OPINIÓN
¡Ya no seremos como Venezuela!
Al menos nos queda la refrescante fachada de este Iván Duque juvenil que come perritos callejeros con Piña, pero sin mermelada, porque está a dieta. Y la mermelada la reparten los tres expresidentes, no él.
Inicié la semana con la angustia de que, por culpa del presidente Duque, Colombia se estaba convirtiendo en otra Venezuela. Puede ser que el presidente haya dado felices sorpresas en su gobierno, no digo que no; pero a la vez ha mostrado algunas pecas, un poco a la manera de Yadi
González: aquella presentadora de los años ochenta que el presidente observaba en TV, cuando era apenas un párvulo que comía en la Pizza Nostra y miraba a Alfonso Lizarazo en el programa Baila de rumba, en el que aprendió los magníficos pasos de bailarín que exhibió durante su campaña.
Menciono algunos lunares de su incipiente gobierno: tomó la bandera del cambio generacional, pero a la vez dejó de lado en su gabinete a personajes como José Galat, que sonaba para viceministro de la Juventud; en su lugar, nombró al lozano Guillermo Botero en la cartera de Defensa. En plena consistencia con los colores que enarboló, ya no de su partido, sino de su tintura de pelo, repartió generosas cuotas al hombre canoso, como Juan Pablo Uribe, como Ricardo Lozano, pero hizo que el calvo brillara –cosa normal en él– por su ausencia. Y muchos nombramientos de su gobierno suscitan una mezcla sentimental difícil de resolver: designó en la cartera de Vivienda a Jonathan Malagón que, más allá de que tiene nombre de futbolista, en concreto de central, promete. Promete casas, quiero decir. Pero promete. En contradicción con su discurso de renovación, acudió a políticos del pasado, como Nancy Patricia Gutiérrez y el célebre Alberto Carrasquilla, quien alguna vez afirmó que el salario en Colombia era como Yerry Mina: ridículamente alto. Nombró a una ejecutiva brillante como María Victoria Angulo, pero lo hizo en Educación, no en Agricultura, materia en la que se destacó al tratar con contratistas que cobraban pechugas de pollo a 40.000 pesos: ni los Rausch habían logrado semejante proeza.
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Pero de todas las manchas de su recién estrenada administración, la que más me preocupaba, como digo, era el incumplimiento de la promesa central de su campaña, según la cual, gracias a él, no nos íbamos a convertir en otra Venezuela.
No me choca en absoluto ese estilo jovial y fresco con que el mandatario ejerce su mandato, tan parecido a Obama, aunque a la manera colombiana. Uno se baja a comer un perrito caliente en una bomba de gasolina, y ahí está el presidente Duque, acompañado de Jorge Mario Eastman, tomándose selfis con la cajera y sirviendo él mismo la piña. Piña sobre el perro. Una verdadera afrenta. Uno va a sacar fotocopias a la Comercial Papelera, y ahí está Duque, comprando papel cartón para una maqueta de sus hijos. Y así, en general: entren a cine y ahí estará Duque, más bacán que nunca, con un grupo de amiguetes. Vayan a Home Burgers y mírenlo rompiendo de nuevo la dieta con una doble carne. Estrena chaqueta de la Fuerza Aérea marcada con su apellido; sirve de guía de unas niñas del colegio Marymount que visitan Palacio: es la frescura hecha mandatario, el Alfonso Lizarazo de nuestros días.
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Pero me sorprendía que, debajo de esa impronta audaz y descomplicada, el presidente nos estuviera convirtiendo en otra Venezuela. En su posesión se le aguaron los ojos ante su Presidente Eterno, que era como llamaban a Chávez. Su partido se ha mostrado tan vociferante y agresivo como el propio Partido Socialista Unido. Y el bachiller Macías es idéntico a Maduro: hace poco declaró en La W que había que investigar si los vientos que soplaron en la posesión eran una conspiración de chamanes. Lo dijo mientras Delcy Rodríguez, la vicepresidenta vecina, culpaba a los ríos colombianos de las inundaciones que suceden en Venezuela: ¿existirá una reserva de chamanes castrochavistas en Anapoima? ¿Una suerte de cartel del clima bajo las maléficas órdenes de Santos?
Chamanes que conspiran, ríos con agenda política. Dios mío, pensé: ya somos Venezuela. Si transcriben las frases de doña Delcy, y las del doctor Macías, no sabe uno quién las dijo. Lo mismo sucede con los gestos de amor ante el caudillo que Chávez inspiraba a Maduro, y Uribe a Duque: ¿qué sigue luego? ¿Cooptar la rama legislativa? ¿Reformar las cortes?
Al menos nos queda la refrescante fachada de este Iván Duque juvenil que come perritos callejeros con Piña, pero sin mermelada, porque está a dieta. Y la mermelada la reparten los tres expresidentes, no él.
Pero en ese momento el gobierno anunció que pondría impuestos a la clase media; la nueva ministra de Minas comenzó a ambientar –ha debido ser ministra de Ambiente– el uso del fracking, y Gaviria, Uribe y Pastrana se reunieron para ejecutar un triste remedo del Frente Nacional. Y entonces me volvió el alma al cuerpo. #YaNoSeremosComoVenezuelaPero seguiremos siendo como Colombia: con las desigualdades de rigor y esa refrescante renovación encabezada por tres expresidentes que jamás se pensionarán. Como la clase media.
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Todo es como siempre. Al menos nos queda la refrescante fachada de este Iván Duque juvenil que come perritos callejeros con piña, pero sin mermelada, porque está a dieta. Y la mermelada la reparten los tres expresidentes: no él.
En cualquier momento se apuntará a jugar un partido de beneficencia con el América de Cali: ojalá los chamanes de Santos permitan que haya sol. Y lo marque Johnatan Malagón, porque cualquier otro defensa puede ser como del salario mínimo: ridículamente alto.
Escuche a Daniel Samper leer su columna