DANIEL NIÑO
Lo que brilla es oro
En esta nueva década y tras Covid 19, es válido preguntarse si servirá la historia económica de este siglo para pronosticar.
En los últimos dos años, predecir el fin del superciclo de crecimiento en Estados Unidos y el correspondiente debilitamiento del dólar ha sido uno de los aspectos de estrategia de inversión más comentados. Sin duda esto es altamente valorado, porque la expectativa es que habría un déjà vu con lo ocurrido en los primeros 10 años del siglo XXI.
El periodo mencionado se caracterizó por una aceleración en la globalización del comercio y financiera que impulsó y fue impulsada por una creciente relevancia en el orden mundial de las economías emergentes.
El aumento en la participación y la contribución a la economía mundial de los países emergentes se inspiró por una creciente brecha de crecimiento frente a las economías desarrolladas. El proceso se vivía como amplio y sincronizado, en gran parte obedecía a un super ciclo en los precios de las materias primas y la renovada demanda que de ellas imponía China en su proceso de urbanización e industrialización acelerada.
El superciclo en favor de países emergentes fue lo suficientemente extenso y sus efectos acumulativos significativos como para implicar un aumento de sus ingresos externos que conllevarían a una balanza comercial más favorable y una cuenta corriente en la balanza de pagos positiva. A su vez, el más alto crecimiento y los ingresos extraordinarios de la bonanza de los recursos naturales fue elevando el recaudo fiscal, disminuyendo las necesidades de financiación y el peso de la deuda (sobre todo la externa) en países emergentes.
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Lo anterior junto con una creciente flexibilidad cambiaria, un esquema de inflación objetivo y una mayor apertura externa no solo implicó procesos muy éxitos de desinflación. También de expansión y valorización de los mercados de capitales emergentes. Mercados que no solo vieron múltiples revalorizaciones de los precios de las acciones y de las empresas sino también en un aumento en la emisión de bonos, en los plazos de financiación y más favorables condiciones de endeudamiento.
La pregunta es si es correcto esperar que el fin del superciclo de crecimiento de Estados Unidos, que curiosamente se gestó tras ser el epicentro de la crisis financiera de 2009, y se prolongó durante la segunda década del siglo XXI con su consecuente paradigma de dólar fuerte, implicarán revivir el período anterior a la mencionada crisis.
En mi caso, la respuesta más intuitiva es que no es correcto y preguntar, si hay que buscar referentes, si por el contrario no será más similar al periodo posterior a la crisis de 2009.
Las razones básicas están relacionadas con el mundo postcovid 19:
En medio de esta devastadora destrucción de riqueza y bienestar, no hay antecedentes de mayor flexibilidad económica y capacidades del talento humano para reinventar sectores, procesos y mercados que en principio tendrán un alto componente tecnológico y un mayor factor digital en países emergentes.
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Aunque la enorme expansión monetaria, la astronómica deuda y deterioro fiscal hacen presumible un inevitable debilitamiento del dólar, poco hace pensar que frente a economías emergentes hay una brecha favorable de crecimiento y un superciclo de recursos naturales/materias primas que impulse un círculo virtuoso similar.
Dada la anemia económica y el retroceso social que deja Covid19 en un entorno político que ya estaba muy polarizado y extremista, no se anticipa una profundización de la globalización sino retrocesos de esta con movimientos nacionalistas y decisiones o medidas unilaterales que crisparán más el fraccionamiento mundial.
En resumen, me temo que, cuando comenzando este siglo falló el motor económico americano, se encendió uno alterno que generó suficiente sustentación para la economía mundial y de una forma u otra succionó favorablemente a los países emergentes dándoles un gran empuje. En esta ocasión no creo que China tenga semejante potencia.