OPINIÓN

Una vergüenza la política de seguridad de Colombia

La impresión que queda es que gran parte del Gobierno no controla nada, no gobiernan nada y se los pasan, literalmente, por la faja.

Ariel Ávila, Ariel Ávila
13 de mayo de 2020

Durante los últimos días se conocieron, al menos, tres grandes escándalos que envuelven la fuerza pública colombiana: el primero fue el perfilamiento, seguimiento y chuzadas a, al menos, 130 personas. La respuesta del Ministerio de Defensa y las autoridades es, sencillamente, desconcertante. Manifestaron que son acciones individuales y que los altos mandos no sabían. La deducción obvia es que si no sabían se demuestra que hay problemas de mando y control y, sobre todo, que cualquier sector político podría infiltrar la estructura de la fuerza pública y utilizarla para su beneficio. Así las cosas, manifestar que los altos mandos no sabían, demostraría una débil arquitectura institucional. La otra opción,la de que ellos sabían, es aún más complicada.

El segundo escándalo se derivó de un frustrado plan militar o, también, denominada operación comando, la cual fue planeada, al parecer, con la complicidad de la oposición venezolana y un grupo de mercenarios que tenían como objetivo secuestrar a Nicolás Maduro y parte de su grupo cercano. La descripción de la operación es sencillamente ridícula y parece hecha para una tira cómica. Sin embargo, lo complejo de esto son tres cosas. Por un lado, el nombre de Clíver Alcalá, el cual había surgido hace unas semanas, luego de la caída de un cargamento de armas. En segundo lugar, una supuesta base de entrenamiento de mercenarios en el departamento de La Guajira y, por último, la participación de los cercanos a Guaidó en este entramado.

Nuevamente, el ministro de Defensa dijo que no sabía nada de la operación y de la supuesta base de entrenamiento de mercenarios. Lo complicado acá es que cuando Carlos Holmes Trujillo era canciller se paseaba por todo lado con los delegados de Guaidó, incluso, se le cuestionó que estaría dando a conocer información sensible del Estado colombiano a estos representantes de Guaidó. Ahora, con este supuesto desconocimiento de la operación, Colombia queda en ridículo, es decir, mercenarios utilizan territorio colombiano, transportan armas, contratan entrenamientos armados y las autoridades no saben. No sé cuál sea, entonces, la política de seguridad.

Lo tercero y lo más ridículo fueron unas lanchas artilladas, las cuales, supuestamente, quedaron mal amarradas y terminaron del lado venezolano. Son dos botes Boston Whaler artillados y un bote administrativo fluvial. Resulta complicado creer esta versión. Por ejemplo, a un campesino no se le desamarra su voladora o lancha y se va río abajo. Menos una lancha artillada, la cual no la amarran con una cabuya vieja a un palo. No creo que las amarren con lazos viejos a punto de romperse. Sin embargo, esta fue la versión que entregaron las autoridades colombianas.

Perfilamientos y persecución a la oposición y periodistas, supuestas bases de mercenarios y lanchas artilladas mal amarradas esa ha sido la semana para las autoridades de seguridad del país. Para ninguno de los tres hechos las versiones han dejado satisfechas a víctimas, periodistas o analistas. Tampoco se han aclarado varias de las circunstancias, pero, principalmente, no ha quedado claro hasta dónde sectores políticos utilizan el aparato de seguridad del Estado colombiano de forma indebida o ilegal.

Por ejemplo, lo que llaman la oposición venezolana se mueve en el país como pez en el agua, se reúnen en hoteles, planean acciones de todo tipo contra Maduro y participan en reuniones de autoridades colombianas en las que se ventila información neurálgica para el país. Todo eso parece no importarle al Gobierno colombiano, que ha quedado como un verdadero bufón ante todos estos acontecimientos. También, aquí cabe un ejemplo, el Gobierno Duque tomó como estrategia victimizarse por los perfilamientos que hizo la inteligencia militar, pero ha tomado muy pocas medidas para evitar que eso ocurra de nuevo. Es como si no le importara o, al menos, como si quisiera aparentar que no le importa.

La impresión que queda es que gran parte del Gobierno no controla nada, no gobiernan nada y se los pasan, literalmente, por la faja. Aunque, también cabe la posibilidad de que no estén reconociendo su participación en varios de estos hechos.

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