Diana Saray Giraldo Columna Semana

Opinión

Un show repugnante

Por supuesto que toda iniciativa de reconciliación, perdón y verdad es bienvenida. Claro que necesitamos saber las verdades que Mancuso dejó de contarle al país. Eso no tiene discusión. Pero su responsabilidad con los miles de víctimas es algo muy distinto a que ahora suba a una tarima para ser ovacionado y que se erija ahora como el gran ejemplo de reconciliación.

Diana Saray Giraldo
5 de octubre de 2024

Salvatore Mancuso llegó a Montería en un vuelo comercial sobre las 2:30 p. m. del miércoles. Quienes estaban a esa hora en el aeropuerto Los Garzones no salían del asombro. Ver a uno de los más sanguinarios líderes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que sometió al departamento de Córdoba a una barbarie de sangre y terror, caminando como un ciudadano común, no parecía tener explicación, más cuando dentro de las condiciones para otorgar su libertad por parte de la Justicia Especial para la Paz estaba que no podía volver a las regiones donde había sembrado por décadas la muerte.

Pero no se trataba de una violación flagrante a las condiciones de libertad del exlíder paramilitar, el Mono Mancuso regresaba a su tierra, esta vez de la mano del mismo presidente de la república, Gustavo Petro, para hacer entrega de más de 8.000 hectáreas que fueron suyas a víctimas del conflicto armado.

Mancuso visitó a sus hermanos, a su mamá y a sus hijos. Disfrutó de su ciudad de origen como un hombre libre. Al día siguiente de su llegada, se dirigió al coliseo Happy Lora, donde lo esperaba el presidente Petro. Se tocaron los hombros, se sonrieron. Mancuso se quitó el sombrero vueltiao que llevaba y se lo entregó al presidente. El presidente lo recibió e hizo lo mismo con el suyo.

En este acto, Mancuso pidió perdón a las víctimas del despojo de tierras de las AUC. Dijo que en ese entonces consideró que utilizar un fusil para luchar por el país era la decisión correcta. “Frente a ustedes asumo la responsabilidad que me corresponde por tanto dolor, sufrimiento y lágrimas, por el despojo de tierras, por los vejámenes a los que fueron sometidos a través de las órdenes que impartí a quienes estuvieron bajo mi mando, desde lo más profundo de mi corazón les pido perdón”, dijo.

El auditorio lo ovacionó. “Te amo, Mono”, gritaron algunos presentes.

Fue entonces cuando el presidente Petro se dirigió a Mancuso y dijo que el proceso de paz con las autodefensas había terminado mal: “Los senadores y representantes que los aplaudían como héroes y salvadores los pusieron en un avión, encadenados y esposados, y los enviaron a una justicia extranjera; los traicionaron. La paz no se hace con traiciones”. Se refería a cuando en 2004, en medio del proceso de paz con las AUC, Salvatore Mancuso, Ramón Isaza y Ernesto Báez fueron recibidos en el Congreso con aplausos. Ahora el mismo aplauso se repetía, pero con el presidente Petro, el mismo que como senador denunció la influencia del paramilitarismo en Córdoba, como anfitrión.

La sorpresa fue aún mayor cuando Petro aseguró que, por esta traición, es necesario reabrir los diálogos de paz con los exparamilitares que se desmovilizaron durante el Gobierno de Álvaro Uribe, bajo la Ley de Justicia y Paz. “Le propongo instalar la mesa para finiquitar el proceso de paz que inició Álvaro Uribe Vélez con ustedes, esta vez sin traición y sin miedo a la verdad que existía en esa época”, le dijo Petro a Mancuso. El auditorio estalló en aplausos y gritos de cariño.

Lo que vimos en Montería es sencillamente repugnante.

Salvatore Mancuso acumula más de 30 fallos como responsable de los cerca de 6.500 crímenes que protagonizaron las AUC a su cargo. Según la Fundación Pares, Mancuso reconoció ante la Fiscalía su responsabilidad en 4.093 crímenes. “En la sentencia de Justicia y Paz se encuentran los siguientes delitos cometidos por este jefe paramilitar: homicidio, desplazamiento forzado de población civil, reclutamiento ilícito, desaparición forzada, tortura, secuestro simple, acceso carnal violento en persona protegida, actos de terrorismo, destrucción y apropiación de bienes protegidos, violación de habitación ajena, amenazas, actos sexuales violentos en persona protegida, prostitución forzada y hasta experimentos biológicos en persona protegida, además de secuestro extorsivo, abortos ilegales y apropiación de bienes protegidos”, se lee un informe de la fundación.

En febrero de 2000, Mancuso lideró la masacre de El Salado. Bajo sus órdenes mataron a cerca de 100 personas con piedras y machetes. Jugaron fútbol con las cabezas de sus víctimas. Esta fue solo una de las muchas masacres de Mancuso. Por todos estos hechos, el ahora gestor de paz no ha pagado ninguna pena en Colombia. Estuvo 17 años en Estados Unidos pagando su condena por narcotráfico. Pero por la sangre y muerte que derramó en Colombia no.

Ahora, el Gobierno ha decidido que sea un hombre libre.

Muchos destacan que esta entrega de tierras es un gesto de paz y reconciliación que debe aplaudirse. Aquí no hay nada que aplaudir. Esas tierras que se entregaron en Montería, como el gran gesto de Mancuso con sus víctimas, estaban ya en manos del Estado desde hace 17 años, en el marco de Justicia y Paz. Según registra Verdad Abierta, Mancuso entregó 416 bienes entre 2004 y 2013, de los cuales 57 son muebles y 359 inmuebles entre fincas, apartamentos, locales y oficinas. “De estos, entre 2004 y 2007, 117 bienes inmuebles fueron restituidos directamente; de 2004 a 2013, los casos de 79 predios fueron enviados a la Unidad Administrativa Especial de Gestión de Restitución de Tierras Despojadas; y entre 2004 y 2013, 49 fueron dispuestos para la administración del Fondo de Reparación de Víctimas, de los cuales nueve están en trámite de extinción de dominio”, informa Verdad Abierta. Solo que por fin llegaron a manos de sus destinatarios.

Por supuesto que toda iniciativa de reconciliación, perdón y verdad es bienvenida. Claro que necesitamos saber las verdades que Mancuso dejó de contarle al país. Eso no tiene discusión. Pero su responsabilidad con los miles de víctimas es algo muy distinto a que ahora suba a una tarima para ser ovacionado y que se erija ahora como el gran ejemplo de reconciliación.

Este show fue una cachetada con los miles de víctimas que siguen esperando su verdad, justicia y reparación.

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