La viga en el ojo
El pequeño Barney
Frente a la casa había un mogador y tres alcorques con sendos arces. Un soportal antecedía un vano abocinado con umbral rebajado, y jambas y quicio en piedra. Se destacaban una imposta sobre el dintel y más arriba un clerestorio en el muro piñón, con una elaborada albardilla que protegía la imponente entrada custodiada por un geminado en retranqueo.
La fachada, con recuadros en tracería, se levantaba sobre un mampuesto con un robusto sillar. Sobre el enrase, una verdugada en concreto champeado y enjalbegado daba inicio a la mampostería en ladrillo revitado, rota por ocho ventanas con balaustres en mármol abujardado, y alfeizar en mármol liso sobre el cual descansaban los pretiles. Finalmente, una fila de ocho óculos y un vierteaguas remataban el conjunto.
El zaguán, orientado al decumanus, daba acceso a un patio cuadrado en canto rodado con dos atarjeas que salían de un impluvio central. Lo rodeaba una circulación acodada adosada a un atrial, que hacía las veces de xystus. Al fondo, en el vergel, se insinuaba un umbráculo.
El salón principal, a la derecha de la entrada y con su eje longitudinal en dirección del cardo, reposaba bajo una cubierta en boca de horno sostenida por una estructura en teleras y cuadrales de cedro apoyados sobre soleras que recibían igualmente los pares. Sobre estos, formando una armadura de parihuela, los nudillos sostenían el tendido. Pendolones y tornapuntas se unían a las cerchas por medio de cartelas. Los cuadrales conformaban cuatro xairos y en el centro un lucernario.
Si usted no entendió esta descripción, no se preocupe; la gran mayoría de los lectores, aún arquitectos, tampoco la entenderán. Yo mismo debo reconocer que desconocía varios de los términos utilizados —no puedo decir mentiras pues se me crece la nariz como a Lucas Ospina, mi vecino de columna— y para escribirlo me tocó recurrir al diccionario Las palabras de la arquitectura del arquitecto Benjamín Barney.
Barney construyó su diccionario seleccionando de los principales textos especializados las palabras que él consideró indispensables para el ejercicio de nuestra profesión. El idioma de la arquitectura se nutre del lenguaje oral y escrito de cada cultura, y en la medida en que el léxico sea más rico, el lenguaje arquitectónico será más claro y preciso.
El pequeño Barney nunca alcanzará la popularidad de El Pequeño Larousse, y su uso no hará necesariamente mejores diseñadores. Pero sí contribuirá a formar profesionales más cultos, y a salvar un lenguaje especializado en vías de extinción.