OPINIÓN
Vacunas en coliseos: no para adultos mayores
Se equivocan las autoridades con el espectáculo de las vacunas en sitios de alta concentración.
La buena noticia es que la vacunación avanza en el país. La mala es que vamos muy lento, incluso al compararnos con países similares de América Latina. Después de ajustar por tamaño poblacional, Brasil va diez veces más rápido que nosotros. Argentina y México nos superan por cinco veces. Con Chile ni siquiera vale la pena la comparación. No importa la cifra o indicador que nos inventemos: empezamos tarde y vamos lento.
Los inconvenientes del programa de vacunación no solo son responsabilidad del gobierno nacional. Las autoridades locales tampoco ayudan. Un buen (o más bien mal) ejemplo tiene que ver con la incongruente estrategia de obligar a los adultos mayores (muchos con discapacidades significativas) a desplazarse hacia lugares propensos a la concentración de público y la multiplicación de desórdenes.
Después de un año de pandemia y de que todos estemos pensando en esto todo el tiempo, me parece increíble que esta idea haya sido la mejor que pudimos concebir para iniciar la vacunación en personas ajenas a la profesión médica. Quizás un simple simulacro hubiese mostrado que los inconvenientes de este arreglo superan ampliamente sus beneficios, tal como lo hemos observado en estos primeros días en lugares como el Movistar Arena y otros coliseos públicos.
Personas no agendadas que llegan a los sitios de concentración, que llegan antes de su cita, o que llegan con más de un acompañante. Y todos ansiosos, exaltados y preocupados por el bienestar de sus familiares, quienes se encuentran en alto grado de vulnerabilidad. Se completa el coctel con el personal de apoyo logístico que apenas se encuentra en proceso de entrenamiento y que aún no tiene buena capacidad de adaptación y reacción ante lo inesperado que pueda surgir.
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Se podría decir que esto es normal, que es parte de un proceso, y que con el paso de los días y semanas la situación mejorará. Que debemos tener paciencia. Seguramente todo eso es cierto. El problema es que hayamos decidido experimentar y aprender con la población más vulnerable. Con aquellos que son precisamente los que debemos proteger. Semejante aproximación muestra una gran falta de criterio.
En mi círculo familiar hay adultos mayores que se encontraban entusiasmados con la expectativa de una pronta vacunación y lo que esto representa en sus vidas cotidianas. Con la vacuna se acaba su encierro y se elimina la zozobra de considerar un domicilio un posible riesgo letal, así como el absurdo ya normalizado de no abrazar a los nietos. Esta ha sido la realidad para centenares de miles de colombianos.
Hoy el entusiasmo se puede convertir en desconsuelo. Personas que, siguiendo las mismas recomendaciones de las autoridades de salud, no han salido de sus casas y se han aislado de sus familiares, ahora reciben la instrucción de ir a hacer fila en lugares no adaptados para esto y con riesgos de aglomeraciones y desórdenes. Muchos pueden optar por no vacunarse. Su temor sería legítimo y responsabilidad de las autoridades locales.
La sugerencia es sencilla: regresemos a la idea original, que fue resultado de análisis y recomendaciones de expertos, de que la primera etapa para adultos mayores se resuelva por medio de los sitios dispuestos por las Instituciones Prestadoras de Servicios de Salud (IPS). En Bogotá hay cerca de 400 con condiciones de acceso e infraestructura mucho más apropiadas que los grandes coliseos. Y dejamos los espacios masivos (y las fotos con fines electoreros) para cuando sea mínimo el riesgo que estamos tratando de controlar.