OPINIÓN

Una en cien años

Es aún muy temprano para saber si la biología del covid-19 es más virulenta o letal que la del H1N1 de 1918. Se sabe, por ejemplo, que el primero ataca con especial sevicia a las personas con enfermedades preexistentes. Es en buena parte por esto que se ensaña con la población mayor.

Esteban Piedrahita, Esteban Piedrahita
6 de abril de 2020

Hace casi exactamente 100 años, el mundo vivió una pandemia viral peor que la actual. La pérdida de vidas fue descomunal. La estimación más reciente habla de 17,4 millones de muertes en una población de 1.800 millones (1%); aunque otras hablan de 50 millones (2,8%) y hasta de 100 (5,6%). La extrapolación de esas tasas de mortandad a la actualidad arrojaría 80, 220 y 440 millones de víctimas, respectivamente. En islas como Tahití, el 13% de la población pereció en el primer mes; en Samoa, el 22% en solo 2 meses.

A pesar de la monstruosa tragedia que la mal llamada “Gripe Española” de 1918 representó para millones de familias, la mayoría de la humanidad regresó, más temprano que tarde, a la normalidad. Tanto es así, que pocos de quienes estamos vivos hoy conocíamos de su existencia. 

Es aún muy temprano para saber si la biología del covid-19 es más virulenta o letal que la del H1N1 de 1918. Se sabe, por ejemplo, que el primero ataca con especial sevicia a las personas con enfermedades preexistentes. Es en buena parte por esto que se ensaña con la población mayor. El virus de 1918, en cambio, fue altamente mortífero para personas en perfecto estado de salud entre los 15 y los 34 años.

Lo que es claro es que el mundo está hoy muchísimo mejor preparado para confrontar este tipo de amenaza. En 1918, los científicos no conocían de la existencia de la familia de los virus de la influenza; pensaban que esta la causaba una bacteria. No había exámenes diagnósticos para este tipo de enfermedades, ni remedios antivirales. Tampoco había antibióticos, clave para el tratamiento de las infecciones pulmonares que estos virus inducen. Aún más, no existían las unidades de cuidados intensivos ni los ventiladores mecánicos. Y, mucho menos, la capacidad tecnológica para identificar y rastrear casos y contagios, y difundir y procesar información.

Aparte de las limitaciones técnicas de la época, y de sus altísimos niveles de pobreza e insalubridad, la coyuntura tampoco ayudó. Como los primeros brotes se dieron en plena Primera Guerra Mundial, muchos gobiernos censuraron la información. Como España era neutral en la guerra, sus medios sí reportaron sobre la epidemia; de allí su nombre. Aunque el Gobierno chino es culpable de haber escondido por varias semanas la existencia del virus, y demagogos como Trump, Bolsonaro y AMLO han hecho lo posible por desinformar, la gran mayoría de los países del mundo han tomado oportunamente medidas de contención y mitigación robustas e informadas por la ciencia.

Una lección fundamental de la pandemia de 1918 es que el distanciamiento social funciona. Un estudio publicado en la Revista de la Asociación Médica de EE.UU. en 2007, que evaluó la respuesta de 43 ciudades norteamericanas a esa crisis (no hubo una estrategia nacional coordinada), muestra cómo aquellas que tomaron medidas más temprano y mantuvieron cuarentenas más largas redujeron significativamente la mortalidad. Más sorprendente es un artículo recién publicado por economistas de la Reserva Federal y MIT que sostiene que la recuperación económica en esas ciudades fue más rápida que en aquellas que se demoraron o fueron más laxas. 

La disponibilidad de tecnología médica y digital (implementada con éxito en Asia), así como de “tecnología” económica (aprendizaje de otra catástrofe: la Gran Depresión de los años 30), hace prever que la afectación de la pandemia esta vez, aunque sustancial, será mucho menor. Y que el necesario distanciamiento social se podrá ir calibrando y focalizando por grupos particulares para no afectar desmedidamente el sustento económico de la sociedad.

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