OPINIÓN: CONTRA LA INTUICIÓN

Los estudiantes: una columna de Sandra Borda

Vuelve el paro nacional, y la profesora nos recuerda por qué marchan los estudiantes.

Revista Arcadia, Sara Malagón Llano, Sandra Borda
20 de enero de 2020

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Estoy terminando de escribir un libro sobre el movimiento estudiantil en Colombia y por cuenta de esa tarea llevo casi dos meses dialogando con sus líderes. Han sido conversaciones largas y para mí muy entretenidas y de muchísimo aprendizaje. Escuché múltiples versiones, todas fascinantes, de los logros y los retos del movimiento estudiantil y escuché del acervo de razones poderosísimas que los llevaron a hacer parte del mismo. La verdad es que casi todas estas historias son durísimas. Ninguno de estos jóvenes la ha tenido fácil en la vida. La gran mayoría ha tenido que hacer grandes esfuerzos para poder estudiar y no comparte la lógica adulta según la cual “si a mí me tocó duro en la vida, que a los que vienen les toque igual. Que la luchen”. Nada de eso. Ellos forman parte del movimiento estudiantil justamente porque creen que la educación tiene que ser un derecho y no un privilegio de aquellos que nacen en “cuna de oro” o que hay que pasar por las duras y las maduras para poder obtener un título profesional.

Están convencidos de que el mundo es un lugar más duro para ellos de lo que lo fue para sus padres. El acceso a la educación de calidad es hoy más difícil que antes y su salida al mercado laboral tiene lugar con salarios peores, con mayor competencia y condiciones laborales mucho más inestables.

Algunos pueden tener la impresión equivocada de que, como la economía crece (aunque no lo haga exorbitantemente), ese crecimiento impacta positivamente en la vida de todos. Tristemente ese no es siempre el caso.

En Estados Unidos, los millennials (clasificados por algunos como el grupo de personas nacidas entre 1980 y 1996) parecen estar haciendo fila para ser la primera generación que no mejora con respecto a la generación de sus padres en condiciones labores y de ingreso. Esto, a pesar de que la economía crece. Entre los millennials estadounidenses, solo el 44 % tiene trabajos de mejor condición socioeconómica que sus padres. Y a este deterioro en el ingreso hay que sumar los aumentos en los precios de la finca raíz y de las matrículas en las universidades. Muchos de estos jóvenes quedan endeudados hasta los huesos y con muy pocas posibilidades de independizarse.

En Colombia, el desempleo de los jóvenes no ha dejado de crecer. Según el Dane, en el país hay 12.768.157 jóvenes (entre dieciocho y veintiocho años) y ellos representan el 27 % de la población. De estos, para 2018, 3.400.000 no tienen empleo; es decir, cerca del 17 % o 18 %. Los jóvenes profesionales pueden llegar a tener un ingreso de entre 1.200.000 y dos millones de pesos y pueden tardarse, en promedio, algo más de treinta y un semanas en conseguir trabajo.

Quienes más dificultades experimentan son aquellos que buscan trabajo por primera vez: casi siempre se les exige que tengan algún tipo de experiencia laboral para empezar a trabajar (¡!). Pero el desempleo también se comporta en formas distintas de acuerdo con los estratos: el 19,4 % de los jóvenes de estratos 1 y 2 está desempleado, frente al 11,7 % de los jóvenes de estratos 3, 4, 5 y 6, según un estudio de 2018 realizado por Cuso International y el gobierno de Canadá que reseña El Espectador.

Muchos de estos jóvenes son contratados por prestación de servicios, un sistema que genera muy poca estabilidad en el largo plazo y cuyas condiciones definitivamente son muy precarias. De hecho, la precariedad laboral se incrementa en los grupos de jóvenes más pobres: el 86,1 % de los jóvenes urbanos en estratos 1 y 2 en Colombia tiene condiciones laborales precarias, según el mismo estudio de Cuso International. Solo el 13,9 % de los jóvenes en estos estratos cuenta con condiciones laborales en las que se respeta el salario mínimo, las horas de jornada laboral, tiene relativa estabilidad y afiliación a seguridad social.

Para esta generación, entonces, el mantra de que la economía crece y de que se invierte en educación superior más que en el pasado, que repite el gobierno todos los días, significa más bien poco. El mejoramiento de esos indicadores no ha logrado traducirse en un mejoramiento en sus condiciones socioeconómicas. Al contrario, hoy sienten que su situación es más inestable que en el pasado y, por esa razón, en Colombia y en otros lugares están en la calle protestando. Sienten, además, que si seguimos como vamos el acceso a la educación será cada vez más restringido, los trabajos serán más precarios y, sin duda alguna, la desigualdad seguirá al alza.

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