OPINIÓN: SOPOR I PIROPOS
Andan diciendo (memorias de 2019): una columna de Nicolás Morales
En su última columna del año, Nicolás Morales escoge los que para él son los hitos culturales de 2019.
Que la Cinemateca Distrital fue el personaje del año (haré un artículo en enero). Que el gran misterio del año será la salida del viceministro de Cultura, David Melo. Que Planeta hoy le pone la pata encima a Random con el catálogo literario colombiano, y que Random y hasta los indies deben estar asustaditos. Que la oficina de asuntos culturales de la Cancillería –para seguir con las opiniones de Santos, el embajador– es un verdadero desastre (no les interesa nada, no apoyan nada) y que nunca había sido tan mala, desde el gobierno de Turbay Ayala (al parecer, es parte del canon turbayista eso de abandonar la cultura). Que los pícnics literarios de Idartes fueron luciditos, de lo más bonitos y con un asuntillo intergeneracional sofisticado. Que Santiago Rivas pasó de ser un gordito chistoso con un acento bogotano a tremendo líder cultural. Que lo de Humboldt en la Filbo fue una cosa increíble (qué conferencias, por Dios). Que la Sinfónica de Colombia agoniza sin presupuesto, ni visión, ni nada, y que no sobrevivirá si solo sigue tocando música de Harry Potter. Que el mejor libro de cómic es Pánico, de Ana López (brutal, por favor cómprenlo). Que lo de Peter Handke no estuvo bien por aquello de negar lo innegable: el holocausto bosnio. Que Aterciopelados está casi mejor que antes. Que IndieBo entró a la categoría de festival fallido; fue caótico y flojillo (¡ay, qué raro!, como el Festival de Cine de Bogotá). Que el Biff, en cambio, mostró mucha categoría y estar anclado a un verdadero proyecto de festival de cine profesional. Que el mural “espontáneo” del Centro Colombo Americano generó un buen performance de censura en Colombia. Que el FCE no debió perder a su editor Mario Jursich. Que El testigo, de Jesús Abad Colorado, no solo fue la exposición más sobrada del año, sino la más trascendental de nuestra década fotográfica. Que lo que mostró Clemencia Echeverri en el Mamu se pasó de bueno. Que –reconózcanmelo– fue pobre la celebración del bicentenario: lemas vacíos, monumentos a la vieja historia y muy pocas voces reflexivas sobre nuestro lugar en el mundo, salvo –es verdad– el capitulito de las conferencias de la Filbo. Que la programación musical de Nova et Vetera (entre otros: Philip Miller, Vox Clamantis, Mandolin Sisters, etc.) fue grandiosa. Que el Ficci de Cartagena perdió todo lo que tenía: de festival de cine internacional pasó a ser pura comparsilla visual en las murallas. Que el mejor concierto del año fue el de la Orquesta Sinfónica de Londres, dirigida por Sir Simon Rattle, y no el de Dudamel con la Filarmónica de Viena que tanto ponderaron. Que Fernando Vallejo mandó otro libro malo (no importa, mientras tengamos en la biblioteca Los días azules). Que las instalaciones de Ícaro Zorbar en el Mambo pudieron ser la exposición más destacada de la movida artística capitalina con la retrospectiva del joven Humberto Junca de la Cámara. Que este año el libro más asombroso de los independientes es el de Matías Godoy, Sueños de raspachín. Que fue muy duro lo de Luis Ospina por su responsabilidad en un gran pedazo de nuestra historia cinematográfica (aunque yo extrañe unos obituarios no tan excesivamente complacientes con toda su obra). Que, aunque un poquito desapercibida, la exposición Tierra de/por medio del Mamu nos sacó lagrimitas; en especial el esplendor de la cuadratura Salcedo/Restrepo/Rojas/Pérez (yo lloré). Que hubo mucho libro universitario bueno, pero dentro de las joyitas destacaré el mejor libro de cultura en mucho tiempo: Hernando Valencia Goelkel, Crítica literaria, uno de los últimos trabajos editoriales del gran Carlos Rincón, editado por el Instituto Caro y Cuervo. Que el asesinato del realizador de cine Mauricio Lezama fue la peor noticia. Que amamos que revivan a Arnoldo Palacios. Que ya muchos sabemos qué es un pódcast y hay unos muy buenos para descubrir. Que Noticias Uno logró salir adelante a pesar de todos los palos en las ruedas que le metieron. Y que –por último– extrañamos ya mucho a Roberto Burgos Cantor. Nada, feliz año 2020.
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