Opinión
Y Petro metió miedo
El punto más inquietante de la entrevista de Gustavo Petro en SEMANA fue su rostro de caudillo sin voluntad de desocupar el palacio presidencial.
Hay que admitir que es un maestro de la escena. Domina el arte dramático, los tonos, los gestos, las pausas. Sabe transmitir sentimientos y no tiene reparos en exagerar y mentir para concitar la solidaridad de sus fieles y conquistar nuevos adeptos.
Pese a su destacada actuación en la entrevista de SEMANA de la edición anterior, cuando bajó el telón, solo aplaudían sus huestes. Había espantado a los moderados que rechazan el caudillismo populista.
Bastaría repasar el relato de su juventud, cargado de tintes y pinceladas románticas. Aseguró que construyó, “ladrillo a ladrillo”, con sus propias manos, todo un barrio para pobres. Y que siendo un excelso universitario, abandonó todo para ingresar a las filas rebeldes con enorme sacrificio personal. Le amparaba, adujo, el derecho de levantarse (en armas) contra el Estado.
“A muchas generaciones de jóvenes nos tocó el episodio durísimo de dejar libros y seres queridos para tener una democracia, porque no la teníamos, no éramos libres (…) Nosotros teníamos el derecho a la rebeldía. Lo dice San Agustín (…) Nos tocó resistir; si no, yo estaría muerto”. Si un adolescente de zona roja, como la localidad Buenos Aires de Guaviare, donde ocurrió el bombardeo, lo escuchara, no dudaría en adherirse al engañoso llamado de las disidencias. Porque también los reclutan con ese manido discurso de la heroica lucha armada por la democracia y en contra de las oligarquías, que tanta violencia genera en Colombia.
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En la entrevista, además, asocia el narcotráfico de las renovadas Farc-EP a la lucha revolucionaria. Por tanto, vuelve a revestir de disfraz político lo que solo son bandas mafiosas: “El señor Santrich, vuelto otra vez guerrillero, tendrá que traquetear para comprar fusiles”.
Lo sorprendente es que más adelante acusa a Duque de crear esos grupos delictivos: “Las llamadas disidencias fueron construidas. El Gobierno quería tener a la guerrilla armada porque es su excusa para ganar votos. Es perverso, pero es así”.
Siguiendo con la violencia, lanza una falsa promesa electoral. Si gana, “a los tres meses se acaba el ELN porque se firma la paz”. Petro, que seguramente visitó en La Habana a los jefes subversivos cuando echó el cuento del viaje para tratar su supuesta enfermedad, sabe que demorarán años en firmar un acuerdo de paz y en desmovilizarse, si es que algún día lo hacen. Y el ELN actual no lo controlan en Cuba; brotarían tantas ramas disidentes como ocurrió con las Farc. Tampoco Petro fue sincero al referirse a su cercanía con el chavismo. Afirmó que en Venezuela solo estuvo en 2006, “después de una amenaza de muerte”. Pero en 2016 publicó un trino con una foto de un supermercado rebosante de alimentos. El mensaje, de respaldo al chavismo, daba a entender que estaba en Caracas y los medios lanzaban infundios sobre la miseria en Venezuela.
“Entré a un supermercado en Caracas y miren lo que encontré (mostraba tres fotos de la presunta opulencia) ¿Me habrá engañado RCN?”, rezaba su trino.
Cuando menciona su excelencia académica, también falta a la verdad, aunque en la entrevista no se extiende tanto como otras veces. Se limita a asegurar que era “el mejor estudiante de Economía en el Externado”, aunque su media no daba para tanto. No repitió, como en otros escenarios, que estudió un doctorado en la Universidad de Salamanca y una especialización, lo que no es cierto; igual de falso que cuando afirmó en La Silla Vacía que “el nivel académico promedio del gabinete (de Bogotá, siendo alcalde) es el título de doctorado”. Solo dos de los 15 consejeros lo eran.
Melquisedec Torres realizó una rigurosa investigación de todos sus supuestos títulos: ‘Los tres títulos falsos de Gustavo Petro’ y ‘Las respuestas de Petro que dejan más dudas’, publicados en El Espectador. Cuenta los títulos de los que se presume, pero no completó.
En SEMANA también indica que reparó “iglesias, como la del Voto Nacional”. Peñalosa, al que los petristas quisieron descabezar por inventarse un doctorado, replicó que fue su alcaldía la que realizó la restauración y rescató el vecino Bronx. Y es cierto. Petro no fue el responsable.
Falacias aparte, el punto más inquietante fue su rostro de caudillo sin voluntad de desocupar el palacio presidencial. “El Pacto Histórico es para varios gobiernos; si la sociedad quiere, ¿qué más quieres que te diga?”, respondió la tercera vez que SEMANA preguntó si se quedaría más de un periodo.
“¿Cómo puedo ser una amenaza contra la democracia si no hay democracia?”, fue otra de las declaraciones donde evidencia que, para Petro, el sistema por el que fue elegido senador y alcalde de Bogotá solo vale cuando gana. Si no, tendrá que cambiarlo.
Pese a todo, a día de hoy, es el único candidato con un norte despejado, reconocimiento en todo el país y una base social que lo considera el amante de los pobres, Y el líder al que universitarios ven como el revolucionario que pulverizará el uribismo que aprendieron a odiar.
Creo que solo podrá detenerlo, en segunda vuelta, quien no huela a Uribe. Un Federico Gutiérrez o un santista que atraiga votos de quienes rechazan todo lo que representa el populista Petro.