OPINIÓN

Por descarte

La principal razón para votar por Humberto de la Calle no está en lo que él ha sido, malo o bueno, sino en lo que no es: no es ninguno de los otros candidatos, que son peores.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
12 de mayo de 2018

Hay que votar por De la Calle, para burlar el destino que pretende condenarnos a escoger entre el cáncer y el cólera, entre el Duque de Uribe y el Petro de Petro. O a irnos por el lado de la sífilis: el Vargas de Cambio Radical. O por el de la bobería, que también es una grave enfermedad: el Fajardo de la inanidad. Así que por descarte, y sin entusiasmo, hay que votar por De la Calle. No el mejor, sino el menos malo de los candidatos.

Porque no es que De la Calle no haya tenido también sus pecadillos varios. Es un curtido político profesional de larga y sinuosa carrera, que ha ocupado altos cargos en todos los gobiernos de los últimos 30 años: los que nos han traído de tropezón en tropezón a estos horrores que hoy vivimos. De la Calle fue ministro del Interior de Gaviria, cuando la nefasta apertura. Vicepresidente de Samper, elegido con él en aquella campaña electoral que financiaron los narcotraficantes del cartel de Cali; y luego, tras renunciar ostentosamente al puesto por las vergüenzas del proceso 8.000, embajador de Samper en España. Casi sin un respiro para parpadear, embajador de Pastrana en el Reino Unido; y a continuación su ministro del Interior. Embajador de Uribe ante la OEA, y su consejero jurídico para el cambio del articulito de la Constitución que permitió su delictuosa reelección a la presidencia. Pero pese a todo eso De la Calle representa también lo mejor, o tal vez lo único bueno del gobierno de Santos: el acuerdo de paz con las Farc al cabo de cinco arduos años de negociaciones dirigidas por él en La Habana. Y acaba de jugarse corajudamente su candidatura a la presidencia al desafiar la intromisión imperial de la DEA norteamericana en el proceso de paz de Colombia.

Sin embargo, la principal razón para votar por Humberto de la Calle no está en lo que él ha sido, malo o bueno, sino en lo que no es: no es ninguno de los otros cuatro candidatos, que son peores.

De la Calle no es Iván Duque, que según sus proclamas publicitarias “es el que es”: o sea, que es Uribe. El Ser Supremo que desde la zarza ardiente del monte Sinaí le dijo al profeta Moisés, según cuenta la Biblia: “Yo soy el que soy”. El dócil Duque, de rodillas, le responde a la zarza en llamas, quemada sin consumirse por ese mismo fuego en el que, según ha declarado el candidato, se ampollaría sin quejarse las manos por defender la pureza sexual de su jefe: “Ordena, Señor”. Y el Señor ordena, por Twitter, lo que se le da la gana. Y Duque obedece. No, no es posible votar por alguien que es así: una pisoteada alfombrita de oración.

De la Calle tampoco es Vargas, cuyas proclamas publicitarias aseguran por su parte que es “el mejor”. Y que no es el mejor, como se jacta, sino que es lo que oculta ser: el príncipe de las tinieblas, cabecilla del partido Cambio Radical, jefe de los corruptos con quienes asegura no tener nada que ver. ¿Quiere alguien, que no esté seguro de recibir a cambio un premio en efectivo, votar por un candidato que de entrada y públicamente reniega de los suyos? Pero es que Vargas –oh, no él: los suyos– cumple con sus pagos.

Y De la Calle no es Fajardo tampoco. Porque Fajardo no es nada, como ha mostrado de sobra en todos los debates de la televisión. Es él mismo quien lo ha reconocido: que no es ni de derecha ni de izquierda, que no es ni uribista ni antiuribista, y que aunque haya sido alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia, tampoco es político. Se define a sí mismo como profesor de aritmética, pero por lo que hemos venido viendo en su campaña electoral sabe de restas, pero no de sumas; y aunque es cierto que no divide, también es evidente que tampoco multiplica: es un mediocre profesor de aritmética. ¿Eso lo descalifica para ser presidente? No sé. La verdad es que no encuentro mucho que haya que criticarle a Fajardo, salvo eso: que no sea nada. Tal vez sea buena cosa.

¿Es De la Calle Petro? Tampoco, claro. Pero ¿quién es Petro? Lo estudiaremos la semana que viene.

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