OPINIÓN

Un país en busca de esperanza que todavía no ha aprendido dialogar

Tres preguntas son esenciales para entender cualquier diálogo: ¿cuál es su finalidad? ¿sobre qué versará? y ¿con quién se llevará a cabo? La idea de esta columna es analizar estas tres preguntas para la Mesa convocada por el gobierno el pasado 27 de noviembre en materia de educación.

Julián De, Julián De
28 de noviembre de 2019

El 27 de noviembre el gobierno convocó la Mesa de Educación a la cual agradezco haber sido invitado. La reunión contó con la presencia del alto gobierno: el presidente, la vicepresidenta, la ministra de educación, los viceministros y algunos Comisionados. También asistieron varios parlamentarios, entre ellos, los presidentes de las Comisiones sexta y séptima. Fueron invitados algunos rectores de universidades públicas, directivos de Fundaciones y algunos estudiantes y profesores con poca representatividad. 

¿Sobre qué invitó a dialogar el gobierno? Aunque parezca increíble permanecimos cinco horas hablando sin ninguna agenda. Se abordaron algunos de las cuestiones posibles, sin ningún orden, jerarquía, ni visión. La idea era conversar sin dirección sobre temas tan variados como los exámenes de admisión en las universidades, las emociones, la educación en las cárceles, el vandalismo, la educación inicial o técnica y el ICETEX, entre muchos otros. No hubo documento previo, ni temáticas acordadas al inicio, ni preguntas orientadoras. El profesor Wasserman dio unas indicaciones de carácter metodológico, que básicamente nadie tuvo en cuenta. La explicación es sencilla: ninguno de los invitados conocíamos de antemano el sentido o la naturaleza de la reunión. Nadie sabía para qué se convocaba. Así es casi imposible avanzar.

El país realizó un ejercicio muy profundo de concertación en materia educativa entre los años 2016 y 2017 que culminó en su tercer Plan Decenal: 2017 a 2026. Más de un millón de personas fueron consultadas y tras dos años de reuniones intensas las Comisiones Académicas y Gestora elaboraron un documento claro, sintético y jerárquico que establece los diez desafíos para la educación en la década en curso. Ese documento es de obligatorio cumplimiento. Sin embargo, no se tuvo en cuenta en la reunión, como tampoco en el Plan de Desarrollo. La conclusión es sencilla: el país sigue careciendo de política de Estado en educación. Parece no haber duda: no aprendemos de la historia, ni de las experiencias previas. Duele decirlo, pero así ¡nadie avanza!

Para profundizar: El Plan Decenal y la política pública en educación

La segunda pregunta es: ¿con quién dialogar? Tampoco en esa pregunta había claridad. No estaban presentes ninguna de las organizaciones de profesores o estudiantes que convocaban al paro, ni las que los representan. Estábamos personas del sector, pero dada la premura (fuimos citados el día anterior), fue inevitable que no pudieran avisarle a personalidades o expertos, entre algunos de ellos, por ejemplo, los rectores de la universidad de los Andes y la Javeriana, como tampoco ex ministros, decanos, líderes de opinión, investigadores o académicos que hayan participado en los diversos diagnósticos y planes anteriores. Para decidir a quién se debe invitar a dialogar es esencial contestar antes otra pregunta: ¿qué es lo que buscaba el gobierno con estos diálogos creados al calor de las masivas y diversas marchas gestadas desde el 21 de noviembre? Así llegamos a la pregunta clave: ¿Para qué fue citada una reunión tan extensa con el alto gobierno?

El propósito no era hacer un diagnóstico del sector o invitar a un trabajo conjunto con el fin de enfrentar los desafíos del país en esta materia. Si así fuera, algunos invitados habrían sido diferentes, entre otros, miembros de la Comisión Académica del Plan Decenal vigente y un grupo de la actual Comisión de Sabios, pero ellos no estaban representados. El objetivo de la reunión era otro: desconocer al Comité del Paro y buscar una estrategia para conducir al agotamiento de la protesta ciudadana. Para cumplir con este fin se reunió el alto gobierno con un grupo de unos sesenta educadores, quienes llegamos a ella sin preguntas previas y sin horizonte, pero con mucha voluntad. 

El gobierno tiene todo el derecho de convocar reuniones con quien quiera y cuando quiera, es sano y si están bien concebidas, pueden fortalecer las democracias. Pero cualquier persona con experiencia en administración sabe que el éxito de la reunión dependerá de la preparación previa, de que estén presentes los grupos necesarios para cumplir el propósito y de que se tengan claros los objetivos. Hay que reconocerlo, la Mesa de educación fue improvisada, descontextualizada y no tenía como propósito pensar en mejorar ni los diagnósticos, ni el derecho, ni la calidad de la educación en Colombia. Su propósito fue implícito: debilitar el paro.

Duele vivir en un país al que le cuesta tanto trabajo escuchar a los otros y que parece no aprender de sus experiencias previas. Duele no darnos cuenta de que uno de los males nacionales más arraigados es la intolerancia que se sigue reproduciendo, aunque nos causa los más graves males, entre ellos, la muerte. 

No hay duda, estamos ante un gobierno desconectado de la población, que no entiende los motivos de la indignación ciudadana y que no hace diagnósticos pertinentes para resolver los problemas. 

Los organizadores del paro también tienen graves problemas para dialogar. No se le puede pedir a un gobierno una protesta indefinida cuestionando algunas de las bases esenciales del modelo económico y laboral ¿Quién puede negociar así? Estos temas se pueden y se deben dialogar, pero de manera lenta, reflexiva y contando con todo el soporte académico e investigativo.

Así mismo, es lamentable que el sistema de Transmilenio no funcione durante las protestas. Los estratos medios y altos en general no se afectan con su bloqueo porque se movilizan en auto. Los afectados día tras día son 2,5 millones de trabajadores y jóvenes. No hay duda, el Comité y el gobierno debe dialogar de manera inmediata y en los temas de muy corto plazo, hay que garantizar  el restablecimiento de la movilidad total en Bogotá. También hay que llevar a cabo un trabajo conjunto para retirar a los vándalos de manera clara y efectiva. Los encapuchados son muy pocos y entre todos podríamos evitar que hagan presencia. La casi totalidad de manifestantes rechazamos de manera enérgica la presencia de encapuchados en ellas y así tiene que ser: la protesta para que sea justa debe ser con argumentos, con la cara destapada y mirando a los ojos. Con creatividad, tecnología, rechazo público y social e invitando al debate en las universidades, podrá la justicia individualizar los casos aislados de vandalismo y garantizar que se aproveche la ocasión para construir nuevos escenarios más democráticos y esperanzadores para la nación. 

Para profundizar: ¿A quiénes benefician los encapuchados en las protestas?

Sería en extremo contradictorio que alguien salga a la calle a defender la paz lanzando bombas caseras o que reivindique la defensa de la educación pública, al tiempo que destruye las estaciones de Transmilenio. Nos falta escucha, diálogo y voluntad para resolver un problema que sería más sencillo de enfrentar con creatividad y trabajo en equipo. Aun así, nadie va creer en la voluntad de un gobierno para investigar las denuncias presentadas por Amnistía Internacional sobre muy graves y diversos casos de abuso de la fuerza pública demostrados y registrados, si el alto gobierno sale inmediatamente a defender el actuar el ESMAD, antes de que se hayan iniciado las investigaciones y minutos después de que Medicina Legal confirmara el homicidio de Dilan Cruz. Así no se dialoga. Así no se construye esperanza.

Mi invitación es la misma que ayer le cursó un amplio grupo de parlamentarios de todos los partidos al gobierno y al Comité de Paro para que se garanticen reuniones de manera inmediata y no se siga sacrificando injustamente el pueblo trabajador en su movilidad. Hay que conformar mesas con presencia de académicos para abordar los diversos temas. Los jóvenes están preocupados por sus proyectos de vida y cientos de miles de colombianos los acompañamos en las calles el 21 de noviembre. Son nuestros hijos o nietos. Ellos han impulsado marchas pacíficas y con la cara destapada, han lanzado ideas y no piedras. Con razón les angustia su futuro, les duelen los proyectos de ley presentados por parlamentarios para que les paguen de manera ínfima su primer empleo o para recortarles sus pensiones. 

Para leer: Los desafíos de la educación colombiana

Hoy la angustia de los jóvenes del país es inmensa: tan solo el 10% de los egresados de la educación media que pertenecen al estrato uno, inicia sus estudios en la educación superior y la mitad de ellos los abandona. El 90% de los jóvenes en las zonas de postconflicto aspira ingresar a educación superior y una cifra superior se presenta para los egresados de los colegios públicos. Sin embargo, solo el 10% lo alcanzan. A millones de colombianos nos duele en el alma ver lo poco que se ha hecho para garantizar la vida de los líderes sociales y para sacar adelante el proceso de paz. 

Es una oportunidad única para que el presidente convoque al país, no para que respaldemos su gobierno, sino para que encontremos puntos de unión como nación. La alcaldesa electa en Bogotá le ha pedido al gobierno nacional más humildad para reconocer en qué se ha equivocado y le ha dado un horizonte claro para la superación de la crisis: convocar a un Pacto por la juventud. Sin duda, ese es el camino y las palabras claves son educación y empleo. Es decir, debemos hablar de un pacto por la educación y la juventud. Esa fue mi participación en la Mesa e informé que escribiría una columna al respecto. Estoy cumpliendo con mi promesa, que es algo esencial en cualquier diálogo.

Ojalá el presidente Duque convierta la dificultad en una oportunidad para crecer. Ojalá el presidente no opte por la estrategia del avestruz y escuche la enorme inconformidad ciudadana. Las marchas en las calles y los cacerolazos no son ningún invento del Foro de Sao Paulo, ni fueron previstas para tumbar al presidente. Son la expresión ciudadana, democrática y legítima de una juventud angustiada y de un país que sigue buscando la esperanza. Para resolver estos problemas hay que empezar por aprender a escuchar y dialogar sobre los grandes temas, de manera democrática, invitando a las personas adecuadas, con agendas previamente establecidas y partiendo de los diagnósticos previos. Nada de eso se cumplió en la Mesa de educación. Aun así, agradezco la invitación. Dedicar cinco horas es muy poco para todo lo que podemos ganar si aprendemos a dialogar.

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