CLAUDIA VARELA
Que cuántos años tengo!
Parece que estuviéramos buscando una falsa inmortalidad. Un infinito deseo de ser eternos en un mundo con una presión permanente a tener éxito bajo paradigmas medibles.
Los años van pasando y en vez de abrazarlos con el amor de la experiencia, nos asustamos con lo que viene detrás. La expectativa de vida es muy alta y la ciencia ha hecho que podamos vivir cuantos años queramos mejor vividos que antes.
Pero el cuerpo se cansa. El tiempo es implacable y los años de la madurez empiezan a notarse. La cabeza también se resiente un poco y a veces se olvidan cosas que en los años anteriores era impensable de ocurrir.
Vemos a los demás como se envejecen y creemos que solo les pasa a ellos. Se vuelve un poco inaudito tener arrugas y se piensa en ser perenne aun en las fotos filtradas de las redes sociales. Las almas no tienen edad, las almas vibran al son que quieren.
Pero el cuerpo puede cambiar y lo que los campesinos ven con sus arrugas adobadas por el sol y el viento del trabajo son un pecado para los humanos de una vida citadina. ¿Por que pareciera un pecado volverse viejo?
En las organizaciones los más grandes empiezan a ser apartados de algunos grupos e invitaciones. Lo más duro es que después de los 40 muchas empresas no quieren contratar gente. El mundo no puede llenarse todavía de millenials en el poder por que no están listos.
Los mayores son bastante distanciados en nuestro país. Es como si fuera pecado cumplir años. Un paseo dominical de un adulto mayor solo o un café con un buen libro son absolutamente exóticos en nuestras calles. No es bien visto un “viejito” solo!
Aquí se premia la juventud. La belleza que al final se acaba fácil. Cuando los años pasan queremos esconderlos y creo que a veces vale más la pena tener más años para soltar tanto desasosiego que nos produce una vida que muchas veces no es ni propia.
Hay que preparar el alma y el cuerpo para crecer. Pero hay que estar orgulloso de envejecer. Hace poco hablando con una amiga en mis entrenamientos del gimnasio de la mañana, le contaba lo simpáticos que son los adolescentes (mis hijos) y con gran orgullo hablaba de los grandes que estaban los mios.
Paso una señora despacio, que siempre he visto entrenar de manera relajada y hasta sabia. Sonriendo nos dijo “yo tengo un hijo de 61 años”. Mi cara fue de sorpresa, admiración, emoción….le pregunté lo más obvio, ¿cuántos años tienes por Dios?, me respondió plácidamente que tenía 81. Cogió su maleta de deporte y se despidió. Solo se me ocurrió decirle, cuando grande quiero ser como tú.
Cada edad, cada momento, cada día se vive como se vive. Los líderes están invitados a sumar y entre más experiencia tienen hay más sabiduría. Los más ancianos escuchan mucho y los más sabios saben callar cuando es oportuno. Un líder con la sabiduría de los años, sabe de que habla, ¿por que los buscamos entonces cada vez más jóvenes?
Una amiga dejo su trabajo a los 52 años. Simplemente lo dejó. Vendió sus cosas, se divorció y se fue a Estudiar a Portugal. Muchos la juzgaron de loca, irresponsable y todos aquellos atributos que yo resumo en tibio y asustadizo. Yo la aplaudí. Por valiente, por berraca, porque el partido se juega hasta el ultimo segundo.
Los años nos dan experiencia. Nos dan pasión, nos dan la sonrisa de saber cómo es que es. Qué cuántos años tengo?- Que importa eso! ¡tengo la edad que quiero y siento! La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido… Pero tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos…Pero no es la edad que tengo , nii lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte. . Ojalá fuera mío pero no, Gracias Jose Saramago (Un Poema sobre la Vejez).