OPINIÓN

¿La casa chuzada?

El funcionario me dijo que pensaba que todo era un montaje patrocinado por alguien que estaba tratando de indisponer al vicepresidente con los organismos de seguridad y con el propio presidente.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
7 de abril de 2018

En los próximos días se publicará un libro de la periodista Vicky Dávila que seguramente dará mucho de que hablar. El libro se llama El Nobel y revisa críticamente la vida y algunos hechos del gobierno del saliente presidente Juan Manuel Santos.

El título del capítulo 5 me llamó particularmente la atención porque cuenta un episodio que, pese a su gravedad, ha permanecido en total secreto por casi dos años: ‘El espionaje al vicepresidente’.

En mayo de 2016 una compañía de seguridad privada efectuó un rastreo en la residencia oficial del entonces vicepresidente de la república, Germán Vargas Lleras. La requisa electrónica, de acuerdo con un reporte entregado a Vargas Lleras, encontró que en su habitación matrimonial y en la sala de juntas privadas habían sido camuflados varios dispositivos de monitoreo de audio y video.

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Dicho en otras palabras, según el informe de la firma privada de seguridad, había cámaras y micrófonos escondidos para espiar tanto la vida privada de Vargas Lleras como el lugar donde se reunía con colaboradores inmediatos y visitantes para tratar temas de Estado.

La periodista relata en su libro que la operación de rastreo en la residencia oficial no fue pagada con dineros públicos. Un abogado, amigo de Vargas Lleras, cuya identidad no revela, fue quien contactó y pagó a la compañía de seguridad para que realizara los exhaustivos barridos en la bella residencia situada justo al frente de la Casa de Nariño.

Lo curioso es que la residencia del vicepresidente era periódicamente revisada por las agencias de inteligencia del Estado, justamente para identificar elementos instalados clandestinamente que pudieran poner en riesgo la vida o la confidencialidad de las comunicaciones y actividades del entonces vicepresidente de la república. Todas las pesquisas previas de las autoridades habían arrojado resultados negativos.

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Sin embargo, este registro privado, gestionado y financiado por el anónimo abogado y buen samaritano, encontró lo que nadie había encontrado antes.
Ante esta situación solo cabían tres posibilidades: o los registros de las autoridades habían sido descuidados y negligentes. O los aparatos de espionaje habían sido instalados por miembros de las propias agencias de seguridad del Estado. O la compañía privada de seguridad, contratada por el buen samaritano, había plantado elementos en la revisión.

Si no había espionaje, ¿quién estaba interesado en hacerle creer al vicepresidente que vigilaban su intimidad y con qué propósito? Y si la conclusión era genuina: ¿para quién trabajaban los que acechaban a Vargas? ¿Para el gobierno o para alguien más?

El libro de Vicky asegura que Germán Vargas Lleras, con el reporte en la mano, informó al presidente Juan Manuel Santos sobre el presunto hallazgo: “El primer mandatario se mostró sorprendido y le prometió que encontrarían a los responsables y llegarían hasta el fondo del asunto”.

Por esos mismos días de mayo de 2016, hablé extensamente sobre el tema con el entonces vicepresidente, Germán Vargas Lleras. Me dijo que no tenía plena certeza de la naturaleza de los dispositivos encontrados y que lo ideal para él sería tener una verificación de una entidad independiente, no colombiana, que emitiera concepto sobre lo hallado.

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Tratando de investigar más sobre el asunto, identifiqué la compañía de seguridad que firma el reporte. Contacté por teléfono a uno de sus directivos quien nerviosamente me negó que su firma hubiera realizado rastreo alguno en la Vicepresidencia de la República. No me pareció extraño, en ese mundo rara vez alguien dice toda la verdad.

Unos días después vine a Bogotá y en una librería me encontré con la cabeza de una de las agencias de inteligencia del Estado. Después de una breve conversación me di cuenta de que estaba enterado de los hechos y le pedí que me contara lo que sabía. El funcionario me dijo que pensaba que todo era un montaje patrocinado por alguien que estaba tratando de indisponer al vicepresidente con los organismos de seguridad y con el propio presidente de la república.

Quizás nunca sabremos toda la verdad de esta historia, pero es fascinante leer tantos detalles en el libro de Vicky Dávila.

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