OPINIÓN
Una economía decente para el bien común
Estamos regresando rápidamente a la vida como de costumbre. La llama de la transformación la agitan los y las jóvenes.
Durante lo profundo de la cuarentena, empezaron a surgir voces que llamaban a los dirigentes del mundo a hacer un alto en el camino. Esta tragedia anunciada desbordó con creces los escasos instrumentos de salud pública que las olas de privatización habían dejado en manos de los estados, salvo en Oriente y en los países socialistas. Allá los gobiernos entraron rápidamente a hacer testeos masivos, rastreo de casos, aislamiento preventivo, tratamiento en los territorios y atención social a los afectados.
Las cifras de mortalidad por covid-19 así lo revelan. Frente a un promedio mundial de 133 muertes por millón de habitantes, Uruguay y Cuba en nuestra región reportan 14 y 13, respectivamente; en Oriente y Oceanía: Hong Kong, 14; Japón, 13; Corea del Sur, 8; Nueva Zelanda, 5 y China, 3. Los países mejor librados son Vietnam, Taiwan y Tanzania, con menos de un muerto por cada 2 millones de habitantes. En comparación, Colombia tiene 520, Chile,674 y Estados Unidos,646 muertos por cada millón de habitantes.
Estas cifras revelan más sobre el modelo económico que sobre la virulencia del virus. ¿Por qué países con poblaciones grandes, pero modelos distintos muestran resultados tan disímiles? No es el tamaño de la población, el PIB per cápita, ni la cultura de las gentes lo que resulta determinante aun cuando no irrelevante. Las cifras son un llamado a reflexionar sobre los modelos de Estado, economía y sociedad cuya finalidad a fin de cuentas debería ser el bienestar de sus integrantes. Pero ¿lo es en realidad?
El año pasado se publicó en español un análisis de la crisis financiera de 2008 del teólogo y filósofo Hans Kung. Se titula: Una economía decente en la era de la globalización. Sin dejar de reconocer las leyes de la economía, Kung reclama que ello “no quiere decir que el lucro, por muy oportuno que sea, justifique todos los medios, incluido el abuso de confianza, la codicia sin límites y la explotación social”.
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Al igual que Thomas Mann frente al holocausto y la Segunda Guerra Mundial y el papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), Kung reclama el decálogo como “precepto básico y roca de la decencia humana”. Sin pretender enseñar economía se propone contribuir al “redescubrimiento y revalorización de la ética en la economía”. Es interesante resaltar cómo el propio papa Francisco encuentra que el modelo neoliberal falta a los diez mandamientos: “Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa.” Y continúa, “Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».”
La pandemia trajo una pausa para meditar y reconducir el comportamiento global. En un momento parecía que podríamos salir de la cuarentena física y ética en que hemos estado sumidos para reclamar nuevos comportamientos. Desde los patrones de producción y consumo para evitar el agotamiento de la naturaleza y enfrentar el cambio climático, hasta la actitud indiferente frente a la exclusión que permitió un trato tan desigual de los pobres sumidos en la informalidad y de los trabajadores y trabajadoras que mantuvieron funcionado a la sociedad poniendo en riesgo sus propias vidas.
Pero no. Estamos regresando rápidamente a la vida como de costumbre. La llama de la transformación la agitan los y las jóvenes. Solo el insistente accionar colectivo de la movilización social -“torrentes de energía moral”-conseguirá que los detentadores del poder acepten una economía decente al servicio del bien común. ¡No desfallezcamos!