JULIO ANDRÉS ROZO GRISALES
El Meta: un destino para hacer turismo sostenible en el 2020
A mis 15 años visité por primera vez el Meta. En aquel entonces no existía la vía tal y como la conocemos hoy; llegaba uno por Buenavista y recuerdo la manera como se abría ante mis ojos un océano verde que hacía imposible dimensionar su extensión. Eso me sorprendió.
Me prometí regresar pronto, pero ese “pronto” tardó 24 años. Esta vez no fue en plan de paseo, sino de trabajo. El territorio me trajo a trabajar junto con personas que le están apostando a cambiar los modelos de negocios de sus empresas para hacerlos social y ambientalmente más responsables, más eficientes y más productivos.
Durante el 2019 visité el Meta unas 10 veces. Siempre que llegaba a Villavicencio, el territorio me daba la bienvenida con un gran café de origen local y un paquete de pan de arroz (hablaré sobre estas historias en otras columnas porque quiero resaltar lo que estos emprendimientos hacen en pro de la conservación ecosistémica regional).
A continuación me montaba en el campero de mi amigo Germán y con GPS en mano nos dirigíamos, junto con mis colegas Basti, Bibiana, Nubia y Jorge, a un lugar que ha hecho que merezca tomarse el tiempo para escribir esta columna y lograr con ella, contagiarlos sobre lo que se siente estar en el lugar que estoy a punto de narrar.
El lugar en donde la Amazonía se encuentra con los Andes y la Orinoquía.
El Departamento del Meta tiene 5 rutas turísticas. Una de ellas es la que más conozco y no dudo en recomendar: La Ruta Sierra de la Macarena.
Para llegar a ella desde Bogotá por carretera, se necesitan entre 4 y 5 horas. Primero, se llega a Villavicencio y opcionalmente se puede hacer un pequeño desvío hacia Restrepo y Cumaral para visitar experiencias de agroturismo como Rancho Camaná y La Cosmopolitana y pasar a La Catira para comer pan de arroz. Una vez estando en la capital del departamento, se baja hasta Granada y toma uno rumbo hacia la cordillera para empezar a recorrer los municipios de San Juan de Arama, Lejanías, Uribe, Vista Hermosa y Mesetas.
La región tiene un avance en diferentes aspectos que hace que valga la pena recomendar el destino: tranquilidad, una mejora abismal en términos de seguridad, un paisaje de ensueño, prestadores y operadores de servicios turísticos serios y capacitados, y lo más llamativo, atractivos de turismo de naturaleza adornados por mucho verde y aguas cristalinas.
Vale la pena visitar el poderoso Cañón del Río Güejar para hacer un tipo de rafting que además de la experiencia aventurera que promete este tipo de prácticas, esconde en su río un color tan pero tan impresionante, que como dice Julie cuando visita un paisaje impresionante como este, “lo que muestra la foto no refleja la magnitud de lo que se disfruta al verlo con los mismos ojos”.
El recorrido por el cañón concluye con un tremendo sancocho de gallina preparado en La Resevera, otro de los emprendimientos que he tenido la posibilidad de ver evolucionar gracias al apoyo del Instituto de Turismo del Meta y otras organizaciones como la Cooperación Alemana GIZ. El trabajo que la institucionalidad ha realizado para fortalecer a este y a los demás touroperadores de la región, ha sido clave para mejorar el profesionalismo de los emprendedores, el servicio al cliente y sobre todo, la experiencia del turista. Este trabajo debe continuar y espero con anhelo que reciba todo el apoyo institucional por parte de los nuevos mandatarios.
Uno puede tomarse varios días para recorrer la Ruta Sierra de la Macarena. Visitar las Piscinas del Güejar en Lejanías, ir a Mesetas y visitar Charco Azul para tomarse la siguiente foto, bajar hasta La Macarena y visitar la Laguna del Silencio, escuchar las historias de los habitantes de la región y reconocer como colombianos que es posible pasar la página de la estigmatización y mirar hacia el progreso sobre las sendas del emprendimiento y la convivencia pacífica.
Tendencias
Me gusta escuchar lo que cuentan las mujeres y los hombres que ven en el turismo de naturaleza la plataforma para desarrollar sus propósitos de vida. Eso me llena de esperanza porque lo veo como una oportunidad para garantizar que se logre conservar la riqueza natural que esconde este territorio de transición amazónico.
Hacer turismo de naturaleza es un ejercicio en el que todos ganan. Lo veo cada vez que voy. Gana uno como turista porque al vivir los lugares que esconde la Ruta, es inevitable no regresar con las baterías recargadas. Uno se devuelve a su ciudad con otra perspectiva, y en mi caso, enriquecido con la buena información sobre el contexto local que uno recibe en esta escuela viva. Gana también la economía local porque gracias a la cooperación que existe entre los empresarios locales del sector, se ha logrado que exista una distribución de ingresos justa y equitativa para muchas familias de la región. Y finalmente, ganan los ecosistemas locales porque quienes habitan el territorio se sienten más motivados a conservar su entorno natural para asegurar experiencias memorables para los visitantes.
Mi 2020 es el año del turismo de naturaleza, mis planes y los de mis seres queridos más cercanos serán igualmente parecidos. Sea a donde sea que uno vaya (puede ser el Meta, Caquetá, Guaviare o Putumayo, por ejemplo), ir a estos destinos es la perfecta excusa para darle un regalo al alma y llenar la memoria con buenos recuerdos junto con las personas que le acompañen y que en esos lugares conocerá; darse a sí mismo regalos turísticos significa también darle un pequeño espaldarazo a las iniciativas de conservación locales que le apuestan a la preservación de nuestra amazonía.
Quería iniciar mi primera columna del 2020 de esta manera. Ya somos varios los que hacemos turismo con responsable y con propósito. Muy pronto compartiré otros destinos y otras historias amazónicas. Feliz año.