EL REVERSO DEL DECORADO
Un artista del trapecio
La emisora Javeriana Estéreo parece muy preocupada por ir a la estela del sonsonete rítmico de las emisoras comerciales, olvida que lo suyo no es el mundo del espectáculo sino la cultura del mundo, un universo de formas habituales e inusuales de escucha, fundamental para el ecosistema de la radio universitaria.
A finales de los años noventa, un artista, en una calle de Bogotá, sintió el llamado de una voz; reconoció con sorpresa a la persona que siempre oía en las mañanas de los sábados en un programa radial. Se acercó al cuerpo que emitía ese sonido, lo sintonizó y le confesó que era un fiel oyente de cada emisión. El programa se llamaba Trapecio, y su director, Carlos Heredia, ponía a sonar por Javeriana Estéreo, la emisora universitaria, piezas completas de un vademécum musical tan amplio como el mundo.
De 9:00 de la mañana a 1:00 de la tarde, Heredia habitaba el espacio con sus listas de canciones y una línea editorial pausada que incluía datos propios de revistas especializadas de escasa circulación. El narrador mezclaba lo informativo con caprichos personales tan azarosos como el I-Ching (que también usaba para programarse y programar). Su voz poderosa, modulada hasta el secreto, compartía una que otra introspección coyuntural y alternaba su risa siempre engatillada para disparar antes, mucho antes, de que el mensajero fuera más importante que el mensaje musical que traían sus invitados.
El programa estaba a tono con esa visión del mundo que por breves horas se da en la mañana del sábado cuando todavía no hay obligaciones, en la somnolencia lúcida que dibuja un paisaje mental donde, separados de la rutina, pensamos que todo es posible. Tiempo dentro del tiempo, breves horas que son un monumento al ocio, un elogio a la pereza tan fugaz como efímero: la vida sigue, el hambre llama, la sociabilidad exige, y más temprano que tarde quedamos atrapados en la calma chicha de la noche del domingo.
El artista le confesó al hombre de la voz que no le bastaba con oírlo los sábados, sino que tenía grabados sus programas en casetes que ponía en la grabadora de su taller y que ahí, a discreción, podía replicar una y otra vez la temporalidad del programa; el tiempo como enemigo del arte y el arte como enemigo del tiempo. El artista dijo que tenía marcada su colección de carcasas plásticas, que le gustaba ver cómo corrían la cintas magnetofónicas por entre los dos carretes en miniatura con docenas de Trapecios que empataban el uno con el otro.
El artista no solo buscaba en la radio compañía o una ventana a la música. El artista encontraba en Trapecio ese espacio mental que da la radio para pensar en distracción, en el claustro de un taller, donde es necesario el ritual de distraer un sentido, la escucha, para concentrar otro, la visión, el movimiento.
Trapecio era una isla de sosiego en el resto del dial donde un zoológico de locutores imposta sapiencia y urgencia al ritmo neurótico de la actualidad noticiosa. Un refugio musical donde no se mutilaban las canciones entre los anuncios y donde el locutor es libre, no tiene que recurrir a la astucia para camuflar el continuo de la empresa de payola ideológica y comercial de tantas emisoras.
Por estos días, tras 19 años de transmisión, la dirección de la emisora decidió que Trapecio no continuaba. El rating, la verificación de audiencia o los “focus groups” traducidos a documentos de Excel tan poco convincentes como irrefutables, son la disculpa para la nueva fase de cambios.
La emisora parece muy preocupada por ir a la estela del sonsonete rítmico de las emisoras comerciales, olvida que lo suyo no es el mundo del espectáculo sino la cultura del mundo, un universo de formas habituales e inusuales de escucha, fundamental para el ecosistema de la radio universitaria.
Cuarenta y un emisiones de Trapecio están alojadas en el portal de internet de Javeriana Estéreo, corresponden casi al último año del programa. Los 18 años restantes solo están en la cabeza de sus oyentes y sus ondas viajan por el espacio sideral de la memoria.
Una forma de protesta sería ignorar la nueva programación de los sábados para oír las viejas emisiones de Trapecio y las variaciones que hizo Heredia ante esa inquietud que dejó planteada en una entrevista: “Me he preguntado qué pasa cuando los discos (o los libros) están solos en sus estantes y cajones, y nadie los mira. ¿De qué hablarán Bach y Leonard Cohen, o Vivaldi y John Coltrane?; ¿cuál será la conversación entre Iva Bittová y María Callas, o entre Thomas Quasthoff y Rufus Wainwright?”.
Todavía es posible encontrar a Heredia y sus invitados en otros programas en el oasis de otras emisoras culturales como la HJUT y la Radiodifusora Nacional (sin emisoras, las universidades se quedan sin voz y sufren de ensimismamiento).
El silencio, por un tiempo, también puede ser una buena compañía para sobreponerse a este pequeño duelo que afecta el equilibrio esquivo de la economía del sábado. Dice Heredia: “Hay una línea del poeta inglés John Keats, que suele resultarme muy útil, que dice: ‘Las melodías oídas son dulces, pero las no oídas son aún más dulces’. Hay tanto por escuchar y, por fortuna, también está aquello maravilloso y totalmente necesario, el silencio”.