ÁNGEL PÉREZ
La protesta con violencia de los estudiantes hace daño a la democracia
Las protestas recientes de las universidades de Antioquia, Pedagógica de Bogotá y Distrital obligaron a pronunciamientos de diversos sectores de la sociedad y de los alcaldes de las dos principales ciudades del país contra la violencia, los encapuchados y el vandalismo que caracterizaron las acciones estudiantiles.
Para quienes apoyamos el proceso de paz y rechazamos la violencia, sin importar el actor o color político, como práctica social o grupal para dirimir conflictos o desacuerdos, o para protestar, es duro reconocer que en la sociedad colombiana subsisten diversas formas de actuar violento, que traemos desde el siglo pasado, una de ellas es la protesta de los estudiantes universitarios que terminan en enfrentamientos, donde los estudiantes utilizan, casi siempre, piedras, bombas molotov y bombas incendiarias, mientras que el Escuadrón Móvil Antidisturbios, Esmad, de la Policía Nacional usa balas de plástico o goma y las llamadas bombas aturdidoras, entre otras.
Esta forma de protesta estudiantil se convirtió en un ritual, sus formas de proceder casi nunca cambian, se inicia con arengas y pequeñas concentraciones, luego viene la toma de una vía, en ese momento aparecen los capuchos o los duros, quienes tienen como objetivo iniciar la refriega con la Policía.
Los colombianos están acostumbrados a este espectáculo grotesco, policías versus estudiantes, un enfrentamiento por mes (a veces uno por semana) en los predios de las universidades, o a sus alrededores, se ve en televisión o en redes sociales. La confrontación entre policías y estudiantes siempre será deprimente, por la forma irracional y hasta peligrosa para la integridad física de unos y otros (en algunos casos con heridos graves y hasta muertos). Para titular: El pueblo en guerra. De un lado están los estudiantes de las universidades públicas de origen humilde o de sectores medios de la sociedad versus los policías que son personas que en general provienen de familias con escasos recursos y con escasa formación (la mayoría de ellos son bachilleres).
Pregunto, ¿será que algún profesor de las universidades públicas o de los estudiantes concibe, aún, este actuar como revolucionario? ¿Cuál es la evidencia para afirmar, desde la política o la ciencia social, que enfrentar desde la universidad a la policía es progresista y que esta forma violenta de reclamar induce a cambios sociales? Por qué no recordar el suceso de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (Mane), que conmovió a la sociedad con marchas pacíficas y pedidos sustentados, contra una reforma a la educación superior arbitraria y las marchas del 2018 que terminaron en un acuerdo de los estudiantes con el Gobierno nacional, mediante el que se incrementaron los recursos a la educación superior en más de 4,5 billones de pesos. Sí señores estudiantes, grandes movilizaciones en paz, protesta con argumentos académicos y políticos, como corresponde, obtuvieron el apoyo social y obligaron al Gobierno a responder.
Este es un país con historia propia, ligado a la violencia y dividido en torno a la paz, pero donde existen oscuros intereses para mantener la guerra. La protesta universitaria violenta justifica desde algunos sectores de la sociedad y desde el Gobierno, más guerra, más autoridad, más control y más represión policial: más Esmad. Una reciente encuesta muestra que el 67 % de los ciudadanos apoya al Esmad y que está de acuerdo con que intervenga cuando hay manifestaciones y protestas que afecten a otros, así mismo el 80 % de los encuestados afirmó estar de acuerdo con la intervención del escuadrón cuando sea en defensa propia y sea atacado por los manifestantes. Es decir, la violencia estudiantil, de los duros y otros actores externos a las universidades, nos devuelve al escenario militar para resolver problemas y no fortalece la democracia.
El problema es que la gran mayoría de estudiantes no enfrenta y denuncia este tipo de actuar violento, más grave, la violencia desvía la atención de la opinión pública, sobre el por qué de la protesta o sobre cuáles son los problemas de los estudiantes, de las universidades o de la sociedad. Al día siguiente de la pedrea y de los actos violentos en las universidades nadie menciona nada, ya no es noticia y cuando los medios de comunicación y quienes opinan concentran su atención sobre dichos actos es para destacar o resaltar los actos vandálicos, la destrucción de lo público y los costos de reparar, por ejemplo el titular de la Revista Semana: “Estas son las pérdidas que han dejado tres jornadas de disturbios en la Universidad Pedagógica”.
Me atrevo a sostener que la mayoría de los colombianos acompañamos a los líderes estudiantiles y a los maestros de las universidades públicas en la necesidad de más recursos para la educación, en la protesta por lograr un sistema educativo con mayor equidad y oportunidades para quienes no pueden acceder, cerca del 50 % de los jóvenes colombianos no llegan a la educación superior y quienes logran un cupo, a una parte de ellos, les toca en el Sena, o en instituciones nocturnas o de fines de semana o a distancia de mala calidad.
La sociedad y los gobiernos deben respetar y proteger la protesta y el pensamiento crítico que enfrenta las injusticias sociales o los daños a la tierra. Nada más vital para la democracia que una universidad crítica, donde el conocimiento evidencie la necesidad de fortalecer un nuevo modelo de ciudadanía basado en los derechos, en el bienestar de las personas y en la justicia social. El país necesita una universidad que diga no a la arbitrariedad de la violencia, al vandalismo y a la guerra. Una universidad crítica ante la injusticia social, que sea ejemplo de paz y de rigor académico, que ayude al progreso social y que luche contra los pequeños reductos, que sin ningún sentido social o político aún se escudan en las armas, como lo han hecho siempre, para retrasar el desarrollo democrático y la lucha política en paz.