La lengua absuelta

Monte Adentro

Hace unos meses, en un taller con el profesor Jean Paul Lederach con varios líderes de Montes de María, nos preguntábamos qué imagen podría recoger el ideal de desarrollo rural que quisiéramos tener dentro de diez años en esa región tan entrañable para nosotros.

Revista Arcadia
22 de enero de 2015

Llegamos a la siguiente conclusión: que cualquier campesino pueda leer el periódico en el baño. No es chiste. Llegar a ello implicaría varias cosas: primero que la gente tenga una vivienda digna, con alcantarillado, agua, y en general, saneamiento básico. Que gente sepa leer de corrido y tenga la costumbre de hacerlo y además lo disfrute al punto de hacerlo en sus momentos más íntimos; que la vida del campo mejore tanto, que sus habitantes tengan educación, tiempo libre, es decir, calidad de vida; y por último, que haya periódicos rurales.

Quizá sea mucho pedir, o hasta suene leninista, pero a pesar de que estamos en la era de internet, los periódicos siguen siendo medios claves para acompañar el desarrollo de las regiones y pasar esta amarga noche del sector agrario, porque el acceso a la información, a la cultura, a la reflexión, son los pilares de la participación política y la ciudadanía activa. Eso que la guerra aniquiló en muchas zonas y que hoy quiere renacer.

En una entrevista que le he hice también el año pasado a Jesús Pérez, histórico dirigente de la Anuc en Sucre, me contó que aunque ni él ni sus hermanos fueron a la escuela, aprendió a leer con el periódico gaitanista Jornada, el que su papá, analfabeto hasta el día de su muerte, compraba sin falta. Lo leían en familia para saber cómo iba aquello de la revolución pacífica que tanto necesitaban por allá en los años cuarenta (bueno, por no decir en estos tiempos) esas regiones de siervos sin tierra. Chucho no solo se convirtió en un aplicado lector y gran líder, sino que ha escrito cuatro libros que incluyen su autobiografía y un tratado de derecho agrario.

Hace un año conocí también a dos mujeres del oriente antioqueño que estaban recabando información en la biblioteca Luis Ángel Arango sobre un antiguo periódico rural: El Campesino. La idea que tenían en mente era hacer uno similar para El Retiro y sus veredas, de carácter cultural. Ellas, me dio la impresión, son ese tipo de gente que no ha idealizado al campesino en la postal aquella del tipo con azadón, que no sabe leer y que solo oye música de carrilera en un viejo transistor.


El periódico gaitanista 'Jornada'.

El mundo rural ha cambiado tremendamente, y los campesinos también. Algo que desconocen muchas de las instituciones; también ong y organismos internacionales nostálgicos del ayer. Parte de la agenda de justicia, reparación y democratización del campo pasa también por la modernización y, por supuesto, por ampliar el conocimiento de la ruralidad. Bien dijo el profesor James Robinson, en su controvertido artículo publicado en diciembre en El Espectador: la agenda de modernización del sector rural pasa por la educación (por la tenencia de la tierra también, profe Robinson), pero yo agrego, por la libertad de expresión, por el debate público y por hacer visibles los múltiples conflictos y saberes del mundo rural.

Las chicas del oriente sacaron su periódico en octubre. Se llama Monteadentro, y en la editorial del primer número dicen para qué sirve un periódico en el campo, con argumentos que no puedo más que compartir: “Para volver más sabrosas las conversas (…) para recordar (…) para el gozo (…) para que habiten la poesía, el cuento, el drama, la comedia… el pensamiento (…) para saber los derechos y responsabilidades que tenemos (…) para madurar los aguacates y recoger la basura, hacer gorros y barcos, limpiar vidrios y alimentar el fuego…”. Para todo eso se necesitan periódicos en las regiones colombianas. Y gente como ellas dispuesta a meterles el hombro.

Despedida

No sé muy bien cómo decirle adiós a este espacio que me ha acogido tan dulcemente durante los últimos años. Me despido de esta columna dado que mis labores como periodista en varios frentes me exigirán en este 2015 –que espero sea decisivo para nuestras vidas- concentrarme de tiempo completo en la coyuntura. Agradezco a mis lectores la compañía y la indulgencia que me prodigaron; a Marianne Ponsford, por haberme alentado a convertirme en columnista y darme el espacio y la confianza para hacerlo; y a Juan David Correa, por el respaldo que me ha dado siempre. Espero que este sea nada más que un hasta luego.

Lea también:

Colombia campesina.

Una soledad desobediente: La obra de Alfredo Molano.

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