Mil palabras por una imagen
El Norte y el Sur
Antonio Caballero escribe para Arcadia sobre la inutilidad de la barrera física que separa a México de los Estados Unidos.
La camioneta no consiguió pasar, como puede verse en la fotografía (El Tiempo, sábado 3 de noviembre). Se quedó ensartada y en equilibrio en el filo de la barrera que separa a México de los Estados Unidos para que no pasen las drogas prohibidas y los inmigrantes ilegales a corromper a “America the Beautiful”, como suelen. Pues la verdad es que, pese a la barrera, suelen pasar. La barrera es una valla de hierro y hormigón que corre a lo largo de varios centenares de los 3.241 kilómetros de la frontera (o 1.952 millas: hasta eso separa a los dos países), alta, sólida, muy bella a ratos: una larga culebra oscura erizada de pinchos que serpentea por el desierto, patrullada de día por grupos motorizados de “minutemen”, voluntarios patrióticos armados de fusiles de asalto, y de noche iluminada por potentes reflectores de estadio. Hace un año el gobernador de Arizona decidió cerrar el boquete de ochenta y dos millas que quedaba sin muralla en su parte de frontera, y lo hizo a la manera tradicional: financiando la obra por suscripción popular (ahora recaudada por Internet) y construyéndola con trabajo esclavo, o, más exactamente, trabajo forzado de presidiarios. Probablemente inmigrantes ilegales mexicanos: de los cuarenta mil internos que hay en las cárceles del estado muchos lo son.
Es una obra faraónica, e inútil. Los inmigrantes ilegales siguen pasando al ritmo de un millón al año (aunque después caigan presos), y la droga no deja de entrar por toneladas: ahí está, como prueba fehaciente, la tapa abierta del baúl de la camioneta de la fotografía.
Como decían la otra noche en un documental de History Channel, “es en México donde comienza el problema”. Se saltan a Colombia, pero lo esencial queda dicho: que el problema va del Sur al Norte. La misma tesis sostenía en una entrevista reciente ese embajador payaso que tuvimos aquí, William Brownfield, hablando del tránsito de la droga por la República Dominicana. Esta es, decía, “víctima de la geografía. Si estuviera en la mitad del Pacífico no tendría ningún problema”. Involuntariamente, desde luego, el embajador payaso le hacía eco a la célebre frase del dictador mexicano Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.
Y es que el problema es viejo. Lo trató Orson Welles en una película en blanco y negro de hace cuarenta años, Sed de mal, en la que un policía antinarcóticos mexicano (Charlton Heston) se enfrenta a un corrupto sheriff de frontera gringo (el propio Welles) acostumbrado a falsificar pruebas contra los mexicanos. Al final gana el primero, porque aunque haga de mexicano es Charlton Heston, y porque la película, aunque sea de Orson Welles, es un producto comercial de los grandes estudios de Hollywood (que, por otra parte, la censuraron y recortaron brutalmente, como era su costumbre). En la vida real, por supuesto, pierden los mexicanos. En History Channel, sin embargo, los funcionarios norteamericanos advierten con preocupación: “Hay balas que pasan a este lado”.
¡¿Cómo?! ¿Balas hacia el lado de allá? Fenómeno contra natura. Crimen de leso imperio. Serán balas perdidas. Porque lo natural, lo justo y saludable, sería al revés, como siempre: balas de arriba hacia abajo, del Norte al Sur, como pasan las armas de los carteles mexicanos de la droga. Por esa inexorable ley de gravedad fue México perdiendo en el curso del siglo XIX un tercio de su territorio; los que hoy es Texas y se llamaba Tejas, New Mexico, Nevada, Arizona, Utah, California. Solo una vez, en 1916, la agresión fue de abajo hacia arriba, cuando Pancho Villa incendió el pueblecito de Columbus, New Mexico. Sin contar el ataque japonés a Pearl Harbour, Hawái, en la remota mitad del océano Pacífico de que habla Brownfield, esa ha sido la única ocasión en que los Estados Unidos han sufrido en su territorio una agresión extranjera entre la quema del Capitolio y de la Casa Blanca en Washington por los ingleses en 1814 y los avionazos contra las Torres Gemelas en Nueva York por los árabes de Al Qaeda en 2001. Y el gobierno norteamericano respondió a la ofensa de Pancho Villa enviando contra México una “Expedición Punitiva”, como casi un siglo después respondería a la de Osama bin Laden lanzando una guerra de castigo preventivo contra Irak y Afganistán. Canta el corrido: “Nuestro México febrero veintitrés, / dejó Carranza pasar americanos; / diez mil soldados, seiscientos aeroplanos, / buscando a Villa, queriéndolo matar…”
Porque el problema viene del Norte al Sur.