JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

Una paz titánica

Que parece naufragar, como el Titanic, en las aguas heladas del Atlántico.

18 de abril de 2023

Dice The Economist en su última edición que la “Paz Total” parece más un lema que un proyecto realizable. Sustenta su tesis en que tanto el Clan del Golfo como el ELN han rechazado, mediante graves actos de violencia, el ramo de olivo que con enorme candidez les regaló el Gobierno -la suspensión de acciones militares- omitiendo una regla básica en cualquier negociación. Nunca se hacen concesiones unilaterales a la contraparte sino en la mesa de negociaciones, y siempre a cambio de algo.

Sin embargo, esos episodios sangrientos son, apenas, la gota que llenó el vaso. Vienen precedidos por un cúmulo de graves errores: la ingenua creencia de que por ser Petro un gobernante de izquierda, esa sola circunstancia allanaría el camino con los Elenos. La parálisis de las acciones castrenses para la preservación del orden público que ha fortalecido a los subversivos. La adopción de la inicua tesis del “cerco humanitario” para justificar el secuestro de setenta militares. La designación de un ministro de Defensa que, por su trayectoria, habría sido un buen ministro de justicia o magistrado, pero que no es adecuado para liderar las tropas. La falta de experiencia del Comisionado de Paz y de quienes lo acompañan en su labores. La ostensible premura para alcanzar resultados tangibles, lo cual ha colocado al Estado en desventaja: es quien tiene prisa.

Si miramos con una perspectiva más amplia puede afirmarse que Colombia está atrapada en una tesis que pudo ser cierta décadas atrás -para nosotros y para buena parte de los países de la región- en el contexto de la Guerra Fría y el triunfo de la Revolución Cubana: la existencia de un conflicto armado interno de carácter político, teoría superada en el resto de América Latina, pero que tercamente subsiste en Colombia. Continuamos negándonos a asumir que la violencia sistemática es meramente criminal, así se trate de disfrazarla con panfletos revolucionarios y uniformes.

No hemos sido capaces de reconocer que el supuesto respaldo popular del que las Farc se jactaban jamás se materializó en los comicios; que a las autoridades mexicanas no se les ocurre dar estatus político a las mafias de la droga, tan íntimamente conectadas con las nuestras; que la prensa registra a diario que los actos de violencia contra las autoridades y los integrantes de otros grupos “colegas”, obedecen a disputas en torno a botines, rutas y mercados ilícitos. No de proyectos para mejorar la sociedad. Y que, por último, los asesinatos de los denominados “lideres sociales” los cometen, de ordinario, miembros de esas bandas, no agentes del Estado.

Superar este lastre que gravita sobre la psique colectiva tomará tiempo, pero, quizás, el proceso de cambio ya comenzó con la publicación, concertada entre un grupo de gobernadores, del escudo nacional. Allí se enuncia, con rotuna claridad, un valor fundante de nuestro sistema político: “libertad y orden”. Para que aquella esté garantizada, este es indispensable.

Forzado por las circunstancias, el gobierno ha suspendido la tregua concedida al Clan del Golfo. Le toca concentrarse en lograr la aprobación por el Congreso de la “ley de sometimiento”, un empeño de resultados inciertos. La discusión ha girado sobre un tema importante: el derecho de los delincuentes a retener, bajo ciertas condiciones, una parte de la riqueza acumulada en las actividades ilícitas. Sin embargo, hay otros que también requieren cuidadosa atención: ¿Hasta qué punto la desmovilización de los capos actuales -que muy seguramente querrán jubilarse- no suscitaría una mera renovación de las elites criminales? ¿En dónde una política como la que propone el gobierno ha servido para desmantelar emporios delincuenciales gigantescos? ¿Cómo le ha ido a México con su estrategia de “Abrazos y no balazos”?

La agenda pactada en el segundo ciclo con los Elenos fue, para estos, un triunfo abrumador. Nos enteramos, leyéndola, de que el acuerdo con las Farc no vale nada: si antes padecíamos un conflicto armado interno de más de cincuenta años, frescos queridos compatriotas: ¡ahora son más de sesenta! Estamos de regreso al punto de partida. Para poner esta cifra en contexto recordemos que la Guerra del Peloponeso, en el siglo V a.C, duró más o menos treinta años, lo mismo que la guerra interna entre los principados alemanes a la que puso término la Paz de Westfalia en 1648. Las dos guerras mundiales del siglo pasado, si fueren consideradas una sola, se habría librado durante veinte y siete años. La guerra civil más larga de Colombia fue las de los mil días, o sea tres años.

El texto firmado en México permitirá “examinar, desde una perspectiva democrática, el modelo económico, el régimen político y las doctrinas que impiden la unidad nacional”. ¿Qué será una perspectiva democrática para quienes nunca la han practicado?

En ese enunciado cabe cualquier cosa, no solo, como lo dice el jefe negociador del gobierno, la revisión del “modelo neoliberal”, pero dejando incólume el sistema capitalista. Como lo ha dicho Petro, ese supuesto neoliberalismo se plasma en las leyes que se han expedido con base en la Carta de 1991, de tal modo que no se percibe de qué manera se puede modificar ese supuesto modelo sin acotar o eliminar el sistema económico subyacente. Decir, de otro lado, que se examinarán unas doctrinas que se consideran perniciosas, es una tontería. Ellas no son objeto de negociación sino de debate. Si este fuere el objetivo, la negociación es superflua. Hablemos en una universidad, un sindicato o una maloca, siempre que no nos rodeen, para protegernos, de “primeras líneas”.

Se pactó tambien que podría haber acuerdos parciales, una manera eficiente para acumular victorias irreversibles, y poder levantarse de la mesa, poco antes del fin del gobierno actual, sin haber pactado nada sobre desmovilización y desarme. Para el cumplimiento de este propósito mucho ayudaría a los Elenos pactar, para quitarse la presión militar de encima, una tregua cuya verificación sea imposible. Si lo logran, como temo, volveremos a cometer un error semejante al despeje del Caguán.

Briznas poéticas. Palabras simples de Horacio Benavides: “Hunde su pico en el polen / Más quieto mientras más rápido vuela / Más brillante cuanto más se consume en el éxtasis”.

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