Alberto Donadio  Columna

OpiNión

Una presidenta para Irán

Cuando en la próxima revolución sea destruido el mausoleo de Jomeiní, en su lugar debe erigirse un monumento a la doctora Farrokhroo Parsa y a todas las mujeres asesinadas y perseguidas en Irán.

Alberto Donadio
3 de diciembre de 2022

En 1976 solo dos países en el mundo tenían ministerios que se ocupaban de asuntos de la mujer: Francia e Irán. Hoy las mujeres de Irán llevan más de 40 años padeciendo la más abominable satrapía religiosa de la historia contemporánea, que está en el poder desde comienzos de 1979 cuando ese Stalin de la religión llamado el ayatola Jomeiní aterrizó en Teherán. Cuando murió en 1989, lo reemplazó el actual líder supremo de Irán, el ayatola Alí Jamenei. Ambos instauraron el apartheid contra las mujeres.

El apartheid contra los negros en Sudáfrica duró 46 años, de 1948 a 1994. La tiranía de los ayatolas pronto va a cumplir 44 años en el poder. Si el telescopio espacial James Webb descubre que hay justicia en las galaxias, sería hora de que se aplique disponiendo el derrocamiento de la dictadura en Irán. No es grato reconocerlo, pero las mujeres en Irán estaban mejor con el dictador anterior, el shah o sah Mohamed Reza Pahlevi, un monarca cleptócrata que acumuló una fortuna calculada, cuando huyó de Irán, en 20.000 millones de dólares. Robaba y además torturaba a los opositores con la policía secreta, Savak, pero las mujeres tenían derechos y no las sometían a la prisión del vestido. El Gobierno iraní estaba formado por hombres con la visión patriarcal tradicional. No eran feministas, pero sí partidarios de modernizar el país.

La ministra para asuntos de la mujer que nombró el shah se llama Mahnaz Afkhami. Tenía 34 años cuando llegó al gabinete. Hoy tiene 81 años y vive aún porque en 1978 estaba en viaje oficial en Estados Unidos. Ya había protestas contra el sah en Irán y su marido le aconsejó que no regresara. Eso le salvó la vida. Creó una organización internacional defensora de las mujeres. Meses después la única otra mujer que había sido miembro de un gabinete ministerial en Irán fue llamada prostituta por el régimen de Jomeiní y ejecutada por un pelotón de fusilamiento en el barrio de tolerancia de Teherán. Se llamaba Farrokhroo Parsa. Había sido nombrada ministra de Educación por Mohamed Reza Pahlevi en 1968 y era médica. Cuando a la señora Parsa la condenaron a muerte, escribió una carta a sus hijos: “Soy médica y por eso no tengo miedo a la muerte. Estoy dispuesta a recibir la muerte con brazos abiertos antes que vivir en la vergüenza de ser obligada a utilizar el velo. No estoy dispuesta a usar el chador y retroceder en la historia”. La exministra fue acusada de fomentar la prostitución en el Ministerio de Educación. Para los que rodeaban al ayatola, cualquier mujer que quisiera participar en los asuntos públicos era una prostituta. No era un insulto, era una convicción.

Cuando en la próxima revolución sea destruido el mausoleo de Jomeiní, lo cual podría suceder como sucedió con las estatuas de Sadam Huseín en Iraq, en su lugar debe erigirse un monumento a la doctora Farrokhroo Parsa y a todas las mujeres asesinadas y perseguidas en Irán. Hace unos días los manifestantes incendiaron la casa donde nació Jomeiní, de modo que la idea no es prematura. Las primeras medidas que tomó Jomeiní estuvieron dirigidas contra las mujeres: derogó las leyes vigentes que les concedían derechos, como el derecho al voto, siete meses de licencia de maternidad, guarderías en todas las empresas, salario completo por medio tiempo de trabajo a las madres de niños hasta los 3 años. Esas medidas se tomaron el mismo mes en que el ayatola regresó a Irán, en febrero de 1979. Uno de los primeros decretos obligó a las mujeres a cubrirse la cabeza en oficinas públicas. Y las primeras protestas contra Jomeiní, en marzo de 1979, provinieron de mujeres que salieron a la calle. Se dieron cuenta de que no habría democracia, sino que se había implantado una teocracia. La revolución contra el shah buscaba democracia, pero fue secuestrada por los fundamentalistas islámicos.

Una de las diez primeras personas en ser llamada corrupta de la tierra y guerrera contra dios fue la ministra de las mujeres del shah, Mahnaz Afkhami. Ella recuerda que al inicio, cuando el ayatola Jomeiní decía que las mujeres no debían ser objetos sexuales, esa afirmación fue bien recibida. Pero el pueblo de Irán no entendió que el ayatola quería decir que las mujeres debían cubrirse de la cabeza a los pies con un chador negro. Salvajes llama la exministra a los actuales gobernantes de Irán. Se sostienen en el poder gracias a la fuerza bruta, igual que los aliados de Irán como Vladímir Putin y Nicolás Maduro. A todos los crímenes imputables al régimen iraní hay que sumarle uno más, su guerra contra el humor. Jomeiní dijo una vez que Alá no creó el hombre para que se divirtiera, sino para sufrir y orar. “No hay chistes en el islam, no hay humor en el islam”, sentenció. Cuando caigan los ayatolas, una mujer debe ser presidenta de Irán.

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