento de izquierda. Hace algunos años se publicó una recopilación de sus más importantes sentencias (y salvamentos de voto) como magistrado de la Corte Constitucional, bajo el título revelador de Herejías constitucionales. Son, en efecto, no en la teoría pero sí en la práctica constitucional colombiana, obra de hereje. En temas tan variados como el delito político, la eutanasia, el honor militar, la libertad de opinión, el debido proceso, el incesto o la violencia en los programas de televisión, el pensamiento de Gaviria es de una impecable coherencia, que va hilada por el respeto por el derecho y la defensa de la libertad.

Entiendo que a los godos no les parezca un buen programa de campaña electoral.

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