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Crítica de música

El alma del acordeón

José Alejandro Cepeda reseña la banda sonora de la película Los viajes del viento.

RevistaArcadia.com
22 de junio de 2010

El dilema faustiano de ceder ante el demonio o enfrentarlo ha estado presente desde tiempos remotos, planteando una disyuntiva crucial en la cual se elige la suerte (aquella que proviene del faustus latino) de adquirir un poder excepcional a cambio de entregar el alma. Plasmada en la historia del Doctor Fausto publicada en el siglo XVI, es con la visión romántica de Goethe hacia 1808 que cobra toda su fuerza. Pero antes y después, infinidad de músicos –como el genio del blues Robert Johnson en el Mississippi del siglo pasado– se han hecho esa pregunta: ¿Pactar con el demonio puede convertir a un intérprete vulgar en uno virtuoso, o, por el contrario, adorar a un dios es la mejor forma de ascender musical y espiritualmente? Y por ello un interrogante adicional: ¿Es más encomiable dedicarse a la música sagrada o a la pagana?

La pregunta no es fácil de responder, y Colombia ha sido un escenario propicio para ella, entre montañas y caminos escarpados, donde las formas de cumbia que mezclaron las herencias africanas, españolas e indígenas tendieron en sus versiones cienagueras y sampuesanas los puentes hacia el vallenato y la adopción de un instrumento maravilloso, proveniente precisamente de esa frontera austrogermana que conocía tan bien Goethe: el acordeón. En su versión diatónica de botones, convirtió a la cumbia en música de juglares libres que recorrían el norte desde las orillas del Magdalena a la península de la Guajira, dejando atadas gaitas y tambores a los cantos esclavizados, y produciendo la impecable leyenda de Francisco “El Hombre”, un mensajero que se encontró al diablo, quien lo retó a tocar mejor el instrumento que él, derrotándolo al ejecutar El Credo al revés.

Este mito es el que inspiró en buena medida la película de Ciro Guerra Los viajes del viento (2009), que más allá de logros o falencias narrativas, le devolvió a Colombia una mirada poética de su cinematografía y nos ofrece de paso su banda sonora, un hecho que debemos celebrar en un país en el que las músicas creadas para la gran pantalla se han perdido en muchos casos para siempre en misteriosos anaqueles. Y esta banda sonora, que parte de una película musical, posee además deseables virtudes: no es el mero pegue y recorte de grandes éxitos en que por ejemplo la escuela de Tarantino ha querido convertir al género, sino es la audición del viaje que propone la cinta partiendo del palenque y retornando a la sabana desde Sucre, pasando de la piquería musical y la Serranía del Perijá a retratar el primer festival vallenato de 1968, hasta arribar a la Sierra Nevada y la Guajira.

La música de Los viajes del viento, curada y producida por Iván Tito Ocampo, el trabajador y misterioso hermano de Teto Ocampo, guitarrista original de La Provincia de Carlos Vives y el Bloque de Búsqueda, es de gran belleza: deja salir la esencia vallenata con músicos autóctonos y sonidos alejados de ese espasmo comercial que amenaza al canto para recordarnos de dónde es que viene. Y el protagonista, que es el acordeón, suena estupendo y solitario en varios pasajes en los que apreciamos como pocas veces se puede la respiración del fuelle –su alma empeñada o recuperada–, algo que el afán de la parranda, el exceso de instrumentación o la propia radio rara vez nos dejan sentir en un país que se precia de coronar reyes ante él.

 

Los viajes del viento

Música de la película

CIudad Lunar, 2009

$27.000