Opinión
Voces que dejan huella
La educación siempre necesitará de personas que no solo sean maestros de clase preparados, sino sabios consejeros de vida. La posibilidad de una mejor sociedad nace a través de una educación integral que se pueda acompañar desde una temprana edad.
Hoy, en Colombia, las cifras de deserción escolar son alarmantes. El Ministerio de Educación reportó que entre noviembre de 2022 y mayo de 2023, cerca de 500.000 niños y jóvenes han desertado de las instituciones educativas. Las razones se centran en diversas problemáticas, como la inseguridad que brinda el conflicto interno, la carencia de recursos económicos, el trabajo infantil o hasta la falta de motivación.
Esta problemática no se solucionará a corto plazo; pero no se puede permitir la desmotivación en el estudio. La pedagogía necesita de maestros ricos en calidad humana para que las enseñanzas generen una huella imborrable en los estudiantes. Esa es la esperanza.
En ese orden de ideas, detrás de cada persona existe un puñado de otras que la han formado. Los padres son un punto que naturalmente existe para referenciar los orígenes de la historia de las personas. Los hermanos pueden cobrar un significado de rivalidad o de amistad, depende de la forma en que hayan crecido juntos, y eso altera las formas de ver los entornos. Sin embargo, la influencia de alguien externo que no provenga de su misma sangre es difícil de evitar en el largo trayecto de la vida, especialmente en la juventud.
Durante esa etapa se empiezan a tomar las primeras decisiones de vida. Aunque la desigualdad se haga presente en el entorno social que nos rodea, el hombre, naturalmente, busca trascender. Si esos esfuerzos por salir adelante son genuinos, los medios se encontrarán con mayor facilidad, a pesar de las dificultades que pueda haber.
Precisamente, en medio de la inquietud de alguien que busca la trascendencia se encuentran personas clave a lo largo de las muchas etapas de esa meta. Los maestros de vida llegan con propuestas discretas, pero sabias. Con su discreción exponen ante sus estudiantes una de las enseñanzas más notables de Antoine de Saint-Exupéry, evidenciando que “lo esencial es invisible a los ojos”.
La génesis de estas relaciones se remonta a los orígenes de la humanidad. Con el desarrollo de la sociedad y del conocimiento, las enseñanzas fueron pasando generación tras generación, maestro tras maestro. Poco a poco fueron apareciendo esas figuras comunes y corrientes, pero que llevaban consigo el tesoro de saber caminar correctamente los caminos de la vida. Posiblemente, no hablaríamos de Aristóteles sin Platón y Alejandro Magno no hubiera tenido el calificativo que lo caracteriza sin su helénico mentor.
Todos, en algún momento de la vida, han consentido repetidamente la idea de rendirse, ya sea aprendiendo a multiplicar o navegando a mar abierto en búsqueda de un nuevo continente. Es ese el momento en el que las enseñanzas del maestro hacen hincapié en su pupilo y lo sostienen ante las adversidades venideras. Por muchas cualidades que el aventurero tenga, siempre será aprendiz ante los retos de la vida.
Esas lecciones solo han podido asentarse gracias a la forma en la que el maestro ha tocado el corazón y la inteligencia de sus pupilos. Sus pertinentes exigencias redireccionan el actuar del aprendiz y, aunque a veces sus tonos de voz duelan, su amabilidad e interés genuino por ver a su estudiante triunfar demuestran su sincero servicio y preocupación.
El verdadero significado de las cosas no siempre será evidente; su valor a veces se alcanza con sacrificio. Lo importante es buscar a alguien que recuerde el precepto de que alcanzar los grandes ideales siempre vale cualquier pena.
Con esto quiero recordar a mi profesor de literatura de los últimos años de bachillerato, Álvaro Estupiñán Prada, quien ya no dará más clases en el colegio. Su largo paso por el Gimnasio Los Cerros, durante cinco décadas, y su prestigio profesional en medio de los estudiantes y del cuerpo docente hablan de él por sí solos.
Sin su intensa preocupación, muchos estudiantes no hubiéramos aprovechado al máximo el paso por sus manos. Él es el tipo de profesor que no solo da cuatro horas de clase a la semana, sino que se convierte, si se le permite, en un maestro de muchos aspectos de la vida. Siendo coherentes con su frase y teniéndole todo el respeto que merece, “esa calvicie no ha sido gratis”.
A Álvaro le agradezco toda su formación. Su dedicación ejemplar dejó esa huella imborrable en los corazones de muchos estudiantes. Su servicio fue desinteresado, ya que el único interés notable era el de sacarnos adelante. Sus enseñanzas traspasaron los muros del colegio. Espero que me perdone algunas dormidas en su clase.
A él y a todas esas voces que dejan huella, mil gracias.