Erick Behar

Opinión

Una ley absurda mientras se hunde el barco

Bienvenidos, de nuevo, a Legalandia, ese país en el que se forjan reglas sin ver más allá, sin siquiera imaginar su inconveniencia, poniendo la forma y la emotividad por encima del fondo.

Erick Behar Villegas
24 de marzo de 2025

Mi perro Simón, un bulldog feliz y juguetón, falleció luego de una cirugía a sus cinco años. Cualquiera que haya vivido la partida de su mascota conoce este lugar y momento oscuro, además de la fácil incomprensión del entorno ante este sentimiento. Sin embargo, me pregunto si se habría justificado que me dieran una licencia remunerada de uno a tres días, no solo por Simón, sino por mis otros dos perros que fallecieron hace años. Así lo quiere un proyecto de ley del Pacto Histórico que pasó su primer debate. Me pregunto si habría sido justo con mi empleador del momento en Colombia.

Bienvenidos, de nuevo, a Legalandia, ese país en el que se forjan reglas sin ver más allá, sin siquiera imaginar su inconveniencia, poniendo la forma y la emotividad por encima del fondo. Quisiera tomar ese proyecto de ley, el 148 de 2024, y mirarlo a través de lo que llamo la Arquitectura de Incentivos (AoI), una teoría de gobernanza que venimos desarrollando hace un tiempo en el Tecnológico de Monterrey. Pero antes, quiero contarles a los lectores una historia.

Había una vez un barco que, asediado a estribor y babor por bestias y pirañas gigantes, acababa de golpear un témpano de hielo. Extrañamente, el barco tenía un capitán que nunca tomaba el timón y difícilmente tenía las credenciales para navegar. Este pasaba sus días dando discursos confusos a los pasajeros, babeaba azuzándolos y prometiendo paraísos oníricos. Mientras tanto, algunos pocos marineros trataban de navegar, pero los mejores iban siendo retirados del servicio. Entonces, los amigos del capitán decidieron proponer un concurso: “¿Quién puede pintar el barco más bonito en el comedor?" En el certamen invirtieron el dinero necesario para las reparaciones del barco; prefirieron evitar pasar por el puerto de emergencia, cerraron la enfermería para enseñar a dar arengas y usaron la pintura de la quilla y el costado para que la gente pintara. En poco tiempo, el barco se hundió, pero afortunadamente para el capitán y sus amigos cercanos, la lancha de rescate los logró poner a salvo. Solo a ellos. En cambio, los pasajeros perecieron en el olvido y el silencio del mar.

Volvamos a los incentivos y a este generoso e ingenuo proyecto, que apenas se ha pensado para perros y gatos. Digo generoso, porque lo es con el dinero de otros. Nunca con el propio.

En la AoI, lo primero que preguntamos ante una iniciativa de políticas públicas o corporativas es: ¿qué podría salir mal con esta propuesta? Luego, les pedimos a los que la propusieron que ellos mismos le den una mirada crítica a su propuesta y la cuestionen, utilizando unos gráficos y otros instrumentos, pasando a mejorarla, pues “no hay tiempo ni recursos para saberlo”. Por eso usamos el concepto de plausibilidad (por ejemplo, si usted se lanza a cruzar una calle con semáforos en verde, ¿qué resultado es plausible, sin que tenga que hacer el experimento?).

Hagamos el análisis.

En su artículo 3, el proyecto dice que se concedería al trabajador “en caso de fallecimiento de su animal doméstico, una licencia remunerada por luto de un (1) día hábil; en caso de fallecimiento de animales de asistencia y/o de soporte emocional, al trabajador se le concederá una licencia remunerada por luto de tres (3) días hábiles”. A esto le agregan que no importa el tipo de vinculación laboral que haya. ¿Qué podría salir mal?

Primero. Imaginen el desincentivo para futuros o actuales empleadores para contratar o mantener a alguien cuando sepan que la persona tiene una mascota. De hecho, el artículo 4 dice que se debe informar al empleador cuando uno tiene una mascota.

Segundo. Imaginen el riesgo que se genera al pasar la licencia de uno a tres días, cuando se tiene un animal de soporte emocional. ¿Acaso no han analizado el problema en las aerolíneas? Ahora abundan las mascotas de soporte emocional en los vuelos. De repente, tantos perros pasaron a la categoría de apoyo emocional, pero aquí ni se tiene en cuenta el incentivo perverso de categorizar a la mascota así para que sean tres días y no uno.

Tercero. Pensemos en el problema macroeconómico. Como el mismo proyecto de ley dice en su exposición de motivos, más del 40 % de los hogares de Bogotá reportan al menos una mascota. Teniendo en cuenta la corta vida promedio de las mascotas en relación con la del ser humano, pensemos en la frecuencia y en el agregado, sobre todo en casos en que hay varias mascotas en casa. ¿Cuántos días de trabajo se perderán?

Cuarto. Pensemos en el problema legal que se puede generar cuando dueños de mascotas distintas a gatos y perros se sientan discriminados, demanden y también sea necesario darles licencia remunerada, porque se les murió la tortuga o el canario.

Sin llevar el análisis de la AoI más lejos por temas de espacio y método, lo que hacemos luego es preguntarnos cómo se puede mejorar la iniciativa. Esto lo hacemos en talleres que al final concluyen si hay viabilidad o no. Algún día, eso sueño ingenuamente, cada proyecto de ley que pasen debería contar con un análisis simplificado de su arquitectura de incentivos y sus cálculos de costo y beneficio. En este caso, la inconveniencia es demasiado clara.

Pero como en nuestra historia, el barco se está hundiendo, no hay espacio para mirar estas cosas, porque el concurso de la pintura del barco se lleva la atención; la emocionalidad de las arengas del capitán convence al pueblo desesperado de optar por su propia calamidad, hasta que el arrepentimiento se pierde en el mar.

Amigos congresistas, por favor, sean serios.

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