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¿Y las cifras de coca?

En Colombia hay tres sistemas de medición de cultivos de hoja de coca, lo paradójico es que estemos en junio y ninguno haya difundido resultados de la evolución de la coca durante el año pasado.

Daniel Mauricio Rico, Daniel Mauricio Rico
4 de junio de 2019

En Colombia hay tres sistemas de medición de cultivos de hoja de coca, el primero es el oficial que paga el Gobierno y calcula el (Simci) de Naciones Unidas, en este se censan las hectáreas de coca una vez al año desde 1999. El segundo es el más viejo y lo construye una agencia del sector defensa de los Estados Unidos (CNC) desde los años ochenta, usa más algoritmos que analistas de imágenes y por eso se publica más temprano. El nuevo sistema es el (Siima) que lo opera la Policía Antinarcóticos desde hace un par de años, de este se sabe poco y no difunde estimaciones de manera oficial.

Con tres sistemas de monitoreo satelital en operación lo paradójico es que estemos en junio y ninguno haya difundido resultados de la evolución de la coca durante el año pasado. Medio año a ciegas, medio año de especulaciones y medio año sin correctivos para combatir el principal problema de seguridad nacional.

El presidente Trump ya dio las primeras pistas de la tendencia reciente de los cultivos de coca; en marzo afirmó que "hay más drogas saliendo de Colombia ahora mismo que antes de que fuera presidente (Ivan Duque)". Es habitual que en el tercer mes del año en Washington ya se tenga el conteo anual de la coca en la región Andina. Por lo que las afirmaciones de Trump por incómodas y hostiles que suenen, lo más seguro es que tengan sustento en un informe que está temporalmente engavetado en DC.

Otra fecha que se debe marcar en el calendario binacional es el informe de los “Mayores Países Productores y Traficantes de Droga” que se genera en la Casa Blanca en septiembre, ya que todo apunta a que este año se nos viene una descertificación parcial o total en los esfuerzos antinarcóticos, como no ocurre desde 1998. No sería extraño si la demora en conocer las cifras de coca del Gobierno de los EE.UU. termina coincidiendo en fechas con el mazazo de la descertificación.  

Las cifras del Simci de Naciones Unidas también se ajustan en horarios y audiencias a los intereses de quien firma el cheque. El año pasado, sin ninguna justificación técnica, la publicación del censo de coca se demoró cuatro meses más de lo habitual, en vez de publicarlo en mayo lo aguantaron hasta el 20 de septiembre, de tal manera que el saliente presidente Santos no tuviera que dar explicaciones por el antirécord del crecimiento de los cultivos ilícitos. Los que sí tuvieron que poner la cara por las 171 mil hectáreas de coca sembradas fueron los funcionarios del equipo del presidente Duque a solo seis semanas de posesionados.

El Siima de la Policía no tiene un enfoque de censo anual, ni de oposición o contrapeso a las otras dos mediciones. Se construyó como una herramienta operativa y para tener informes periódicos y de mayor detalle en el terreno que permita definir las zonas de erradicación, de interdicción o de inacción. No es bueno que quien ejecuta la política antinarcóticos sea el mismo que la evalúe, pero ante el profundo silencio del Simci y el Departamento de Estado, y considerando que el último corte de cuentas a la coca se hizo en diciembre de 2017 (hace 18 meses) de mucho serviría tener al menos un reporte de la Policía Antinarcóticos de cómo va la cosa con la coca.

El país necesita con urgencia un sistema de seguimiento moderno e independiente de las economías ilegales en las zonas rurales, una metodología que integre cultivos ilícitos con minería ilegal y deforestación, que sea transparente, y que además permita saber con mejor periodicidad dónde y porqué se agudizan las economías cocaleras y mineras. Naciones Unidas ha probado que sus profundos conflictos de interés (ejecutor de programas y evaluador de los mismos) le impiden ser el socio que Colombia necesita, sin embargo y a pesar de sus sesgos, demoras y opacidad, siguen siendo la fuente de las cifras oficiales, ¿Hasta cuándo?

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El divorcio entre el equipo directivo de SEMANA y Daniel Coronell nos perjudica a todos los ciudadanos. Imagino a los criminales que han sido expuestos por las investigaciones de Coronell y los periodistas de SEMANA, frotándose las manos de la dicha ante la escena casi diaria de mutuas recriminaciones.  ¿A estas alturas será imposible que alguien logre sentar en la misma mesa a Daniel Coronell y Felipe López a tomarse un café? Qué bonito sería que desde el periodismo viniera un ejemplo de reconciliación, diálogo y perdón mutuo.

 

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