OPINIÓN
Virgilio Barco: un presidente irrepetible
El homenaje a Virgilio Barco en el Teatro Colón de Bogotá es una oportunidad para recordar algunas ejecutorias de su gobierno.
El próximo lunes se llevará a cabo en el Teatro Colón de Bogotá un homenaje al expresidente Barco con ocasión del centenario de su nacimiento.
El 7 de agosto de 1986 asumió la presidencia de Colombia un hombre excepcional e irrepetible y liberal de firmes convicciones: Virgilio Barco. Sus valientes y visionarias acciones siempre estuvieron alejadas del boato, de la publicidad y de los intereses personales.
En política exterior, su primer afán fue el de profesionalizar la Cancillería, cuando la carrera diplomática estaba en sus estertores, producto de los insaciables apetitos de los políticos y de los amigos de los gobiernos de turno.
Rompió con la práctica de que centenares de solicitudes de cartas de naturaleza se arrumaban, hasta que “alguien prominente” intervenía. Entre tanto, los tramitadores exigían a las víctimas “contribuciones” para “gestionarlas”.
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Igualmente acabó con la costumbre de parlamentarios y dirigentes políticos de las regiones, que ante la norma de que los equipos de fútbol profesional, no podían alinear más de cuatro extranjeros, exigían que se nacionalizara a las “estrellas” del equipo local, muchas veces controlado por el narcotráfico. La negativa, era una decisión “riesgosa”.
El concordato con la Santa Sede le impedía al Estado legislar sobre el matrimonio y la educación en las escuelas públicas: se habían preferido modificaciones cosméticas, para evitar la confrontación con la jerarquía eclesiástica. El presidente se empeñó en su reforma.
Juan Pablo II expresó que estaba de acuerdo, pero afirmó que el problema era la conferencia episcopal colombiana. El arzobispo de Bogotá le envió a Barco una severa comunicación y el cardenal López Trujillo, profirió una velada amenaza de excomunión contra el canciller. La acción continuó y abrió la puerta para que la Constitución de 1991 produjera el hecho.
A pesar de estar suspendidas las relaciones con Cuba, el canciller cubano visitó a Bogotá. Se entrevistó con expresidentes y dirigentes políticos. Colombia comenzó a apoyar en la ONU la resolución cubana contra el bloqueo norteamericano. La relación con Cuba se transformó.
Estableció relaciones con los países socialistas y africanos, lo que para muchos era casi “vergonzante”. El efecto no se hizo esperar: Colombia ingresó, después de muchos años al Consejo de Seguridad de la ONU por aclamación.
Asumió con entereza la crisis con Venezuela por la corbeta “Caldas” y el riesgo de una inminente confrontación bélica que habría dejado huellas para siempre. De ahí pasó con Carlos Andrés Pérez a establecer una era sin precedentes en la historia de los dos países. Se acabaron los incidentes en la frontera; el problema de los indocumentados colombianos que afectaba al país durante treinta años comenzó a solucionarse. La balanza comercial entre los dos países llegó a la cifra increíble de seis mil millones de dólares.
En Naciones Unidas, Barco en un vibrante discurso, plateó la responsabilidad compartida frente al problema de las drogas: Margaret Thatcher recogió el principio y citó a una reunión en Londres. Luego el presidente sorpresivamente invitó a un encuentro en Cartagena al que asistieron el presidente Bush y los mandatarios de Bolivia y Perú. De ahí salió el sistema general de preferencias que salvó durante muchos años a las exportaciones colombianas. Otro tanto logró también con la Unión Europea.
El presidente devolvió a los indígenas huitotos del Amazonas, miles de hectáreas que se las había apropiado, por la razón o por la fuerza, la funesta cauchera de la Casa Arana a principios del siglo XX.
Virgilio Barco rechazó el protagonismo, las prebendas, la pantalla, y el tráfico de influencias. Rechazó la práctica del incensario para lograr simpatías.
¿Será por eso que algunos prefieren olvidarlo?