OPINIÓN

Nuevo país

El uribismo de hoy dista mucho de ser ese huracán que arrasó en las elecciones de 2002 y 2006, cuando pudo darse el lujo de ganar en la primera vuelta electoral

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
27 de mayo de 2018

No hay duda: el gran derrotado de las elecciones del domingo pasado no es Humberto de la Calle, sino Germán Vargas Lleras. Su exigua votación –no llegó ni siquiera a los 2 millones de votos– dista mucho de los 4 millones que vaticinaban con gran seguridad sus asesores de campaña, días antes de las elecciones. El exvicepresidente puso todos sus huevitos –y su soberbia– en el voto amarrado, pero terminó suicidándose: los caciques que él creía tener bajo su dominio acabaron votando por el que puso Uribe. Ni siquiera los Char en Barranquilla votaron por Vargas Lleras –en la Arenosa ganó Petro, ¡quién lo creyera!, con el 38 por ciento de los votos, seguido de Iván Duque con el 28 por ciento; y en el tercer puesto, Vargas Lleras, quien obtuvo solo el 15 por ciento–. Vargas Lleras intentó todo: se tomó fotos con los caciques más cuestionados, se corrió a la extrema derecha y se fue lanza en ristre contra el proceso de paz, luego echó reversa, más tarde le dio por irse en contra de las encuestas que nunca lo dieron como favorito y la víspera de las elecciones optó por uribizar de nuevo su discurso. Nada le sirvió y ahora le va a tocar jugar de soldado y no de general en el Centro Democrático si quiere seguir existiendo en la política nacional.

Otro dato importante: la derrota de Germán Vargas va de la mano del fracaso de las proyecciones electorales de mi amigo César Caballero. Terminó con la soga al cuello y, en cambio, las encuestas salieron bien libradas, pese a todo el cuestionamiento que hubo alrededor de ellas.

La gran sorpresa nos la dio Sergio Fajardo, quien estuvo a 250.000 votos de quitarle a Gustavo Petro su tiquete a la segunda vuelta. Fajardo ganó en Bogotá, por encima de Petro y del propio Duque, demostrando con ello que la capital colombiana tiene cada vez más un voto de opinión de corte progresista que no le come cuento ni a las maquinarias ni al statu quo. La gran incógnita es si Sergio Fajardo va a hacer un acuerdo con Petro para la segunda vuelta o si se va a quedar quieto en primera. Lo cierto es que Fajardo ha demostrado que tiene músculo político y que es un fenómeno muy importante en la política colombiana. De todas formas, es una buena señal que el candidato de la maquinaria, Germán Vargas, se derrumbe mientras sube uno como Fajardo, quien hizo su campaña en contra de esas estructuras clientelistas.

En cuanto al uribismo, se podría decir que si bien pasó a segunda vuelta como lo decían todas las encuestas, su victoria tiene un sabor amargo; los votos que obtuvo el domingo no le alcanzaron para ganar en la primera vuelta, un revés que refleja lo que ya se presiente: que el uribismo de hoy dista mucho de ser ese huracán que arrasó en las elecciones de 2002 y de 2006, cuando pudo darse el lujo de ganar en la primera vuelta electoral. Así tenga el candidato más joven de la contienda, hoy el uribismo se parece más a un buey cansado que a un potrillo brioso, y no le va quedar tan fácil, como muchos uribistas piensan, ganar en la segunda vuelta.

De Humberto de la Calle solo se puede decir que fue un candidato honorable abandonado por el jefe del partido, el expresidente César Gaviria, quien se trasteó para donde el uribismo afanado por conseguirle coloca a su hijo Simón.

Aunque Gustavo Petro era el favorito en las encuestas para pasar a la segunda vuelta, su impresionante votación –casi 4.900.000– demuestra, para bien o para mal, que Colombia es un país distinto, que no quiere mirar al pasado, que quiere un cambio y que considera que Petro es quien representa esos sueños.

Desaparecieron el Partido Liberal, el Partido Conservador, el Partido de la U y esa cosa que nunca supimos qué era, llamada Cambio Radical. Existe un nuevo escenario dominado por una coalición de derecha y por una coalición de izquierda que tiene en la mitad a Sergio Fajardo con 4.600.000 votos. El fajardismo va a inclinar la balanza en la segunda vuelta. Tremendo desafío. 

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