Opinión
¿Y qué?
La afirmación, a la vez que pregunta, la padecemos del actual gobierno y de todo su “apparátchik”.
Todos la conocemos. Esa expresión de desafío. Comúnmente, en boca de adolescentes rebeldes o maleducados. También la conocemos en boca de criminales impunes, políticos corruptos, guerrilleros negociantes o amnistiados, comerciantes deshonestos y patanes de madrugada.
Generalmente, viene aparejada del ‘¿qué va a hacer?’, o de un rotundo ‘¡y a mí que me importa!’. No hay padre desconcertado, víctima indefensa de la agresión, del robo o la estafa o ciudadano indignado que no la haya padecido. Quien padece el reto que implica la vía de hecho, queda, por lo general, condenado a la inacción ante extremos radicales que no está dispuesto a asumir en una sociedad civilizada.
La ética burguesa y republicana desfallece ante el reto de la vía de hecho, de la sinvergüencería.
Y ahora, la afirmación, a la vez que pregunta, la padecemos del actual gobierno y de todo su “apparátchik”.
Entregan intencionalmente espacios territoriales a guerrilleros narcotraficantes y bandas mafiosas para medrar sobre la población civil y desplazar a la fuerza pública. ¿Y qué? ¿Qué van a hacer?
Usan, abusan y malgastan bienes públicos. ¿Y qué?
Toleran y promueven el nepotismo contractual como los más desvergonzados politiqueros y dictadores. ¿Y qué?
Abusan del poder para su propio beneficio, coartando libertades de ciudadanos inermes y brincándose reglamentos y disposiciones legales. ¿Y qué?
Afectan, con sus decisiones superficiales, erradas e ideológicas, sectores cruciales de la economía como la construcción, los hidrocarburos y la minería. ¿Y qué?
Desconocen las competencias de las ramas del poder público y los pesos y contrapesos institucionales. ¿Y qué?
Permiten la corrupción en las más altas instancias. ¿Y qué?
Violan las disposiciones electorales con bolsas de efectivo y oscuros operadores costeños de corrupción y de la mafia. ¿Y qué?
Crean cuerpos armados paramilitares como la guardia indígena. ¿Y qué?
Pretenden reclutar y poner a sueldo terroristas, asesinos y delincuentes con recursos públicos como recurso para sojuzgar a la población. ¿Y qué?
Incumplen sus agendas y abandonan cualquier decoro social. ¿Y qué?
Ponen a las huestes de beneficiarios del asistencialismo a hacer fila de manera humillante e inútil. ¿Y qué?
Compran tierras ácidas y saladas a precio de oro para reformas agrarias inútiles. ¿Y qué?
Mienten en las redes y construyen bandolas de falsa propaganda y las presentan en la misma Casa de Nariño. ¿Y qué?
Incitan la inflación. ¿Y qué? Quiebran intencionalmente el sistema de salud. ¿Y qué? Desmoralizan e inactivan a la fuerza pública. ¿Y qué?
La ausencia de vergüenza es sin duda un arma política poderosa. Pero los retos expuestos, lanzados sin vergüenza por el actual gobierno, y por la izquierda en general cuando gobierna, se hacen viables en medio de la debilidad de nuestras instituciones y las dubitaciones y transacciones de muchos sectores de la sociedad.
Una parte de la clase política desea participar del desafuero y rapar también parcelas de poder para aprovecharse del desorden.
Otra parte de la “inteligentsia” nacional, en lo periodístico y lo académico, se debate entre el escándalo y la validación, atrapados en las solidaridades de su sectarismo ideológico, defraudado y arropados en los atavismos unificantes, esos que justifican la violencia, corrupción y falta de decoro presentes con las plagas del pasado, en una perpetua nivelación por lo bajo que entrega una justificación cínica para la inacción y la no toma de partido.
Y otro sector de los grandes conglomerados, que se debate entre el pánico y el acomodo protector, crea canales de “manejo” y de lobby especializado para proteger lo suyo, así sea sacrificando la democracia y el bienestar de las mayorías.
¿Y qué podemos hacer?
Marchar crece como una ruta de presión. Activarse políticamente: como militante, como financiador, como candidato en los comicios territoriales de octubre, como testigo electoral, como activista digital.
No pensemos que otros deben resolver. Cada uno debe actuar en su zona de influencia inmediata: en el barrio, en el conjunto, en el trabajo, en el grupo de amigos, en el club social o deportivo, en la junta de acción comunal, en la asamblea de copropietarios. Donde sea fácil y cómodo.
Denunciar corruptelas, apoyar a los influenciadores y periodistas que lideran la oposición y denuncian los excesos, teniendo paciencia y conciencia del proceso, abandonando el cinismo y la desesperanza y liderando cada espacio de interacción social con entusiasmo democrático.
Finalmente, debemos reclamar la acción institucional de las ramas del poder público. Acción decidida y pronta en la jurisdicción penal, administrativa, disciplinaria y fiscal. Control político severo en el congreso y presión a nuestros representantes y senadores para que rechacen las malas reformas.
El olvido, el miedo, el acomodo y la desunión frente a las vías de hecho solo las refuerzan. El límite no solo se debe fijar en las próximas elecciones, para las cuales debe sin duda cambiar nuestra indiferencia y materializarse nuestro compromiso en la verdadera movilización electoral, no solo con nuestro voto, sino con el proselitismo activo del X10, X20 o X30 votos para cada ciudadano.
El límite se debe materializar de manera inmediata con la condena social, digital y personal, intensa, masiva, documentada, permanente e intransigente. Exigiendo respeto, reclamando a la prensa, a los parlamentarios y a los jueces y apropiándonos unidos de nuestra democracia, enfrentamos el reto de los sinvergüenzas.