OPINIÓN
Voto en blanco y compromiso con la paz
“Sus propuestas (las de Iván Duque) generan un riesgo enorme de destruir lo logrado en la búsqueda de la paz”. Tiene toda la razón el doctor Humberto De la Calle. Probablemente no hay quien lo dude.
Es más, son 7,5 millones de electores que votaron en la primera vuelta precisamente por esa opción: por hacerle “reformas estructurales” a los acuerdos de paz, reformas que incluyen acabar con la JEP, con la elegibilidad política de los excomandantes guerrilleros y con establecer para ellos penas privativas de la libertad proporcional a la gravedad de sus delitos. Todo mediante actos legislativos reformatorios de la Constitución. Perdón por el pleonasmo.
El doctor De la Calle ha anunciado, no obstante el peligro que denuncia, que votará en blanco. Es una manera de darle la espalda a su propia obra. La suerte de la paz firmada con las Farc parecería ahora serle poco menos que indiferente. Él no participará más en la lucha a favor de su defensa, salvo, tal vez, escribiendo uno que otro artículo. Votar en blanco, se me antoja, respecto de este tema vital para el futuro de Colombia es lo más parecido a desertar del campo de batalla en el momento decisivo de la confrontación. Haber votado por él en primera vuelta quizá me autoriza a solicitarle que reconsidere su actitud. No se trata de votar por Duque o por Petro sino de defender unas ideas, unos principios, unos valores, unos proyectos, unos acuerdos de paz.
Son muchas las personas que se sienten indignadas con su decisión, doctor De la Calle. Así, por ejemplo, Álvaro Restrepo en El Espectador del martes pasado: “Pero su anuncio de votar en blanco me tiene muy confundido y triste. Sus seguidores estamos desorientados… ¡Indignados!”. Antes, en el mismo escrito: “El voto en blanco –respetable y muy potente en otro contexto, en las actuales circunstancias de nuestro país, equivale a un cheque en blanco (carta blanca) para que Iván Duque y todo lo que él significa se atornille quién sabe por cuánto tiempo, en el poder… Seguimos estando más dispuestos a volver ser gobernados por el paramilitarismo que por la izquierda democrática”.
No menos desconcertante es el anuncio del doctor Sergio Fajardo de que votará también en blanco, con base en que en la campaña dijo: “Ni Duque ni Petro”. Pero es que, repito, no se trata de Duque o Petro. La coherencia no es con las personas sino con las ideas. Se trata de la defensa de los Acuerdos de Paz y de su implementación, promesa de eliminar el clientelismo y de luchar a brazo partido contra la corrupción, compromiso con la educación --que sería gratuita en la universidades públicas para los bachilleres que lo necesitaran—con la ciencia, la cultura, la meritocracia. Dice Fajardo en su libro “El Poder de la Decencia”, al rechazar el apoyo que le brindaba el doctor Luis Alfredo Ramos para la alcaldía de Medellín: “Ratificamos así que estábamos resueltos a ser distintos, planteándole a la ciudadanía saltarse la intermediación política que trae consigo el clientelismo”. Si efectivamente vota en blanco, voto que implica no apoyar estas ideas ¿Dónde queda su virtud de la coherencia? Porque no será el binomio Uribe-Duque, apoyado por prácticamente todos los clientelistas que en Colombia son, quienes luchen contra ese clientelismo.
Dice Rudolf Hommes: “El clientelismo, ahora unido, difícilmente será vencido”. Y es que a nuestro célebre binomio, que ya comienza a recordar el de Putin-Medvédev, terminaron recostándosele casi todos los parlamentarios liberales, casi todos los de La U (¿por quién votará Roy Barreras quien tanto ha defendido el Proceso de Paz?), casi todos los de Cambio Radical con la notable excepción de Carlos Fernando Galán, los conservadores. ¿Cómo esperar que el doctor Duque, así rodeado, pueda luchar contra el clientelismo, que es la puerta de entrada a la corrupción y la negación de la igualdad de oportunidades y de la meritocracia?
Desde otro punto de vista, no tendrá el doctor Duque problemas de gobernabilidad, pues ya cuenta con una inmensa mayoría en el Congreso para pasar todas sus reformas constitucionales y legales. No habrá diferencia entre la voluntad presidencial y la voluntad del Congreso durante los próximos tres años y medio.
Germán Vargas Lleras fue el aspirante presidencial que en la primera vuelta tuvo el apoyo de más parlamentarios. Terminó, gracias al repudio de la ciudadanía a la clase política detentadora de puestos, contratos, cupos indicativos y prebendas, con apenas el 7 por ciento del electorado no obstante su hoja de vida de gran ejecutivo sin tacha personal. Es decir, en la primera vuelta operó respecto de él la siguiente ley: a mayor número de parlamentarios, menor número de votos.
Como ya lo anoté, casi toda la clase parlamentaria fue a dar a las toldas uribistas, fieles al principio de que “quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”. Probablemente no vuelva a operar la misma ley que arruinó la aspiración del doctor Vargas Lleras, pues los doctores Uribe y Duque han tenido el buen cuidado de esconderlos, hasta el punto de que no hay una foto con los mencionados parlamentarios y ni siquiera con el expresidente Gaviria. Cuidadosos los doctores Uribe y Duque.
Rodrigo Uprimny escribe: “Por la paz y el Estado de derecho, votaré por Petro” y Salomón Kalmanovitz declara: “Petro es la única barrera que queda frente al caudillismo populista de derechas”…
En cuanto a los congresistas del Partido Liberal, encabezados por quien fuera el coordinador general por el “Sí” en el Plebiscito, lo menos que se puede decir es que no creen en las ideas liberales o las han convenientemente olvidado en beneficio de presuntas tajadas burocráticas y presupuestales en la Administración Uribe-Duque. Su conducta es inconsistente e indefensable. Tanto que el expresidente César Gaviria ofreció un espectáculo deplorable defendiéndola frente a los incisivos periodistas de La W.
¿Cómo es un conservador? “El designio de un conservador está dictado por el miedo al cambio y a lo desconocido, por su tendencia natural proclive a `la autoridad´ y que por lo general padece de un gran desconocimiento de las fuerzas que mueven la economía. Tiende a ser benévolo con la coerción y con el poder arbitrario al que puede llegar a justificar si usando la violencia, cree que alcanza `buenos fines´. Esto último establece un abismo insalvable con un liberal, para quien `ni los ideales morales ni los religiosos justifican nunca la coerción´”… (Mario Vargas Llosa, La llamada de la Tribu, p.136) Ser liberal implica, pues, ser tolerante con todos, respetuoso de las ideas ajenas, amigo del espíritu crítico, del pluralismo, del libre examen, del Estado de Derecho, de los derechos constitucionales fundamentales que tanto fueron quebrantados en el Gobierno del doctor Uribe, y adversario de toda forma de violencia y de arbitrariedad.
¿Habrá Estado de Derecho con las propuestas de reforma a la justicia que plantea el candidato Duque? ¿El fiscal, un subalterno del presidente de la república designado por él? ¿Garantía de impunidad para los amigos y de injusticia para los adversarios? Viene a mi memoria la célebre instrucción de Getulio Vargas: “A mis amigos todo lo que quieran, a mis enemigos aplíquenles la ley”. Y las cortes. La Corte Suprema de Justicia que tantos altos funcionarios del doctor Uribe ha enviado a la cárcel, merece alguna suerte de castigo, por lo menos disminuirle su estatus. Habrá que pasarla a ser una simple Sala de un Tribunal Supremo. Lo mismo sucederá con la Corte Constitucional que frustró el tercer mandato del “Presidente eterno”. Y con el Consejo de Estado encargado de juzgar los actos y los hechos de la Administración. Menos cortes y menos Estado de Derecho y más poder del presidente que nombrará libremente al fiscal politizando así la Fiscalía. Y ni una palabra sobre la independencia de los magistrados, algunos de los cuales son elegidos por el Senado y en realidad por el presidente de la república, con mayorías en él.
Constituyente 91*