¿Dania sí sabe cobrar?
Ahora que el debate sobre Dania y sus servicios como dama de compañía se ha decantado un poco, creo necesario retomar el asunto para plantear el que considero es el tema central de este episodio.
Mientras que unos se rasgaron las vestiduras porque consideraban que la imagen de Cartagena y el país ante el mundo se veía afectada por la polémica, otros, especialmente los congresistas gringos, pusieron en evidencia las fisuras en la seguridad del Presidente Obama: una filtración de información secreta podría haber significado un riesgo real para el Primer Mandatario.
Todos ellos están equivocados. Esos no eran los temas de fondo. El asunto que quedó sobre el tapete es uno mucho más profundo pero no por ello difícil de plantear: ¿Danía, como buena colombiana, no sabe cobrar?
Vale la pena recordar que la polémica entre la sanandresana y el gringo tiene origen en la falta de acuerdo sobre la tarifa, que inicialmente ella había estimado en US$800 y que el agente secreto, luego de los servicios recibidos, tasó inexorablemente en $50.000. Ahí empezó la disputa.
Obviamente, no estamos hablando de un desfase por tasa de cambio, sino de una diferencia abismal entre lo que la proveedora consideraba que valían sus servicios y lo que el cliente consideraba sobre el bien o servicio recibido.
Eso me dejó en claro una cosa: en ese episodio pasó algo de fondo, porque los colombianos sufrimos por exceso de modestia y por eso, nos da pena cobrar. Dania se está adelantando a su tiempo y fue, con su cotización por los servicios, muy, pero muy lejos.
He comentado este tema con varios colegas y todos coinciden que es común que a un colombiano le dé pena fijar el precio de su trabajo. Para muchos de mis interlocutores, lo de Dania muestra una ruptura con la tradición económica en Colombia. Por ejemplo, en la discusión sobre los contratos laborales lo más común es que se hable de todo, menos de plata. Las empresas siempre tienen la sartén por el mango, pues hoy para la mayoría de colombianos es muy difícil conseguir un empleo bueno, bonito y bien remunerado. Así que lo que primero se pone en discusión es cuáles serán las funciones del trabajador, los horarios que debe cumplir, los lugares donde se desarrollará la misión, etc, etc, etc… Sólo para el final del día queda el tema del salario, si es que realmente se aborda; en muchos casos, el asunto simplemente se da por descontado: sí, algo me van a pagar -piensa el empleado- y lo que sea, será lo justo y más que un premio.
Pues creo que lo de Dania muestra que las cosas han empezado a cambiar en Colombia. En su aspiración salarial, ella fue hasta donde creía, y fijó su tarifa desde el principio. Esa misma actitud se está empezando a ver en ciertos sectores, donde la demanda de talento está superando a la oferta. El ejemplo más evidente es en el sector minero y de hidrocarburos; allí, las compañías se están peleando por los ingenieros de petróleo, los geólogos y otros especialistas y para ello están llevando los salarios a niveles astronómicos.
Lo mismo puede estar pasando en el sector financiero, el mercado de valores y las telecomunicaciones. En todos estos segmentos, la capacidad de negociación de los empleados está aumentando.
El primer mensaje con el episodio Dania es muy interesante: hay que empezar a cobrar sin vergüenza; digo, sin pena. Obviamente a esto hay que acompañarlo de sensatez, porque el incremento en los ingresos no puede ir hasta el infinito: hay que calcular de manera más eficiente la “elasticidad” del producto o servicio, porque si se nos va la mano, podemos terminar en problemas y recibiendo mucho menos de lo esperado, como le ocurrió a Dania.