CRÍTICA DE CINE
‘En la penumbra’: el vacío que la venganza llena
La película de Fatih Akin se pregunta por el dolor y la retribución.
Un plano de En la penumbra condensa el sentimiento de impotencia que la película produce: desesperada, después de atravesar el cerco de protección de la escena de un crimen, Katja (Diana Kruger) cae al piso sometida por unos policías. En esa imagen está la desproporción entre un dolor personal irracional y el adusto orden legal que se presume basado en la justicia y el consenso, pero que actúa contaminado por todo tipo de prejuicios. El último largometraje del director turco-alemán Fatih Akin –Al otro lado (2007), Contra la pared (2004)– toma partido por la primera de estas dos inmensidades que se enfrentan en su película. Tomar partido quiere decir, en este caso, no justificar la rabia y las acciones de la protagonista –que ha perdido a su hijo y a su esposo en un ataque terrorista en una ciudad alemana– sino tratar de darles un marco narrativo para entenderlas.
Esa asimetría está expresada también en la manera en que la película mezcla las imágenes de la felicidad familiar con las otras, mayoritarias, en las que los personajes están insertos en un orden social y político. Las primeras son precarias e inestables; las otras, estilizadas y correctas. En la penumbra tiene un prólogo en el que vemos la boda de Katja con Nuri, un hombre de negocios de origen kurdo, que sucede en la misma cárcel donde este paga una condena por tráfico de drogas. La escena da paso al primer capítulo de la película, “La familia”, que empieza el mismo día en que esta familia estalla por causa del atentado con una bicibomba y obliga a Katja a una doble inmersión: en el laberinto burocrático de una justicia que trata de esclarecer las posibles razones del atentado, y en su agudo sentimiento de pérdida. Esa disposición narrativa crea un sentido y demanda del espectador su empatía, que, no por casualidad, es la palabra que el pequeño Rocco menciona, separando cada una de sus sílabas cuando se queda en la oficina de su padre la tarde en que va a ocurrir la tragedia.
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Sí, es empatía lo que En la penumbra quiere generar: que sintamos con Katja la desazón de ver destruido su mundo, la acompañemos en el duelo y entendamos su decisión de vengarse. Como en sus películas anteriores, aquí también Fatih Akin se despliega como un director efectivo y efectista, que sabe producir identificación, en este caso concentrándose en el punto de vista de Katja. ¿Pero entender quiere decir justificar? La penumbra del título de la cinta (fade, en su versión en inglés; nichts, en su original alemán) es diciente de esa zona gris en que la película nos instala.
“La justicia” es el segundo capítulo, pero esa justicia, por su inoperancia y su aparente frialdad, se desvanece en la nada, se decolora. ¿Puede esta ser otra cosa que una ficción de equilibrio? ¿Puede admitir los sentimientos o, de hecho, opera a partir de ellos pero sin reconocerlos? ¿Si la justicia no funciona de acuerdo con la sensación de daño que alguien experimenta es legítima la venganza?
Demasiadas preguntas y pocas respuestas. Cuando se hace claro que detrás del atentado terrorista se encuentran los neonazis, Katja debe sumarle a su duelo una evidencia más. La película asume como propios los límites de su personaje: ella no puede entender su pérdida en un sentido político sino sentimental. Ante la muerte de su esposo y de su hijo, Katja ya no es nada (como sugiere el título en alemán) más que un vacío que la venganza llena. La venganza es un gran tema y el cine contemporáneo, desde Tarantino hasta el surcoreano Park Chan-Wook (de quien es célebre su Trilogía de la venganza), lo ha asediado. El foco de Fatih Akin es sutilmente distinto, más resbaloso y ambiguo; al conectarlo con un acto de terrorismo neonazi, juega con nuestras emociones al mismo tiempo que con las convicciones políticas. Pero En la penumbra se concentra en los sentimientos de una madre y esposa herida, lo que parece un argumento irrebatible. Triunfa el instinto sobre la razón: para el pensamiento neonazi eso no deja de ser un inesperado guiño de aprobación.
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