Alejandro Cheyne, rector de la Universidad del Rosario.

Opinión

Una reflexión sobre el turismo extravagante y oscuro en la hipermodernidad

Se ha reavivado el debate sobre el “turismo oscuro”, que atrae a las personas que quieren tener una experiencia única en escenarios relacionados con tragedias, desastres y muerte.

1 de julio de 2023

Recuerdo cómo hace unas décadas viajar en avión alrededor del mundo era un lujo reservado para pocos. Las vacaciones de las celebridades en Mallorca o en Saint-Tropez también lo eran, pero ahora eso parece no ser suficiente para una sociedad hipermoderna con personas que buscan experiencias que les permitan diferenciarse de los demás, ya sea por ser los primeros en vivirlas o por pertenecer a un selecto grupo de quienes lo han hecho. Por ello, se exige más innovación para lograr esa exclusividad con viajes incluso extravagantes como el turismo espacial, las expediciones al fondo del mar para ver los restos del Titanic, las cenas de lujo en el Everest, entre muchas otras opciones.

Además, se ha reavivado el debate sobre el “turismo oscuro” (concepto acuñado en 1996 por los profesores e investigadores Malcolm Foley y John Lennon), que atrae a las personas que quieren tener una experiencia única en escenarios relacionados con tragedias, desastres y muerte. Así, hay quienes visitan una favela en Brasil para experimentar los tiroteos entre bandas criminales, quienes recorren Prípiat como ciudad fantasma tras la tragedia de Chernóbil, quienes se acercan a la mansión donde ocurrió la masacre ejecutada por los seguidores de Charles Manson o quienes hacen el “narcotour” en Medellín.

Un estudio realizado por la web Passport Photo Online, en el que participaron cerca de 1000 viajeros, reveló que el turismo oscuro es una tendencia creciente. El 82% de los encuestados afirmó haber visitado al menos un destino de turismo oscuro en su vida, y del 18% restante, el 63% expresó su interés por hacerlo.

¿Qué provoca que este tipo de turismo sea tan atractivo? Sin duda, los turistas experimentan emociones intensas al acercarse a escenarios donde ocurrieron hechos violentos o catastróficos. Algunos pueden tener un interés cultural, otros una simple curiosidad, un deseo de seguir la moda, empatizar con el sufrimiento o cualquier otra razón, pero lo que finalmente buscan todos es vivir una experiencia única e irrepetible. Resulta difícil entender las motivaciones de quienes se interesan por recorrer lugares como el mercado central de Markale en Sarajevo, donde murieron cientos de civiles, o por visitar Ucrania a pesar de los riesgos que persisten, con el objetivo de presenciar directamente los efectos de la guerra.

Estas experiencias, que también representan oportunidades de negocio, merecen una reflexión crítica y respetuosa. Detrás de cada uno de estos lugares hay un dolor que no solo afecta a quienes lo padecieron directamente, sino también a la sociedad en su conjunto. No se puede trivializar ese sufrimiento con souvenirs o fotos en redes sociales. Por el contrario, se necesita un análisis profundo y pedagógico tanto por parte de quienes ofrecen estos servicios turísticos como por parte de quienes los demandan, a fin de contribuir a la reparación y la memoria de las víctimas, y evitar la revictimización o el olvido.

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