Francisco Santos Columna Semana

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Venezuela, país de mafias

El panorama del vecino es terrorífico. Chávez y Maduro lo destrozaron. Tener una Venezuela siquiera parecida a la de antes del teniente coronel tomará décadas. Reconstruir instituciones, entre ellas las de seguridad, y derrotar esas organizaciones delictivas enquistadas en la sociedad y el territorio es tarea de muchos años.

Francisco Santos
1 de octubre de 2022

Lo de menos fue la reapertura de la frontera que Nicolás Maduro había cerrado en 2015. Las trochas se encargaron de mantener el tráfico y el comercio, legal e ilegal, y solo se formalizó la legalización de lo que ya hay. Y, eso sí es positivo, les reduce los ingresos a los grupos ilegales que cobraban por cada paso en las trochas.

Lo que no deja de sorprender es la ligereza de los medios para tragar entero. Sin entrar en un análisis de lo que es Venezuela hoy y cómo esos sueños de negocios y de normalización de relaciones son apenas un espejismo para que unos pocos se hagan ricos cobrando comisiones, tal y como lo hacían, entre otros, la senadora Piedad Córdoba con Chávez y luego con Maduro a través de Álex Saab.

Venezuela es un Estado fallido, sin instituciones y donde distintos grupos ilegales controlan pedazos de la nación para extraer ilegalmente riquezas y además mandar. En la frontera el poder es el ELN. En Apure y el estado Amazonas son las Farc. En el Orinoco, estos mismos grupos más Hezbollah. Los colectivos, los pranes (grupos de criminales liberados de la cárcel), los narcos controlan gran parte de Caracas y las principales ciudades de Venezuela. El Estado y sus fuerzas se reducen apenas a una presencia menor y a veces en complicidad con los criminales.

Hoy, Venezuela es la Somalia de América Latina. Un país fragmentado entre estructuras criminales con un Gobierno central que ejerce poco control sobre la nación. La economía tiene una gran fuente de financiación, los dineros de la droga, pues Venezuela es el gran epicentro del narcotráfico y lavado en Suramérica, además de los recursos de la minería ilegal. La economía formal apenas existe, el bolívar como moneda es un mal chiste, todo está dolarizado y la ilegalidad es el pan de todos los días. Con la hiperinflación, las pensiones y los salarios son ridículos y por eso desertan los soldados, los profesores, los funcionarios públicos. Ganan salarios, o reciben pensiones, que no suben de los 40 dólares al mes.

Entonces, cuando el embajador Armando Benedetti, que más parece un títere de Maduro que un embajador de 50 millones de colombianos, quiere vendernos ese futuro de relaciones comerciales brillantes y de innumerables negocios entre las dos naciones, no solo está engañando a Colombia, sino que muestra un panorama irreal en el que muchos empresarios van a quedar estafados, como sucedió hace pocos años.

No sé si ello quiere decir que el abogado del embajador Benedetti, Mauricio Pava, quien coincidencialmente ofreció de manera pública sus servicios precisamente en este sentido, va a ayudar a hacer negocios en Venezuela o, como ya sucedió antes, va a ser el intermediario con jugosas comisiones para ayudarles a las empresas a que les paguen, les devuelvan lo expropiado e incluso los dejen instalarse y trabajar. El tiempo lo dirá, pero el precedente ilumina.

A este terrible panorama hay que sumarle la pieza mayor. Solo así se entiende por qué Venezuela está como está. Y es que el supuesto Gobierno de Nicolás Maduro es simplemente una organización criminal en todo sentido. Maduro, los hermanos Rodríguez Gómez, Cilia Flores, Diosdado Cabello, Padrino Lopez, Hernández Dala, Tareck El Aissami y unos pocos más encabezan esa mafia que primero se robó fácilmente incalculables billones de dólares y hoy nutren sus fortunas con los negocios ilegales de la droga, lavado, oro y coltán ilegal, etcétera...

Al testaferro de Diosdado Cabello, Estados Unidos le incautó 800 millones de dólares y la fortuna del capitán golpista, dicen de manera conservadora, asciende a 3.500 millones de dólares. Muchos de estos datos son difíciles de confirmar, pues son fortunas ilegales hoy lavadas en bancos rusos, turcos o en los Emiratos. Un periodista muy serio, Gerardo Reyes, calcula la fortuna de Álex Saab, quien apenas es un intermediario en estos negocios ilícitos, en 1.000 millones de dólares. Los principales beneficiarios, los antes nombrados, es normal que tengan varias veces esa suma en sus bolsillos.

Ninguno se salva. Y tienen claro que Venezuela está es para enriquecerse ellos, sus familias y sus conocidos. De ahí que oportunistas como la senadora Piedad Córdoba y muchos otros, ni hablar de los que vienen, logren inmensas comisiones al obtener beneficios de esta cleptocracia.

A eso se van a enfrentar quienes quieren hacer negocios serios en el vecino país. Todo es informal, todo es con comisiones, sin seguridad jurídica. Pero hay otro factor que se debe tener en cuenta y es de gran calado. La economía venezolana hoy la mueve es el dinero de negocios ilegales. Y en primera instancia, recursos del narcotráfico. Quienes quieran hacer negocios tendrán que enfrentarse a sanciones del Gobierno americano si acaban involucrados con ese dinero, algo muy fácil hoy en día, pues es el único dinero circulante.

El panorama del vecino es terrorífico. Chávez y Maduro lo destrozaron. Tener una Venezuela siquiera parecida a la de antes del teniente coronel tomará décadas. Reconstruir instituciones, entre ellas las de seguridad, y derrotar esas organizaciones delictivas enquistadas en la sociedad y el territorio es tarea de muchos años. Así que vender espejismos como lo hace el impresentable embajador no es solo irresponsable, sino un aliento a las mafias venezolanas. O, quizás, tiene un motivo ulterior. ¿Se imaginan cuál será?

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