MARIA ANDREA NIETO Columna Semana

Opinión

Xenofobia y discriminación

La falta de un plan económico de reactivación y la inseguridad le pasan cuenta de cobro a la alcaldesa, que cada vez le va peor en las encuestas.

María Andrea Nieto
21 de agosto de 2021

Bogotá se ha convertido en ciudad Gótica. De una parte, la pandemia, que empobreció a muchas personas, y de otra, la incapacidad del gobierno distrital de construir planes para recuperar la economía, rescatar las empresas quebradas y generar empleo.

Cada semana hago fuerza para que a Claudia López le vaya bien. Soy su crítica, no porque tenga nada en su contra, sino porque ha destruido a punta de vanidad y egolatría las altas expectativas que depositaron los ciudadanos que votaron por ella. La primera mujer elegida alcaldesa perteneciente a la comunidad LGBTIQ y con la bandera de la anticorrupción derrotó a los otros candidatos que la aventajaban en experiencia en administración pública.

Esta semana, y ante la falta de resultados en materia de seguridad, la alcaldesa López volvió a cometer un acto de xenofobia y discriminación al proponer la creación de un comando especial para investigar, registrar, judicializar y encarcelar a extranjeros que cometan delitos en la ciudad. O sea, los venezolanos.

No es la primera vez que la alcaldesa lanza frases xenofóbicas en su contra. El 30 de octubre de 2020, dijo en una entrevista para La FM que “yo no quiero estigmatizar, ni más faltaba, a los venezolanos, pero hay unos inmigrantes que nos están haciendo la vida de cuadritos”. Y el 11 de marzo de este año, después del asesinato en el norte de la ciudad del patrullero Edwin Caro, expresó en una rueda de prensa de la Alcaldía que “este tipo de actos violentos por parte de inmigrantes venezolanos ha cobrado la vida de varios de nuestros ciudadanos”.

Dice no querer estigmatizar, pero lo hace y se le olvida que los colombianos también sufrimos de discriminación en muchas partes del mundo.

Cuesta trabajo creer que una mujer que ha vivido en carne propia el difícil camino de hacer valer el reconocimiento de su orientación sexual, caiga en estigmatizaciones oscurantistas y en señalamientos absurdos e incoherentes con su historia de vida, que, para el caso de los venezolanos, termina convertida en una cruel xenofobia.

La xenofobia no puede ser una cortina de humo para esconder las cifras lamentables de la inseguridad bogotana. La última medición del mes de julio de este año respecto al mismo mes de 2020, mostró un incremento en homicidios del 56,9 por ciento; el hurto a personas, 29,9 por ciento; el hurto a celulares, en 13,5 por ciento; el hurto de motocicletas, en 35,1 por ciento y las lesiones personales, en 38,4 por ciento. El único buen resultado fue la disminución del hurto de bicicletas.

¿En qué lugar nacieron las personas que cometieron esos crímenes? No importa. Lo que los bogotanos quieren es que haya resultados. Detrás de cada estadística de un robo o asesinato, hay un ser humano y una familia que sufre. Por eso los ciudadanos exigen que haya inteligencia policial, que las bandas de apartamenteros que tienen a los vecinos de la ciudad desesperados las metan a la cárcel, así como también a los delincuentes que pinchan llantas en las entradas y salidas de la ciudad para robar los vehículos u obligarlos a utilizar, a las malas, los servicios de montallantas.

Sin embargo, la alcaldesa insiste en su propuesta justificando que para judicializar a un delincuente hay que identificarlo primero. Y puede tener razón, porque si los jueces no tienen una identidad que reconozca a la persona que le presentan, proceden a dejarla en libertad. Ahí, sin duda, es responsable el sistema de justicia que, ante las evidencias en el crimen cometido, dejan volver a las calles a los hampones con peligrosos y recurrentes prontuarios criminales. El sistema de justicia también les debe responder a los bogotanos.

El fin de semana pasado, Daniel Felipe Rodríguez, un joven de 20 años y estudiante de odontología, fue asesinado en el barrio Bello Horizonte, en la localidad de San Cristóbal, por robarle el celular. Hoy su madre llora su muerte.

En Bogotá no puede ser posible que una vida valga un celular. Por eso es imprescindible que, así como la alcaldesa se trazó la meta de tapar más de 4.000 huecos en la Autopista Norte y la carrera Séptima, y que en efecto lo hizo en tiempo récord, se ponga las pilas y trace una hoja de ruta con resultados en términos de seguridad.

Para lograrlo debe dejar de pelear con la Policía y de acusarla de tener una supuesta política de quitarles la vida y los ojos a los manifestantes, como lo dijo la misma alcaldesa en otra desafortunada rueda de prensa. Ese uso narrativo discriminatorio en contra de los policías le hizo un daño enorme a la institución y terminó de quebrar el relacionamiento con la Policía Metropolitana, justo en el momento en que la ciudad más necesitó de la coordinación institucional, durante el paro nacional, de este año.

La falta de un plan económico de reactivación y la inseguridad le pasan cuenta de cobro a la alcaldesa, que cada vez le va peor en las encuestas. Pero el problema no son las encuestas, sino que Bogotá, en lugar de ser un hogar seguro y tranquilo, sea el lugar en donde se pueden perder los ahorros, la bicicleta, el carro, el celular y lo más grave aún, la vida misma.

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