Opinión
Zancadillas al Emisor
Debemos estar alertas a responder los ataques desde el Gobierno contra el Banco de la República.
Para el Gobierno, el lánguido crecimiento de la economía es responsabilidad del Banco de la República, por haber mantenido altas las tasas de interés y por comenzar a bajarlas con lentitud, como si el objetivo que persigue fuera hacer daño y no, por el contrario, doblegar la inflación, un mal social que a todos afecta, en especial a los pobres. Estos, cuyos escasos ahorros están representados en dinero, no pueden evitar su envilecimiento; por el contrario, los sectores medios y altos, que cuentan con ahorros en activos no monetarios, están, al menos en parte, cubiertos por su revalorización automática.
Al mismo tiempo que sindica al Emisor por el mal desempeño de la economía, escurre el bulto ante de la postración del clima de inversión, que el mismo ha causado, y que no parece posible que mejore. La nueva línea de acción política es la movilización popular, en procura de una vaga y radical transformación de la sociedad por vías tumultuarias. Así el tiempo atmosférico, mejore, sospecho que la sequía económica se mantendrá.
Añádase, como factor adverso, su casi nula capacidad de ejecutar el gasto público. Para agravar la parálisis, el nuevo director del DPN, apenas posesionado, procedió a pedir la renuncia de los pocos funcionarios con capacidades técnicas que aún quedaban para hacer funcionar con eficacia la máquina del Estado en una entidad fundamental.
El país tendría que horrorizarse por el desmantelamiento de Planeación Nacional, una institución cuyos orígenes se remontan a 1936, año en el que se dispuso la intervención del Estado en la economía. Carlos Lleras Restrepo, uno de los más ilustres presidentes de Colombia en el siglo pasado, le dio gran impulso. Desde entonces, esa entidad había estado a cargo de los planes de desarrollo y del diseño de las políticas públicas que, luego, se confiaban a ministerios, otras entidades nacionales y territoriales, para su ejecución. Los vientos huracanados del petrismo han debilitado estas estructuras. Mucho tiempo y esfuerzos habremos de realizar en años futuros para recuperarlas.
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Sé, por protagonistas directos de la película, que Petro repudia su propio Plan de Desarrollo, al que considera producto de la “traición” de la tecnocracia a sus ideas. En adelante, nos moveremos en función de las iras y los pálpitos del presidente, que ejecutará el sacristán obsecuente de una secta dogmática, al cual, además, no se le dan “las matemáticas”, como él mismo lo confiesa. Le pasa lo que al cocinero que no entiende las recetas.
En estas circunstancias, será muy difícil darle dinamismo a la ejecución del gasto, salvo que se use el modelo Olmedo López, el de los carrotanques de La Guajira, tan parecidos a los camiones recolectores de basura de la alcaldía de Petro que jamás lograron operar. Ese esquema no produce bienestar social, aunque enriquece a algunos funcionarios.
En el otro extremo, se encuentra la ineptitud rampante que condujo a la pérdida de los Juegos Panamericanos, o que genera cuantiosas contingencias fiscales, como sucede con la elaboración de pasaportes. Nada de esto ayuda a dinamizar la ejecución del gasto estatal: lo paraliza.
No lloremos sobre la leche derramada. Toca ahora concentrarse en defender el Banco de la República, así, por su anclaje constitucional, goce hoy de protección, escudo que sería inútil en el caso de una revolución para rehacer las instituciones, una amenaza que hoy luce remota. No tiene Petro –por el momento– suficientes watios de salida. En el corto plazo, más debe preocuparnos su cooptación por el Gobierno, como ahora se intenta, con altas posibilidades de éxito, con la junta directiva de Ecopetrol.
El consenso actual sobre banca central se soporta en estas premisas: (i) la inflación es un problema monetario, derivado de un desequilibrio entre la masa de dinero en circulación y la oferta de bienes y servicios que el aparato económico puede generar; (ii) tal exceso se elimina bajando temporalmente el crecimiento económico; (iii) esa tarea se logra, primordialmente, mediante el alza en la tasa de interés a la que el banco de emisión les presta a los bancos; (iv) para que pueda realizarla bien, debe ser independiente del Gobierno. ¿Por qué? Porque esa es una medicina muy impopular que casi ningún gobierno tiene la fuerza política de ejecutar, obsesionado, como es natural, con objetivos de corto plazo, los propios del ciclo electoral. El Emisor, por el contrario, mira hacia un horizonte más lejano.
Sin embargo, ese acuerdo tiene disidentes. Cuando se trata de gobiernos populistas que, además, son impopulares (tomen nota), el objetivo es tomarse el banco central para usar la capacidad de emisión como un recurso fiscal. La postración de Argentina que dejó el clan de los Kirchner es elocuente: destruyeron la moneda, el empleo productivo y la economía.
Lo anterior es pertinente porque un documento reciente del Ministerio de Hacienda sostiene que la inflación, que todavía padecemos, es causada por un exceso de utilidades empresariales. Bajo esta hipótesis, carece de sentido que exista un banco central. Bastaría que se impusieran –añado yo– impuestos al “exceso de utilidades”, sanciones a los empresarios que abusen de su posición dominante y, por último, controles de precios.
La política de establecer gravámenes extraordinarios a cargo de ciertas empresas se ha usado en varios países, y en la reciente reforma tributaria de Petro, un esquema que habíamos graduado de obsoleto en 1974 durante el gobierno de López Michelsen. Las potestades para evitar acciones que alteren la libre competencia están incorporadas en la Constitución, y cuentan con un robusto aparato administrativo para prevenirlas y sancionarlas.
En cuanto al restablecimiento de los controles de precios, que se usaron en los años sesenta durante la administración Valencia, si yo fuere militante del Pacto Histórico, propondría adoptarlos con celeridad. Podemos decir, y algunos creerán, que es un mecanismo de protección de los consumidores, que mucho nos serviría para meter en cintura a tanto empresario díscolo que no acompaña los programas del “gobierno del cambio”. Implementarlo puede ser parte del popurrí constituyente del que habla Petro.
Briznas poéticas. Se nos acaba de morir Eduardo Escobar, un gran poeta nadaista: “Los poemas no son de nadie: / los poemas le ocurren a la gente, la invaden / y se apoderan de su campo mental / sin que se pueda resistir”.