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Crítica de libros

El filósofo y el oportunismo

Mauricio Sáenz reseña 'Voltaire contra los fanáticos', un texto en el que Fernando Savater despliega su conocimiento sobre la obra del francés.

Revista Arcadia
21 de agosto de 2015

El 7 de enero de 2015, hombres armados irrumpieron en la sede de la revista satírica Charlie Hebdo, en París. Una vez adentro dispararon contra todos los que encontraron. Esa noche vimos en la televisión a los terroristas abriéndose paso a tiros en su fuga, cuando asesinaron a un agente de la policía que, para mayor ironía, resultó ser un devoto musulmán.

Prácticamente la plana mayor de ese semanario desapareció bajo las balas de quienes consideraron que burlarse de Mahoma era suficiente razón para morir. Todos ellos quedaron convertidos, de la noche a la mañana, en símbolos de la libertad de expresión, y en numerosas ciudades del mundo, decenas de miles de personas salieron a las calles a protestar. Pronto el lema que surgió en la capital francesa se generalizó: Je suis Charlie se volvió la frase de combate contra la intolerancia de los fanáticos: unas pocas palabras de gran efecto dignas del mejor diseñador de campañas publicitarias.

La tragedia de Charlie Hebdo dio lugar a toda clase de reacciones, una de las cuales es este libro elaborado por el respetado filósofo y escritor español Fernando Savater. El autor cuenta en el prólogo una anécdota personal: cuando en 1989 el ayatola Jomeini expidió una fetua contra el escritor indo-británico Salman Rushdie por su libro Los versículos satánicos, se suscitaron protestas parecidas. Él, Savater, se encontraba en Londres y pudo ver una pancarta, sostenida por un grupo de caballeros de la “city” que decía “Avisad a Voltaire”.

Para Savater, autor de una biografía novelada del filósofo francés, esa referencia histórica no podía ser más apropiada: en efecto, François-Marie Arouet convirtió la defensa de la tolerancia en el motivo central de su obra. Como dice el español, Voltaire inventó la figura del intelectual moderno, “un oficio que toma algo del agitador político, bastante del profeta y no poco del director espiritual”. No fue un destacado dramaturgo, ni su lírica lo convirtió en un gran poeta. Tampoco sus luces como historiador o como filósofo alcanzan para justificar la permanencia de su figura más de 200 años después de su muerte. Lo que explica esa pancarta londinense es su militancia, su convencimiento de que de nada sirve navegar el mundo de las ideas si no se es capaz de cambiar el mundo. Para él, ese poder implícito en la Filosofía debe salir de los libros académicos para convertirse en arma, barricada y bandera contra el inmovilismo social.

El libro tiene tres partes bien definidas: la primera está compuesta por dos ensayos de Savater en los que despliega su conocimiento de la obra del francés. La segunda, el cuerpo principal, contiene una larga lista de citas de Voltaire, clasificadas por orden alfabético según el tema. Y la última consta de cuatro especies de columnas de Savater relacionadas más directamente con el tema principal del libro, expresado en su título.

Sin embargo, al llegar a este punto surgen las dudas, pues es imposible evitar la sensación de que el producto que uno consumió no corresponde a lo que le ofrecieron. Los textos de Savater, como siempre, son excelentes en su claridad y sencillez, muy volteriana por cierto. Nadie pierde su tiempo al leerlos. Pero la selección de los pensamientos resulta apenas vagamente relacionada con un objetivo tan concreto. Como si fuera una tarea ya hecha y a la espera de un momento adecuado para salir a la luz. El capítulo de las citas termina con una extraña cronología de Voltaire, tan descontextualizada que parece incluida a última hora.

Y entonces, ya picado por el descontento, uno comienza a elucubrar sobre cómo surgió la idea de publicar un libro no tanto oportuno como abiertamente oportunista. No de otra manera puede a esas alturas interpretarse esa portada en la que Voltaire amenaza con sus ojos sarcásticos a unos fanáticos indefinidos, solo identificables porque en la parte alta aparece la famosa frase ganadora: Je suis Charlie. Una obra maestra, pero del mercadeo, que el filósofo francés, aficionado él mismo a los negocios pingües, a lo mejor hubiera mirado al menos con recelo.