Aurelio Suárez Montoya. Columna Semana

OpiNión

Yankee welcome

La reforma agraria, la posición internacional, la economía, la migración, las medidas antidrogas, la transición energética, la agenda básica, quedaron bajo la batuta de Estados Unidos, intervenidas y supeditadas a su monitoreo.

Aurelio Suárez Montoya
6 de mayo de 2023

Circuló, a la sazón del Primero de Mayo, la imagen con la leyenda “Yankee go home” tachada y sobre ella la palabra welcome (bienvenido) con el título “convocatoria del Gobierno a marchar”. Ese meme es una referencia útil para analizar tanto los discursos encendidos en Zarzal o en el “balconazo”, como la “colada” en el Plan de Desarrollo del artículo que acelera la expropiación por vía administrativa para reforma agraria, e incluso el remezón ministerial. Hechos y palabras que causan confusión: unos esperanzados con la redención y otros nerviosos porque “el alacrán” sacó el aguijón.

Todo pasó pocos días después de la visita de Petro a Washington, de la que el portal petro.presidencia.gov.co resalta que los dos mandatarios hablaron sobre la Reforma Agraria en Colombia, vinculada a la lucha antidroga, de sustituir las siembras de coca y aplicar este punto del Acuerdo de Paz. Es política conjunta.

No fue lo único. La Casa Blanca emitió la ‘Declaración conjunta de Estados Unidos y Colombia tras la reunión bilateral’ del 20 de abril. Otros compromisos complementan el tema rural y el propagado “combate contra el cambio climático”: la Alianza de las Américas para la Prosperidad Económica; el aval a la Declaración de Los Ángeles sobre migración hemisférica; la Estrategia Holística Antinarcóticos y la Gobernanza Democrática (ver en https://www.whitehouse.gov/).

Este último, menos difundido, alinea al Gobierno Petro con la estrategia global de Estados Unidos, que es lo que más le interesa al Norte, incluida la coadyuvancia que Colombia pueda brindarle en el hemisferio americano. Con pragmatismo, incluso está dispuesto a hacer concesiones a Petro en unas de sus ingeniosidades, a cambio de la estancia en el redil y a sus buenos oficios en el sur del continente, como arrimar a la Venezuela de Maduro.

Contrario a quienes se obsesionan con el “castrochavismo”, Petro reafirmó los “valores democráticos compartidos”, de justicia y Estado de derecho, las libertades de expresión, reunión, prensa, religión y los derechos humanos, y condenaron “toda forma de autoritarismo y agresión en el mundo, incluida la violación por parte de Rusia de la integridad territorial de Ucrania contraria al derecho internacional”. Suscribió, en esencia, el discurso que Estados Unidos propaga, incluyendo la suma de argucias con las que justifica la hegemonía.

La Alianza para la Prosperidad, que Petro maquilla como “Alianza para el Progreso” y que mencioné en una columna anterior, titulada ‘Alca 2.0’, es el acuerdo continental de países con TLC con Estados Unidos, adobado con “descarbonizar”, con “la interconexión eléctrica en las Américas para ayudar a reducir el costo de la energía”, con “promover el crecimiento de un mercado regional de energía renovable”. En razón de la cruzada por la transición energética y los emergentes negocios “verdes”, Petro avala esa zona franca –desde Alaska hasta la Tierra del Fuego– soportada en la inmutabilidad de los tratados de libre comercio.

En materia migratoria, se acogió la Declaración de Los Ángeles, con base en “las tendencias demográficas que explican por qué ciertos países de nuestro hemisferio son importantes focos de migración laboral”. Estimula la diáspora para avanzar en la estrategia industrial norteamericana, que no es factible sin mano de obra barata, ya no china, sino de migrantes del Sur. Una estrategia para alcanzar el liderazgo manufacturero mundial y en la que todo producto “Made in USA” en 2029 deberá tener 75 por ciento de origen local. Explica las visas para “reunificar familias” y demás facilidades sobrevinientes.

Convinieron una visión “holística” antidrogas, por reducir oferta y demanda, de ampliar las operaciones militares conjuntas y cooperar en inteligencia e interdicción para “desmantelar redes”, perseguir “a los verdaderos dueños del narcotráfico y las finanzas ilegales”, unido a la extradición y a la erradicación forzosa, puntos de honor de la Superpotencia. Lo que se publicita como un cambio en esas materias, es un déjà vu con otros agregados.

La reforma agraria, la posición internacional, la economía, la migración, las medidas antidrogas, la transición energética, la agenda básica, quedaron bajo la batuta de Estados Unidos, intervenidas y supeditadas a su monitoreo.

Petro, que se exhibe como émulo de López Pumarejo, de ser el reformista del siglo XXI, tiene igual, según dijera Randall, “el modelo americano como guía” y le casa la frase de Fernando González, en oposición a los presidentes liberales de entonces, Olaya y López: “Vivimos cuarenta años de anhelos, luchando para que hubiera un cambio, peleando con los gobiernos conservadores, y hemos sido engañados” (J. F. Ocampo, 1980). La historia se repite, se verá si como tragedia o como comedia.

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