Opinión: Mínima Malicia

Una ceremonia inconveniente: una columna de Pedro Adrián Zuluaga

“Con la idea de premio, que le gana a la más sensata de estímulo, se afincan los discursos de la competitividad, acordes con las lógicas dominantes del emprendimiento”.

Revista Arcadia, Sara Malagón Llano, Pedro Adrián Zuluaga
25 de febrero de 2020

Este artículo forma parte de la edición 171 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

Esta columna estaba en el tintero desde hace meses, y siempre algo más urgente la desplazaba. También las dudas. ¿Con qué cara ponerle peros a un instrumento –las convocatorias del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC)– que ha empujado el crecimiento de la producción de cine en Colombia? ¿Por qué no simplemente celebrar el compromiso permanente del Estado con la creación audiovisual? Toda crítica de los estímulos al cine, creo, debe partir de la defensa de estos.

Al menos dos veces al año, desde hace años, he sido testigo de la ansiedad que las convocatorias provocan. Algo más que la carrera profesional de quienes participan pende del veredicto que el grupo de jurados de las convocatorias emite, con su decreto de “ganadores” y “perdedores” dentro de los límites que imponen unos recursos públicos importantes pero insuficientes; los solicitantes, por su parte, reconocen la validez de las reglas del juego. Es decir, la posibilidad de ser o no beneficiados.

El próximo 12 de marzo, un día después de la inauguración del Festival Internacional de Cine de Cartagena (Ficci), el Consejo Nacional de las Artes y la Cultura en Cinematografía (CNACC) presentará públicamente los estímulos por concurso de su convocatoria 2020, con recursos por $19.853.000.000. Una fase de estos estímulos, la de circulación de películas colombianas, se abrió el 2 de enero. Lo que se lanzará en el Ficci es lo más grueso de los estímulos, que van dirigidos, en su mayoría, a apoyar la producción de obras cinematográficas. Los resultados se anuncian en la segunda mitad del año en eventos públicos con un nombre pomposo y equívoco: premiaciones.

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He visto la debacle moral de conocidos y desconocidos en muchas de las “premiaciones”; he visto cómo son convertidos en perdedores que, a la vista de todos, tratan de disimular lo mejor que pueden que están derrumbados. Con la idea de premio, que le gana a la más sensata de estímulo, se afincan los discursos de la competitividad, acordes con las lógicas dominantes del emprendimiento. Se busca normalizar y celebrar lo incómodo: que no hay cama pa tanta gente. Lo que deja esta celebración es un reguero de frustraciones cubierto por el ruido de “los ganadores”. Se dirá que no se puede hacer otra cosa. En realidad sí, al menos en las formas.

Quien accede a un estímulo no recibe un favor o un privilegio, como se sugiere insistentemente durante la premiación, sino que adquiere el compromiso de administrar unos recursos públicos con responsabilidad. El empleo de estos es sometido a auditorías que, desde años anteriores, son de talante kafkiano. Los “ganadores” pasan por minuciosos procesos de verificación de cada peso invertido en la creación de las películas, con el arsenal seudojurídico de nuestra ampulosa “ciudad letrada”. Las mismas personas que en las premiaciones son exhibidas públicamente como los hijos obedientes al que un estado benefactor bendice por su buen comportamiento son después el objeto de una vigilancia desproporcionada: su actuación siempre está bajo sospecha.

Las personas o empresas que acceden al estímulo lo obtienen en franca lid; y Proimágenes Colombia, que administra el FDC, es irreprochable en el manejo de los recursos (aunque se puede objetar su inversión en relaciones públicas, incluidas estas premiaciones). Eso no quiere decir que siempre ganen los mejores. Factores como la elección de los jurados convierten los resultados en algo aleatorio y, en últimas, poco objetivo. El criterio de calidad de los proyectos pasa por la interpretación que cada jurado tenga de ese criterio. Aunque sean las reglas convenidas, están sujetas a cambios y mejoras. Durante los más de quince años de la Ley de Cine, el CNACC y Proimágenes han corregido mecanismos y probado modalidades. Este año abrirán un estímulo para producción afro. En otros años lo hicieron para relatos regionales.

En todo este tiempo, lo único que no ha cambiado es esa obsoleta ceremonia mal llamada de premiación. En países como Chile o en estímulos como los de Ibermedia, por poner dos ejemplos, se publica una lista de los beneficiados. Esto, o una comunicación privada, enviaría un mensaje más cercano a la naturaleza del estímulo: un primer paso para un proceso de creación largo y complejo. Son las películas terminadas las que ganan premios, cuando además estos tienen sentido porque el público ya tiene una idea de sus méritos. Esta disposición nuestra a la eterna parranda y al exhibicionismo de la bondad del Estado, en la que nadie cree, es bastante provinciana; y un desperdicio de recursos, energía y fe.